A estas alturas, no hace falta señalar que el caso de Nicolas Cage es bastante peculiar. Por un lado, hay que reconocer que resulta extraño cómo un actor que logra desembarazarse de acusaciones de enchufe por ser pariente de Coppola a través de buenos papeles en películas de directores reconocidos (Corazón salvaje con Lynch o Arizona Baby con los Coen, además de los trabajos con el propio realizador de El Padrino), opta por dedicarse a películas de acción y dramas muy al uso después de conseguir la que quizá fuera su cima con Leaving Las Vegas. Pero por otro lado, también llama la atención que la masa de detractores que se ganó en toda la época pos-Oscar (merecida gracias a mediocridades como La mandolina del capitán Corelli, Ghost Rider o Next) ha permanecido fiel a sus críticas, pese a cosechar muy buenas actuaciones en Adaptation, El señor de la guerra o incluso con su secundario en Kick-Ass.
Uno de los últimos trabajos de Cage es su papel protagonista en Joe, cinta dirigida por David Gordon Green. No menos sorprendente que la de Cage es la situación de este realizador de Arkansas, que en sus primeros filmes se hizo un nombre a través del drama pero que tras virar a la comedia en un par de películas con Jonah Hill ha recibido bastantes reprobaciones por parte de la crítica. Con esta adaptación de la novela homónima de Larry Brown, el norteamericano vuelve al terreno del drama, más concretamente en una especie de drama sureño con un evidente toque indie. Como resulta obvio, el tal Joe que da nombre a la película está encarnado por Cage, en el papel de un hombre cuya vida no ha parado de dar giros entre la cárcel, la violencia, el alcohol y las prostitutas, hasta que en medio de su trabajo en el bosque se encuentra al joven Gary, que trata de huir de un hogar destrozado por su repulsivo y alcohólico padre.
Le cuesta un poco arrancar a la película, entre secuencias que a primera vista resultan inconexas y cierta sensación de que lo que se muestra en pantalla carece de excesiva relevancia. Pero en cuanto Joe y Gary, Cage y Tye Sheridan (al que conocemos de Mud y El árbol de la vida) conectan, la obra de Gordon Green se propulsa en su sentido argumental. Ambos actores acometen una actuación que roza el notable (aquí pocos podrán acusar a Cage de inexpresividad, sinceramente) y que lleva en volandas al resto del filme. La violencia y la soledad (a través del sufrimiento personal) parecen los dos temas que el director trata de exponer aquí, una mezcla que en su combinación suele dejar a poca gente indiferente ante la variedad de situaciones que se pueden generar de ello.
En concreto, hay gente que seguro acusará a Joe de ser demasiado exagerada dramáticamente, de utilizar la violencia únicamente como un medio y no como un fin, para así poner al espectador al límite de una emoción que en el fondo es artificial. Un punto de vista loable y que servidor incluso comparte en alguna escena, pero que queda plenamente justificado con el tono general de la obra, que destila una violencia y dramatismo quizá más cercanos a Mud que a Crash, por poner un par de ejemplos para realizar un símil.
Tal idea queda perfectamente rubricada en el final, que peca de ser poco ambicioso pero que se conforma como satisfactorio y coherente con el resto de la película. Un buen desenlace para una película buena en la parte técnica, algo sencilla en lo argumental, pero que en su conjunto engancha irremediablemente. Se puede decir que lo mejor de Joe, con diferencia, es la sensacional construcción de personajes que realiza, desde los dos protagonistas hasta secundarios como el padre; a éste le da vida Gary Poulter, un actor no profesional que se interpreta a sí mismo, literalmente un vagabundo con el que el equipo de casting de Gordon Green tropezó en la calle y se lo llevaron para realizar la película, un hombre que fue diagnosticado con trastorno bipolar, que recibió la noticia de que tenía cáncer de pulmón a comienzos de 2013 y que falleció poco después de finalizar la película. Un personaje que define a la perfección el sentido de la película, delante y detrás de las cámaras. Y, por qué no, también sintetiza un poco la idea de lo que supone el cine independiente estadounidense más allá de ciertos detalles como la factura visual o su BSO.