Tras debutar como director de largometrajes en 2004 con la alabada Algo en común (Garden State), parecía que el actor Zach Braff podía ser uno de esos cineastas siempre catalogados como “renovador de X género”, en este caso la comedia. El estadounidense, de origen judío, ya había hecho sus pinitos en la popular serie Scrubs, donde ejercía como actor protagonista. Sin embargo, ha habido que esperar casi una década para volver a verle detrás de las cámaras en una película (entre medias dirigió capítulos de series que no han llegado a catapultarse como famosas). Con Ojalá estuviera aquí (Wish I Was Here), Braff se propone combinar el drama familiar con toques exageradamente cómicos.
El propio Braff encarna a Aidan Bloom, un padre de familia que pasa por momentos complicados en lo personal y, sobre todo, en lo económico. Es un actor con poca fama y renombre, que subsiste gracias al (precario) trabajo de su mujer y a las ayudas que de vez en cuando le concede su irascible padre. Gracias a eso, puede mantener a sus hijos en un prestigioso colegio judío. Sin embargo, todo acaba cayendo por su propio peso y Bloom se verá en la encrucijada de tener que tomar diversas decisiones.
Un argumento clásico de la comedia dramática, por otra parte. Los gags y las situaciones paródicas dan un toque de color a una trama que, de estar liberada de tales tintes cómicos, pasaría perfectamente por un dramón carne de la sobremesa televisiva. Y es que parece casi de Perogrullo, habida cuenta de su catalogación como comedia, pero es necesario aclarar que la fuerza de la película de este tipo de películas se debe hallar en combinar de la mejor manera posible una trama fuerte sin que el espectador deje de reírse.
Ojalá estuviera aquí peca de un argumento bastante sensiblero por momentos, quizá deberíamos decir que más al gusto del público del otro lado del charco que del que goza el espectador medio español, tanto por la propia idiosincrasia de la familia (judía) como por la relevancia que se le da a ésta en el estilo de vida americano. Aun así, los personajes secundarios gozan de cierto interés, como pudiera ser el del padre (interpretado por Mandy Patinkin), el del hermano freak o el de la rebelde hija, amén de un brevísimo papel de Jim Parsons que alguno se podría tomar casi como un cameo de su personaje de TBBT. Difícil situación cuando enganchan más las subtramas que la historia principal, pero eso es la sensación que deja la película, al menos a quién aquí escribe.
En su parte cómica, el filme resulta bastante más llevadero, toda vez que se desprende de esa trascendentalidad y opta por un humor directo, que por momentos hasta se podría calificar de grotesco. El personaje protagonista logra aquí un mayor apego, y sus escenas con los rabinos, directores de casting, compañeros de trabajo de su mujer, etc., conforman la parte más gratificante de la película, ya que al menos logran levantar un par de sonrisas entre sus espectadores.
Como conjunto, por tanto, la película deja un sabor de boca algo decepcionante. Se nota que Braff está metido de lleno en el mundo de la comedia y conoce a la perfección cómo hacer reír al público, pero el guión co-escrito con su hermano Adam J. deja momentos insulsos en exceso y que rompen con el ritmo de una película que posiblemente debería haber optado por un mayor énfasis en lo disparatado, dejando la parte dramática en un lugar bastante más secundario. No obstante, Ojalá estuviera aquí no llega a aburrir y la sensación final que se desprende de su visionado es que está lejos de constituirse como una pérdida de tiempo. Abstenerse los detractores de la atmósfera indie, eso sí.