Todos conocemos ese dicho que asegura que las ratas son las primeras en abandonar un barco cuando éste se hunde. Lo que quiere decir que hay muchos sujetos de por medio que no son ratas que se ahogan sin remedio, que se quedan quietecitos y muy asustados cual conejo en la carretera al ser sorprendido por un coche mientras el agua va subiendo hasta el fatal desenlace. Pero… ¿qué pasaría si una de estas víctimas decide escapar aunque para ello deba convertirse en otra rata más?
El cineasta heleno Syllas Tzoumerkas nos presenta a Maria (la actriz griega Angeliki Papoulia, vista en Alps o Canino), una mujer que vive la vida de manera apasionada, desbordando entusiasmo en cada ocasión por un marido que pasa la mitad del año fuera por su condición de marinero, que no deja de insultar y lanzar las mayores groserías de manera cariñosa hacia su hermana, que grita y chilla con todo el amor posible y que golpea a cualquier persona que se cruza en su camino si lo estima oportuno. Y que vive feliz en una familia de clase media griega que le puede pagar sus estudios universitarios con esfuerzo pero sin apuros, con un padre que parece no tener ningún defecto pero menos virtudes y una madre en silla de ruedas que es la auténtica jefa de la familia.
Con un montaje fragmentado que recuerda y mucho a 21 gramos (21 Grams, Alejandro González Iñárritu, 2003), observamos un presente que nos asoma al hundimiento de la sociedad griega víctima de la crisis y un pasado que sigue sobre todo la historia de amor entre Maria y su esposo llena de desbordantes muestras de cariño y lujuria.
Gracias a su montaje se juega al despiste y en ocasiones no sabemos donde nos encontramos en la línea temporal, aunque con el paso del metraje vamos ubicándonos. Así comprobamos que esa historia de amor y esa vida de Maria que se mueve entre el cariño y la estabilidad emocional y económica desaparece en un segundo cuando se descubre que su madre lleva años jugando sucio y ahora el negocio familiar está a punto de quebrar, de perderse el hogar y hasta la casita de la playa que toda buena clase media sueña en conseguir con esfuerzo y trabajo para ir tres semanas al año va a caer en las garras del banco.
El mundo se le viene encima a Maria, que de pronto se encuentra con tres hijos luchando contra los trapicheos de la madre y la infernal burocracia, un padre que no ayuda, tan sólo se lamenta, una hermana que empieza a salir con un nazi de cuidado y un marido que se encuentra a tomar por saco y del que no se puede esperar ninguna ayuda.
El barco se hunde. Sálvese quien pueda.
Obviamente, Maria puede representar a tantos griegos que sin comerlo ni beberlo se han encontrado ante una situación desastrosa, fruto de una clase dirigente inútil y patética en el mejor de los casos, que si bien se ha beneficiado de algunos de sus logros (al fin y al cabo, la procedencia del dinero para la universidad se revela como poco honesto) ahora será quien pague todas las consecuencias. ¿Acaso vivieron por encima de sus posibilidades? No es la respuesta de la cinta, pero si que hubo cierto silencio cómplice o al menos algo de inconsciencia.
Y es que Maria se siente infeliz, sobre todo porque su vida no ha sido como ella pensaba aquella noche ya lejana en la que se casó. Ni por asomo. Así que nuestra heroína responde la misma manera que la hemos visto actuar a lo largo de la cinta. A golpes, a patadas. ¡Qué nadie se piense que ella se va ahogar sin protestar ni dar guerra! “¿Qué no ha servido de nada ser honrada? Pues si hay que transformarse en rata, que así sea, se van a cagar”.
El montaje acumula intensidad hasta una parte final frenética, reviviendo la noche de locura y amor en el bar con su marido y demás marineros y el final de la historia de Maria en su huida. La vida no fue como ella pensaba que iba a ser. Estamos ante los mejores momentos de la obra, la tormenta después de la calma. Todo se desmorona. Todo ha saltado por los aires. No hay refugio, no hay salvación. Sólo responder a golpes ante los golpes de la vida.
¿Hacía donde marchar cuando todo ha explotado? “¡Hacía delante, hacía ninguna parte!”. Esa es la respuesta de Maria, una mujer de acciones más que reflexiones, llena de rabia, sola y abandonada por todos, convertida en una Thelma y Louise sin copiloto. “¡Jamás me cogeréis viva!” parece gritar en su explosión de rabia.
El barco se hunde.