Poco después de dirigir para la incombustible American International Pictures Squirm: Gusanos Asesinos, y justo antes de mostrarnos uno de los slashers rurales más iconográficos para su subgénero con el nombre de Pánico Antes del Amanecer, Jeff Lieberman realizó uno de esos thrillers ocultos entre la enorme producción del suspense norteamericano de los años 70: hablamos de Blue Sunshine, más conocida en España como Claro de Luna. Lieberman registra una corta filmografía que parece mostrar al típico cineasta de guerrilla que aún auspiciándose en los bajos presupuestos no acabó de despuntar entre algunos de sus compañeros de generación, dejándonos otro de esos creadores de muy buenas intenciones y artesanas formas, pero sin el hit que pudiera haber lanzado una filmografía mucho más prolífica. De su producción, a parte de las ya nombradas poco más cabe destacar, con alguna esporádica colaboración en televisión y un “direct to video” conocido en España como El Aprendiz de Satanás que hizo bulto en las secciones de terror de algunos videoclubs, y de la cual no puedo mencionar sobre su calidad aunque cierto es que no goza de buena reputación.
Blue Sunshine puede encorsetarse en la categoría de maldita porque, aunque goza de cierto culto entre algunos reducidos círculos hambrientos por perseguir cualquier obra anexa al terror de la década de los 70, es una película realmente poco conocida y no muy considerada a la hora de hacer un baremo sobre la producción del género en aquellos años. Quizá esto sea debido a que si bien es cierto que algunos segmentos de la narración beban de los referentes del terror de la época en cuanto a formalidad, la película navega entre los arquetipos del thriller de la década, mucho más afín a la trama policíaca de ritmo pausado y narraciones sosegadas, dejando sólo para los momentos en los que se quiera impresionar al espectador (en este caso, cada uno de los asesinatos que dan forma a la trama) sus coqueteos con el horror, que Lieberman demuestra dominar con cierta soltura.
Y en efecto, la trama de Blue Sunshine se desencadena a raíz de unos misteriosos asesinatos que parecen seguir unos patrones comunes que tendrán una clara relación entre sí, con el consumo de una variante del LSD llamada “claro de luna” como incipiente causa. Como decimos, Lieberman dota al film de un ritmo lento y tranquilo a la vez que insufla a su historia de algunas constantes y maneras del thriller de la época, como pudiera ser la cuasi labor detectivesca de un protagonista que se involucra en la historia de manera abrupta y espontánea, bajo la piel de un Zalman King (futuro magnate del erótico televisivo de décadas posteriores) que se ve envuelto casi de manera arbitraria en uno de los asesinatos y tendrá que asumir un papel de fugitivo a la vez que le recae el rol de héroe e investigador de los hechos. La interpretación de King, aunque no moleste, muestra cierto desaprovecho de un personaje del que se le inyecta de una extraña psicología bastante interesante (fascinante en el momento en el que su subconsciente rememora ciertos hechos funestos), que el film no se molesta en desarrollar yendo al fácil recurso de potenciar su supuesta culpabilidad, en una de las secuencias más atrevidas del film donde una de las «set pieces» no duda en involucrar a unos niños en la tragedia.
Tras unos títulos de créditos iniciales de cierta originalidad y gran acabado (se alternan con la presentación de varias secuencias y la efigie de un claro de luna) la película no tarda en mostrar algunas de sus armas: un estridente uso de la música, que lejos de ser cansino logra cierta efectividad (además de ser uno de esos elementos donde el thriller parece querer llamar al terror en su búsqueda genérica), además de mostrar el intento de captar el ambiente nocturno de la época, quizá debido a una concatenación del motivo principal del argumento, el consumo de drogas, con el clima social de la década: esto se muestra en la primera escena criminal (donde, por cierto veremos a un principiante Brion James en un simpático y lisérgico papel) desarrollada en una fiesta cuasi hippie-sectaria y en el potente desenlace, donde una discoteca sirve como luminosa ambientación a uno de los momentos estrella del film.
Lejos de poder decir que Blue Sunshine imponga cierto respeto entre la enorme producción de thrillers de su década, donde realmente no aporta ningún aspecto llamativo, cierto es que esos momentos donde parece querer cabalgar hacia el terror dan algo de originalidad en su conjunto. Esto se origina en su acabado visual, donde el retrato de la noche y el anexo cuidado de su iluminación dibujan una atmósfera bastante embaucadora, con la que la trama gana cierta fuerza. Además, digno de mención es el aspecto tétrico de los aquí villanos: efigie cuasi-freak de unos calvos siniestros, de los cuales hace cierta gracia un tono paródico no intencionado. Quizá lo desangelado de algunos segmentos de la narración y la pérdida de fuelle en la trama poco antes desembocar el acto final sean lo que acaban por lastrar a una película que destaca más que nada por el aspecto curioso de su trama, que aleja de explicaciones psicoanalíticas o sobrenaturales a la típica historia de asesinatos, apostando por las drogas y unas supuestas consecuencias caóticas anexas a su consumo.