Cuenta la leyenda que en los fríos inviernos del siglo XVIII que congelaban la frontera situada entre las localidades de Mino e Hida, durante el transcurso de tenebrosas tormentas de nieve, se veía aparecer al espíritu de una joven que murió de frío por los efectos de dichas tormentas. Se trataba del espectro de Yuki, una hermosa y pálida mujer que bajo su aspecto espiritual y tranquilo escondía un alma que no dudaba en aniquilar a todo ser humano que osara molestar su tranquilo deambular en sus visitas desde el más allá a las tierras habitadas por los simples mortales. En los cuentos medievales narrados por los abuelos a sus nietos, dicho espíritu tomaba la representación del mal que castigaba por su temeridad a las almas cándidas que transgredían las normas socialmente aceptadas de convivencia. Sin embargo, pasados los años, la fábula mutó su moraleja originaria, convirtiendo así al fantasma de Yuki en un ser atormentado y atrapado en un entorno solitario y opresor que como todo ser humano luchaba contra los elementos para encontrar la felicidad y un sentido a su existencia. Dichas epopeyas servían a sus narradores para constatar a sus atentos espectadores el carácter efímero de estas virtudes humanas plasmando a su vez la malicia, los odios de clase y el suplicio en el que se ha convertido con el devenir de los años ese pequeño lapso de vida mortal que denominamos existencia.
Pues bien, esta leyenda popular de fantasmas (conocida en términos orientales como «kaidan»), que data del Japón del siglo XVIII, fue llevada magistral y poéticamente a la pantalla de cine en 1968 por el director especialista en cine de género nipón Tokuzô Tanaka en su magnética y onírica Ghost Story of the Snow Fairy (Kaidan yukijorô), no cabe duda que una de las piezas fundamentales y de imprescindible visionado para los amantes del J-Horror clásico que al igual que la seminal Historia de fantasmas de Yotsuya deja descansar los paradigmas de su esqueleto argumental más sobre los cimientos del melodrama feudal oriental que sobre el cine de terror, hecho este que es preciso resaltar para evitar decepciones entre aquellos lectores que únicamente busquen una cinta de sustos, apariciones, salpicaduras de sangre y horror puro. Y es que si hay un punto que llama poderosamente la atención de esta Ghost Story of the Snow Fairy es su exacerbado romanticismo, que nada tiene que envidiar a las mejores obras del sensei Kenji Mizoguchi, pues el tema principal de la trama será el retrato de una historia de amor imposible y casi enfermiza de cimientos efímeros y febriles cuya débil raíz será extirpada por las funestas maquinaciones de los jefes y delegados de gobierno locales que no aceptarán las venturas y oportunidades de demostrar su talento del pobre aprendiz de escultor protagonista del film.
La cinta arranca mostrando a dos figuras caminando bajo una espectacular tormenta de nieve. Estas dos sombras atrapadas entre el viento y el hielo pertenecen a un viejo maestro de orfebre y a su joven aprendiz Yosaku. Ambos tratarán de localizar un árbol que les proporcione la madera que precisan para tallar una escultura de una diosa budista que ha sido reclamada por los monjes del templo del pueblo para coronar así el altar dedicado al rezo. Yosaku es un joven apuesto, pero a la vez tímido y poco confiado en su talento, que fue adoptado más como un hijo que como un alumno por el diestro escultor del pueblo y su bondadosa mujer tras la temprana muerte de sus padres. Una vez alcanzada una planicie, discípulo y mentor atisbarán el robusto árbol que andaban buscando. Después de talarlo, la tormenta se hará más salvaje, hecho que obligará a la pareja de alfareros a guarecerse en una misteriosa cueva. Sin embargo, algo extraño parece emanar del ambiente. Y es que la violación de la naturaleza que supuso la tala del árbol ha enfurecido al fantasma que mora estos lugares: la hermosa mujer de las nieves Yuki. De este modo, el aura espectral de Yuki aparecerá en la cueva para matar a los intrépidos humanos que se han aventurado a molestar su quietud. La aterradora mirada de Yuki lanzará su gélido aliento para matar de frío al veterano escultor. Pero cuando igualmente se prestaba a golpear con su mortífero soplo al bello Yosaku, la hermosa presencia de éste hechizará al pérfido espíritu de la mujer de las nieves, cayendo de este modo súbitamente enamorada del novato artista maderero.
Por consiguiente, Yuki perdonará la vida de Yosaku haciéndole jurar que jamás revelará a ninguna persona en el futuro, ni siquiera a su mujer e hijos, el suceso que aconteció en la cueva, dejando que el joven parta así en dirección a su hogar. En caso de que Yosaku no cumpliera dicho juramento ello le ocasionaría la muerte. Una vez llegado al pueblo, Yosaku cumplirá su promesa informando a las autoridades y a la viuda que su maestro falleció congelado durante el transcurso de una dura tormenta de nieve. Así, el aprendiz tendrá que hacerse cargo del encargo que los monjes hicieron a su padre adoptivo, debiendo pues esculpir la figura de una diosa budista, a pesar de las dudas que acechan al joven sobre su capacidad para cumplir este compromiso. Pasados los años, durante una noche de lluvia aparecerá en los alrededores de la casa familiar de Yosaku, una mujer de rostro pálido y tierna belleza que se resguarda del viento bajo el techo de la entrada del hogar. La joven, de aspecto frágil, que parece deambular sin rumbo por estas tierras, aprovechará sus conocimientos de medicina para socorrer a la madre adoptiva de Yosaku de una repentina dolencia que súbitamente aparecerá esa misma noche. De este modo, será invitada a permanecer en la estancia familiar hechizando a Yosaku, que se enamorará perdidamente de ella, contrayendo matrimonio pues con esta enigmática mujer con la que engendrará a su pequeño vástago.
Sin embargo, una serie de acontecimientos perturbarán la incipiente felicidad del matrimonio. Por un lado las amenazas y coacciones del delegado del gobierno encargado de administrar las leyes del pueblo, un ser ruin y despreciable que envidiará la dicha de Yosaku puesto que igualmente se halla enamorado de forma enfermiza de la esposa de éste. Por otro, el acoso del funcionario se acrecentará con la contratación de un diestro maestro maderero que competirá con Yosaku en la construcción de la escultura de madera de la diosa, poniendo así en peligro el servicio asignado al joven. Igualmente, durante una escaramuza en el pueblo dirigida por el delegado del pueblo y sus secuaces, la madre adoptiva de Yosaku fallecerá accidentalmente. Pero, sin duda, el hecho más inquietante será la repulsión que la esposa de Yosaku desatará en la chamán limpiadora de malos espíritus que se encarga de purificar el lugar durante las festividades locales, que repelerá la presencia de la pálida dama al lanzar hacia ella el agua bendecida por los ancentrales ritos budistas. ¿Quién se esconde, por tanto, tras el tierno rostro de la bella mujer del artista maderero?
Bajo esta premisa argumental, Tokuzô Tanaka supo tejer una película visualmente arrebatadora de estilo sumamente teatral de inspiración kabuki, que hila de forma sumamente enriquecedora una hermosa historia de amor imposible más allá de la realidad, revistiendo en este sentido a la cinta con una atmósfera conquistada por el cosmos de los sueños emanados en localizaciones del Japón feudal, en la que apenas emanarán unas pequeñas gotas de cine de puro terror. Estas esencias de J-horror fueron dibujadas por el cineasta japonés gracias al empleo de una iluminación alucinógena que centrará las reminiscencias del miedo en la pérfida y pavorosa mirada del fantasma de hielo, fotografiando así en primer plano los mortíferos ojos del espectro que flota de entre las brumas nevadas del ambiente para arrebatar la vida a sus timoratas víctimas. Estas escenas, magistralmente planificadas, se concentrarán en los primeros y últimos cinco minutos del film, siendo el melodrama romántico por tanto el eje fundacional con el que se edificará el resto de la trama. Pero, el trayecto con el que el director japonés esbozará todo el dibujo de la historia melodramática, lejos de constituir un material de relleno con el que culminar una historia de terror, será lo que acabará convirtiendo a la cinta en una obra magnética que sabe desprender una sugerente epopeya moral que constata el carácter efímero que ostenta la felicidad en ese mundo campesino oprimido por las fuerzas del poder y el dinero, pintando igualmente como la envidia, la coacción y la mezquindad devora la bondad que impera en el hogar del sensible Yosaku.
La visualización del film me ha parecido un auténtico alucine, no solo por la sorpresa que me ha ocasionado encontrarme con una pieza de primera calidad de J-horror bastante desconocida si la comparamos con las grandes obras clásicas de este género de Kaneto Shindô o Masaki Kobayashi, sino también por el excelente planteamiento argumental del film, que opta por hacer descansar la base del mismo en una historia sumamente romántica de tono muy literario que hará las delicias de los admiradores de los cuentos cortos de Edgar Allan Poe, y que avanza poco a poco de forma muy ordenada a fuego lento, dando pequeñas pistas implícitas en sus oníricas imágenes al espectador para que éste actúe como una especie de investigador privado que va adivinando el devenir del desarrollo de la sinopsis, y que culminará con un final formidablemente poético que pone la guinda a un pastel que merece un lugar preferente en los hornos de los fanáticos del cine oriental.
Todo modo de amor al cine.