Grupo de veteranos, misión casi suicida, personalidades que a veces chocan, sentido del humor soterrado… características todas ellas que parecen trasladarnos irremediablemente a la trilogía de Los mercenarios. Lo divertido del caso es que se enuncian todas ellas como si fuera una etiqueta, una marca de la casa inventada por Stallone y sus chicos cuando podemos encontrar este misma tipología a través del tiempo y géneros cinematográficos. Los profesionales y el western ( incluso, aunque sin humor y en versión crepuscular íntima, Sin perdón también valdría como ejemplo), Los violentos de Kelly y el cine bélico. Y así, un largo etc…
Pero si hay un experto en esta clase de lides cinematográficas no es otro que Andrew V. McLaglen. Su extensa filmografía se encuentra trufada de ejemplos de esta índole con películas como Los indestructibles o La brigada del diablo. Centrémonos sin embargo en el trabajo realizado en Patos Salvajes (1978), película que aún sin aportar exceesivas novedades temáticas busca darle una cierta pátina de relevancia y compromiso de carácter ideológico.
Efectivamente, Patos Salvajes repite mecánicamente todos los pasos en este tipo de producciones: reclutamiento del equipo como base de presentación de personajes, descripción del plan, su ejecución con sus inevitables contratiempos, choques entre mismbros del equipo por su fuerte personalidad, giro de guión en forma de traición y exhibición final de camaradería y unidad. No obstante observamos en el film algunas ideas interesantes, como la asunción sin problemas de un personaje homosexual en el grupo. Algo que puede parecer anecdótico pero que dada la fecha de la producción y su temática sorprende por la naturalidad y por su no deriva en forma de chistes baratos de gays. La novedad temática más importante sin embargo es la inclusión de una suerte de denuncia contra el racismo.
A pesar de falsificar ciertos nombres y lugares no es difícil adivinar que estamos ante una película anti-apartheid y que pretende denunciar (de una forma un tanto naïf eso sí) la situación injusta vivida en Sudáfrica. Para ello, además de darle un sentido ideológico al plan, se otorga especial relevancia en el guión a los discursos políticos, a las dudas sobre el que hacer y, sobre todo, dar voz y peso en la trama a un personaje negro (casi metáfora de Mandela) que pretende realizar una denuncia de la violencia como herramienta inútil de cambio.
Así pues son innegables tanto las buenas intenciones de Patos Salvajes como sus irregulares resultados. Sí, estamos ante una película que peca de excesivo metraje, que se toma demasiado tiempo en plantear y desarrollar una trama que no da para tanto y que, demasiadas veces, se notaza forzada en su emsablaje de múltiples personajes, motivaciones y desvíos argumentales. Una película a la que no le hubiera ido mal, quizás adoptar un tono más pulp, al estilo de Aquel maldito tren blindado (Enzo G. Castellari, 1978) y no tomarse tan en serio a sí misma. No obstante estamos ante un producto que, a pesar de los defectos comentados, cumple con su cometido, ofreciendo en mayor o menor medida lo esperado de este subgénero fílmico. Un film que no es un «must», pero que merece ser rescatado, ni que sea por sus atrevimientos argumentales.