El cine soviético clásico, a pesar de los incipientes movimientos de apertura acontecidos en los últimos tiempos gracias a la labor de difusión llevada a cabo por el gigante Mosfilm —prácticamente la única productora que funcionó como una especie de monopolio en los años que abarcaron la dictadura soviética—, continúa siendo un gran desconocido en el mundo cinematográfico occidental. Estoy convencido que aún perduran escondidos en la estantería de la biblioteca fílmica soviética una infinidad de títulos de calidad suprema que dadas las dificultades que conlleva realizar las labores de traducción al castellano de estas obras así como al escaso interés que el cine originario de esta geografía suele suscitar en el cinéfilo medio, difícilmente (y yo añadiría desdichadamente) podremos contemplar en un futuro a corto plazo. No obstante, tenemos la suerte de poder deleitarnos con una serie de magníficas producciones que por medio de la impagable labor de arqueología cinematográfica desempeñada por los fanáticos del cine de la Europa del Este, podrán ser visualizadas en todo su esplendor por todo aquel que desee descubrir estas perlas emanadas de la zona más oriental de Europa. Este es el caso de esa joya del cine histórico georgiano que es Giorgi Saakadze, sin duda una de las primeras piezas del séptimo arte georgiano totalmente independiente de su matriz rusa —la cinta fue esculpida por la compañía de nacionalidad plenamente georgiana Tbilisis Kinostudia—, que se erigió como un monumento al patriotismo y al valor inherente de los pobladores de las tierras del Cáucaso en una época en la que el Ejército Rojo se encontraba inmerso en el furor de las cruentas batallas del Frente Oriental con las tropas nazis en la época más sanguinaria y carnicera de la II Guerra Mundial.
La cinta dirigida por el legendario cineasta pionero georgiano Mikheil Chiaureli —responsable entre otras de la patriotera La caída de Berlín—, se rodó entre los años 1942 y 1943 dividida en dos episodios de duración equivalente que fueron estrenados de manera secuencial en sus respectivos años de producción. De esta manera Chiaureli siguió la senda marcada por las grandes producciones del cine histórico soviético al estilo del Pyotr pervyy de Vladimir Petrov, piedra filosofal de este tipo de producciones que se basaba a su vez en la novela escrita por Aleksei Tolstoy sobre la vida del zar y patriota ruso Pedro el Grande, exhibiendo en pantalla, también en dos episodios separados, todo el lujo, los recursos presupuestarios y la parafernalia inherente a la mítica Lenfilm. No podemos dejar de mencionar igualmente ese símbolo del cine soviet que fue el Ivan el Terrible de Serge Eisenstein, otro claro ejemplo de la espectacularidad fotográfica, trascendental y narrativa de los rimbombantes proyectos cinematográficos del cine histórico de la Europa del Este que comparte con Giorgi Saakadze no pocos paradigmas dialécticos y doctrinales en su empeño por reflejar las luchas internas, el patetismo y el carácter heroico de los auténticos padres de la patria rusa sumergidos en sus luchas internas batidas con boyardos, aristócratas y pueblos bárbaros.
Resulta imposible desligar las intenciones de exaltación del ánimo patriótico que desprende la cinta con su época de producción. Y es que como ya habíamos comentado, Giorgi Saakadze funciona como un vehículo de transmisión de los valores audaces e indomables del pueblo georgiano en plena lucha contra un enemigo externo (en la película los persas y los otomanos, en la realidad de la época eran los nazis que ensangrentaban los caminos del frente oriental), construyendo para ello toda una serie de titánicas y memorables batallas adornadas todas ellas con unas hipnóticas tomas aéreas en grúa que permiten sacar a la luz toda la épica y el salvajismo que segregaban las acciones bélicas del medievo —el director de La caída de Berlín no titubeará en mostrar decapitaciones, desmembramientos de brazos, salpicaduras de sangre así como magnéticas cargas a caballo y engorrosos choques a pie entre los ejércitos combatientes que recuerdan a las fantásticas escaramuzas del Braveheart de Mel Gibson—. Este entusiasmo y furia nacionalista se alzará con el retrato del héroe histórico georgiano que da título a la cinta; Giorgi Saakadze fue un político y militar oriundo de las costas bañadas por el Mar Negro cuyas andanzas tuvieron lugar a lo largo del siglo XVII. Su figura destacaba por su dominio de la estrategia militar, su osadía en el campo de batalla (seguramente mitificada por el boca a boca, generación tras generación), e igualmente por el intrincado juego de alianzas y pactos políticos con el que desafió a la retorcida y oscura nobleza que gobernaba Georgia a espaldas del supuesto regente Luarsab II. A su efigie se atribuye la labor de unificación georgiana, integrando en una única unidad territorial los diferentes reinos que administraban de manera independiente y por tanto con intereses particulares los nobles y señores feudales de este país de la Europa del Este, eliminando de esta manera las tensiones y corrientes de inestabilidad que sacudían a su país. Su mando autoritario se acrecentó gracias al matrimonio concertado entre el Rey de Georgia y la hermana de Saakadze, hecho este que evangelizó al caudillo georgiano como una especie de gobernador de los designios bélicos y jurisdiccionales de su nación.
Sin embargo, la cinta huye de toda intención de constituir un fidedigno documento biográfico con el que elevar a los altares la estampa del mito, optando pues por edificar una epopeya de ficción cincelada a través de dimensiones monumentales que toma prestadas someramente las reminiscencias históricas propias del protagonista para modelar una fábula moral en favor de la exaltación del heroísmo del pueblo campesino georgiano frente a las felonías y traiciones vinculadas al alto linaje de los intrigantes y desleales señores feudales. Así, Giorgi Saakadze se presentará en su primera aparición en pantalla como el único titan de la patria capaz de vencer a los invasores otomanos apoyados por el conspirador consejero del Rey Shadiman Baratashvili (interpretado en una estupenda labor de maquillaje y caracterización carroñera por el magnífico actor georgiano Sergo Zakariadze al que muchos recordarán por su emocionante interpretación en el clásico El padre de un soldado). A partir de esta primera aparición mesiánica del militar georgiano la cinta avanzará con un ritmo vertiginoso y trepidante, que convierten a las tres horas de duración del metraje en un suspiro que pasa en un abrir y cerrar de ojos, adoptando los arquetipos y esquemas de las obras de teatro y tragedias de William Shakespeare. De hecho, podríamos comparar Giorgi Saakadze con la obra de corte romano del genio británico Coriolano puesto que Chiaureli reviste sin ningún tipo de disfraz ni ocultación la trama del film con la misma esencia espiritual emanada de esta tragedia del autor de Hamlet. En este sentido, la película recorrerá a lo largo de la travesía argumental del film el mismo camino que el general romano shakesperiano, comenzando como un héroe militar consejero del Rey de Georgia que ante las envidias y los miedos de que el pueblo se contagie con el nacionalismo que brota de su sombra será injuriado por los nobles encabezados por el pérfido y maligno Shadiman Baratashvili. El escaso rigor intelectual del rey Luarsab II (que para más inri se convertirá en cuñado de Saakadze al casarse con la hermana de este), un regente totalmente absorbido por las maquinaciones de su nobleza, hará caer en desgracia al valeroso Saakadze al que no le quedará otra salida que fugarse con su familia para aliarse con su antiguo enemigo el Rey de Persia convirtiéndose así en un mercenario conquistador de tierras en nombre del Shah. Tras los triunfos tomados en nombre de Persia, Saakadze convencerá a su protector para que le proporcione un destacamento militar con el que liberar a su patria natal de las afrentas surtidas por los alevosos traidores. El Shah dispondrá a Saakadze con un ejército a su servicio, pero como aval de lealtad del general georgiano retendrá en su palacio al hijo pequeño del combatiente caucasiano. Por consiguiente, Saakadze penetrará en sus tierras con el fin de reconquistar la dignidad popular perdida y devolver de esta forma el poder a los campesinos oprimidos por la estirpe señorial, pero dicha osadía será envenenada con calumnias y embustes por parte de la aristocracia gobernante, por lo que Saakadze se verá obligado a elegir entre la supervivencia de su hijo cautivo o a renegar de su ejército para vencer con el alzamiento del pueblo que le considera un traidor las argucias y falacias de los boyardos.
Como se desprende de esta breve descripción de la sinopsis con la que Chiaureli hilvanó esta obra maestra del cine georgiano, la historia toma prestados los argumentos y propuestas del Coriolano de Shapeskeare pintando para ello una atmósfera de notable estilo teatral tanto en lo que se refiere a las interpretaciones de los actores, como al majestuoso vestuario y a los soberbios decorados escénicos, sin duda uno de los puntos fuertes con los que cuenta el film. Mikheil Chiaureli despliega todas sus armas como narrador de historias demostrando su dominio de la puesta en escena y su talento para traducir a un lenguaje marcado por el entretenimiento más afín al cine espectáculo con ciertas gotas de ceremonia teatral una trama de remembranzas históricas colindante con la filosofía trascendental georgiana. La película entra por los ojos gracias a su estilo marcadamente visual apoyado en los hermosos paisajes de los bosques rurales de Georgia como en unos artesanales decorados con un elevado poder de hipnosis que dejan en ridículo a los impostados efectos digitales de las producciones de época del cine actual. Llama poderosamente la atención el ritmo frenético con el que el cineasta georgiano dotó a su criatura fílmica. Por tanto, no nos encontramos en esta ocasión con la típica producción soviética que presta más atención a los hondos diálogos mantenidos entre los diferentes personajes que aparecen a lo largo del metraje que suelen hacer descansar la estructura temática de la misma en el simbolismo poético y el silencio profundo. Todo lo contrario, ya que pese a que en Giorgi Saakadze estarán presentes esas subtramas de intrigas palaciegas y traiciones sumarias tan del gusto de esa forma de concebir el cine en la que siempre hay cabida para ciertas moralejas en favor del carácter inquebrantable de la ideología comunista, convirtiendo como pasaba en Iván el Terrible a los boyardos en la imagen y semejanza de las aves de rapiña que devoran la estabilidad palaciega en su propio provecho individual, estos recursos argumentales únicamente tocan testimonialmente la superficie del esqueleto fundacional del film.
Será pues, la épica medieval con sus batallas, cargas a caballo y peleas a espada armada, así como el reflejo de las luchas internas acontecidas en palacio, pero sin más pretensiones que entretener y mostrar la gallardía de un héroe incorruptible cuya imagen debía servir de estímulo a todos los georgianos inmersos en las crueles fauces de las batallas sufridas durante el desarrollo de la II Guerra Mundial, los principales instrumentos cinematográficos empleados por Chiaureli. Y este punto es lo que convierte bajo mi punto de vista, a Giorgi Saakadze en una película por la que parece no haber pasado el tiempo, pues aún mantiene fresco todo su vigor y riqueza gracias a que su equipo técnico y artístico decidió con buen tino evitar toda índole espuria que alejase el resultado final del principal objetivo que no era otro como ya hemos comentado que el proporcionar un vehículo entretenido, mítico y valeroso al pueblo georgiano. Este fin, visto hoy en día ha mutado, convirtiendo a la cinta en un puro espectáculo que señala la capacidad que tuvo la industria cinematográfica soviética (en este caso particular, georgiana) para elaborar un producto apto para erigir, mezclando el teatro clásico shakesperiano con la mitología medieval soviética, una película que disfruta de toda la esencia del cine de estas latitudes gracias al hecho de estar surtido con unos ingredientes que saben mezclar con desparpajo el virtuosismo técnico con la mera diversión escapista. Sin duda un clásico que degustarán con un exquisito aroma a Vega Sicilia los aficionados al cine soviético más escondido y espectacular.
Todo modo de amor al cine.