Aunque Juliette Binoche haya sido uno de los motivos (sino el principal) de que Mil veces buenas noches haya resultado su carta de presentación en este país —lo cual resulta cuanto menos vergonzoso, teniendo en cuenta que Erik Poppe venía de rodar en 2008 una de las mejores películas del cine noruego reciente—, lo cierto es que la carrera del de Oslo ya llevaba unos cuantos años en marcha, desde que presentara en Berlín su debut Schpaaa, con el que a posteriori ganaría dos de los premios principales en Fantasporto.
Más tarde, Poppe continuaría su periplo con una Hawaii, Oslo en la que quedaban claras unas constantes y con la que, además, ganaría en los Amanda Awards —uno de los premios más importantes de la industria noruega— a Mejor película, pero no sería hasta 2008 cuando su lanzamiento resultaría definitivo, y es que aunque Aguas turbulentas (o Troubled Water, que es quizá como la podríamos identificar en marco patrio ya que el título en español no es más que fruto de su estreno en tierras argentinas) no se hiciera con grandes premios a nivel internacional, en ella quedaba demostrado que, con el tiempo, Poppe podía llegar a ser uno de los grandes talentos del cine nórdico.
Quizá (y digo quizá) ese fuera el principal motivo por el cual el realizador haya terminado trabajando con actores internacionales de la talla de Binoche o Coster-Waldau, y es que si echamos la vista atrás en el cine de Poppe, se echaba en falta un nervio y un aspecto más sólido que probablemente haya ido adquiriendo con el tiempo y a raíz de sus colaboraciones con el guionista Harald Rosenløw-Eeg (responsable de otros libretos como el de la Blodsbånd de Marius Holst o el thriller criminal Uro), autor único del guión de Aguas turbulentas tras firmar conjuntamente el de Hawaii, Oslo junto al propio Poppe.
Otra de las facetas que pueden haber terminado haciendo explotar el cine del noruego sería su colaboración con el director de fotografía John Christian Rosenlund, que ya colaborara con él en Schpaaa (cuyos defectos se encontraban más bien en la escritura que en un apartado técnico lejos de poder ser valorado en condiciones, menos tratándose de un debut), pero que con el tiempo se ha convertido en un habitual del cine de Bent Hamer y nos ha dejado joyas (a nivel visual, se entiende) como Den Brysomme Mannen de Jens Lien.
Aunque ambas afirmaciones no dejan de ser presunciones, uno puede observar como el juego narrativo propuesto en Aguas turbulentas funciona mucho mejor que el relato coral (y casual) de Hawaii, Oslo —aunque, admitámoslo, para llevar un film de estas características hay que ser un genio (véase Robert Altman)—, y que el trabajo en torno a su personaje central otorga un empaque mucho mayor del que pueda ofrecer una historia bifurcada en demasiadas direcciones que apenas presta atención a aquello que Poppe llevaba intentando desarrollar desde el inicio de su carrera. Por otro lado, la constancia de que el trabajo fotográfico realizado por Rosenlund otorga un aspecto que hasta aquel momento el cineasta había intentado trabajar en sus films sin demasiada fortuna, resulta casi una evidencia: basta con observar el poderío que poseen algunos de los fotogramas de Aguas turbulentas o, yendo todavía más lejos, basta con fijarse mínimamente en la planificación de secuencias tan sencillas como un simple plano/contraplano en algunos de los diálogos del film, que no sólo resultan trabjados de un modo concienzudo, además logran acaparar esa realidad presentada por Poppe y envolver al espectador, como logrando que sea uno más en el particular drama de su protagonista.
Ese drama, desarrollado a través de una figura adolescente quebrada por un acto que le perseguirá en el presente, cuando abandone el correccional para emprender su primer trabajo como organista en una iglesia regentada por una joven madre que ejerce como sacerdotisa en la misma, vuelve a poner sobre la mesa temas que Poppe había dejado patente que eran de su interés. De este modo, el retrato de una infancia (o adolescencia) truncada por un error del pasado que deberá ser redimido en el inicio de una nueva vida, bien podría ser la verdadera piedra angular del autor de Hawaii, Oslo, que siempre había desarrollado temas cercanos a ese pero sin buscar dotar de un tono homogéneo al propio relato (como en su segundo trabajo) o llegar hasta el fondo del mismo (como en Schpaaa).
Aguas turbulentas podría ser, en ese sentido —y como lo es para el protagonista—, una suerte de acto redentor para el propio cineasta, que constantemente ha mostrado en su paleta un interés en el reflejo de infancias desdichadas (ya sea por factores externos —aunque esto se antoja prácticamente inevitable en casos así— o que atañan al propio comportamiento del infante en sí), y que además en su tercer largometraje demostraba una madurez y una sensibilidad (que no sensiblería) insólitas para tratar un tema complicado, huyendo además de morales rancias (como pone en boca de esa mujer que será un nuevo camino para Jan Thomas, el protagonista, cuando dice no estar segura de la importancia del perdón, pero sí de la reconciliación) y sabiendo manejar un personaje de las características del de ella sin necesidad de que uno sienta que el perfil del mismo es meramente aleccionador (aunque, para qué mentir, en la situación del protagonista debe serlo en cierto modo debido a su reclusión durante tanto tiempo).
Todo ello lo concreta Poppe tanto en sus diálogos, de entre los que destacan los entablados por la pareja formada por Jan Thomas y Anna, como en las imágenes, haciendo especial hincapié en la figura de ese organista y en esa angustia interna —algo que parece cada vez más común en el cine noruego, a juzgar también por el cine de Joachim Trier— manifestada a través de un simple espejo partido en dos o de esos primeros planos desenfocados, así como en el modo de refugiarse de quienes lo rodean debido a su pasado —como el momento en que Anna le pregunta sobre él y terminan separados por la tela de una cortina—.
Y es que si hablaba precisamente de Aguas turbulentas como uno de los mejores títulos del cine noruego de los últimos años (sólo el Oslo, 31 de agosto de Trier o, quizá, Historias de cocina del ya citado Bent Hamer, podrían estar por encima), es en especial debido a la madurez alcanzada por un cineasta capaz de narrar la segunda mitad de film partiendo de una elipsis temporal que nos sitúa en otro contexto, no sólo logrando que ello no repercuta de forma negativa en la obra, sino consiguiendo que esa parte del relato logre complementar y, en especial, completar unos primeros sesenta minutos ya muy notables.
La presencia de un joven Pål Sverre Hagen (que más adelante se daría a conocer en Kon Tiki), autor de una grandísima y contenida interpretación, secundado por el buen hacer de la bastante más veterana Trine Dyrholm, es el broche de oro de una película en la que todo parece funcionar a la perfección, y donde ese pequeño filón narrativo explotado por el guionista de Poppe termina por trenzar una conexión que otorga, además de coherencia a una historia cuyo fin se puede incluso anticipar sin que la desmerzca en absoluto, el marco perfecto para hacer de Aguas turbulentas uno de esos sólidos (más si cabe) títulos en los que perderse dos horas no puede ser sino un placer.
Larga vida a la nueva carne.