La única forma que se me ocurre de abordar Llenar el vacío desde una perspectiva interesante es entender dicha película como un producto sujeto a crear debate: una discusión concerniente a la oposición entre dos conceptos a menudo enfrentados. Hablo de la abstinencia a realizar juicios morales en nombre del respeto hacia una cultura ajena frente a la prevalencia de ciertos “valores universales” ante determinadas costumbres en cierto modo polémicas. En el caso presente nos encontramos ante aspectos como los matrimonios concertados y la honorabilidad del individuo como consecuencia del acatamiento de unas normas preestablecidas. Está, por ejemplo, el hecho de que el matrimonio de Shiba se convierta en un tema de discusión acerca del cual toda la familia parece tener algo que decir. ¿Es este el caso de una descarada violación de privacidad o sencillamente es una forma distinta de entender las reglas sociales? En esta discusión entrarían en juego debates acerca de la conformidad hacia este hecho por parte de la persona afectada (es decir, Shiba) y, en caso afirmativo, seguramente aparecerían nuevos interrogantes acerca de sus motivos: ¿se trata de una conformidad sincera o únicamente de la aceptación de un rol motivada por la presión de una costumbre soportada por una tradición injusta?
Probablemente no diga nada nuevo al afirmar que se trata de un debate entre dos bandos difícilmente conciliables. Para bien o para mal, todavía no existe ninguna fórmula universal capaz de fijar cual es el punto exacto en qué una tradición se convierte en maltrato o en qué momento una costumbre pasa a ser una imposición injusta. Tal vez algunos apelarían al tiempo, a una (supuesta) evolución del pensamiento e ideales que tarde o temprano colocará en el la posición debida a cada una de las culturas (en el aire queda cual es esta, así como también la posibilidad de que algunas sociedades hayan logrado ya este hito). Ante dicho debate y centrando ahora toda la atención en la película que nos ocupa, un servidor opta por un tercer posicionamiento: más allá de la posible legitimidad de las acciones que contemplamos en este relato, más allá incluso de la posibilidad de que dichos acontecimientos respondan a una jerarquía social injusta, nada de lo que se nos cuenta en Llenar el vacío despierta en mí el más mínimo interés. Entiéndase que no me refiero a la cultura en sí ni tampoco al tipo de vivencia del colectivo social al que la película remite, sino que me refiero exclusivamente al insustancial culebrón televisivo que es la opera prima de la directora judía ortodoxa Rama Burshtein.
Por una parte, el posicionamiento de la narradora enfrente a los hechos que esta nos muestra resulta tan poco comprometido que toda posibilidad de debate queda completamente anulada. Por otra, tanto la estructura del relato como su ejecución formal son tan insustanciales que lo único que nos queda es una película de enredos propios del más convencional culebrón televisivo, solo que ahora trasladados a una cultura algo desconocida por el sector occidental. Es decir, Llenar el vacío no funciona ni como ejercicio reflexivo sobre la moralidad de las costumbres de un colectivo social ni como exposición objetiva de una serie de acontecimientos destinados a despertar nuestro interés (entendiendo esto último como lo mínimo que se espera de cualquier producto cinematográfico). Es por ello que un servidor opta por entender esta película como un periscopio a través del cual podemos observar una cultura que nos es ajena, lo que convierte a Llenar el vacío en un objeto únicamente interesante para aquellos que desconozcan el estilo de vida de determinado sector social. Más allá de este hecho, no encuentro motivo alguno para reivindicar cualidad alguna de este producto, pues su valor artístico me parece absolutamente inexistente.