Si me preguntaran qué película japonesa es mi preferida de entre tantas obras de gran calidad que nos ha dado el cine japonés (mi país de producción cinematográfica favorito) diría sin lugar a dudas que Humanidad y globos de papel (Ninjo kami fusen, 1937) dirigida por el director “maldito” Sadao Yamanaka, un realizador que murió a los 29 años en un caso semejante al de Jean Vigo, dejando pocas películas disponibles a día de hoy ya que la mayoría están completamente perdidas (3 es el número exacto de negativos supervivientes). Yamanaka compartió con los grandes realizadores de su época como Ozu o Mizoguchi el desarrollar el género «jidaigeki» o, lo que es lo mismo, dramas de época y en este caso de la época “Edo” que duró de 1603 a 1868 y es dónde se desarrolla la cinta que me dispongo a comentar. Dramas en los que se conjuga la comedia en rasgos menores pero siempre presente junto a la fatalidad y dureza de la época. Parte de la grandeza de esta cinta estriba en que es un film circular dado que empieza igual que acaba y enmedio nos ha contado una historia que pudo haber ocurrido, está ocurriendo y seguramente ocurrirá no mucho después.
En un barrio en las afueras de Tokyo la cámara se detiene en un vecindario pobre, digamos que es una corrala de casas típicas japonesas y que todos los vecinos se conocen a la perfección. La historia comienza con el suicidio de un vecino de la corrala, un samurái venido a menos que no ha podido hacerse el harakiri (se ahorca) no porque no haya querido sino porque no ha podido, su katana debido a la pobreza era de bambú. Después de la presentación de esta situación la historia se bifurcará en varias tramas que al final se unirán en un final aterrador. La primera es la de un peluquero llamado Shinza que ya no ejerce la profesión y que se dedicará a organizar timbas ilegales en el barrio en el mejor papel de todo el film. La segunda trama es la de Matajuro Unno, un samurái también en horas bajas como el que se suicida al comienzo que ahora es un ronin (un samurái sin maestro) que vive con su mujer (quien se dedica a hacer globos de papel) en la casa de al lado de Shinzo. Matajuro es un «outsider» ya que no comparte vínculos con sus vecinos, todo lo ve en la distancia, al principio no interviene en los actos comunitarios y vislumbramos que ha perdido su posición de samurái por problemas con la bebida. Y la tercera historia concierne a una casa de empeños en la que se juntarán todos los peces gordos del lugar e intentarán casar a la protegida del señor Mori (la señorita Okoma) con el hijo de un famoso samurái. La crítica de Yamanaka a las clases altas es bien clara, denunciando las atrocidades que cometían en la época feudal y que en tantas películas de los maestros japoneses hemos visto. Siempre intransigentes, haciendo lo que les place y olvidándose de que sus vecinos son personas con corazón y alma.
Apenas 84 minutos de cinta y podría estar escribiendo sin parar acerca de todas las aristas de esta gran historia, aunque sea preferible centrarse en la esencia del film. Como he dicho, estos «jidaigeki» aúnan comedia y drama —aunque no a partes iguales—, pero debo destacar toda la comedia negra que desprende el film con comentarios jocosos en los funerales y después de las muertes de sus vecinos. Estos residentes casi desean que suceda una desgracia para celebrar, algo que vemos al comienzo cuando disfrutan del sake y pescado después del suicidio. Hay un personaje fuente de comedia para el espectador, un vecino ciego que parece que ve perfectamente y nos sacará una sonrisa de vez en cuando. La parte del drama llega con más fuerza a partir de los primeros 20 minutos cuando las historias están presentadas. Matajuro Unno, el samurái, vaga por la vecindad buscando al señor Mori, el cual en el pasado fue ayudado por el padre de Matajuro para ser lo que es ahora, un hombre con posibilidades. Matajuro intenta durante toda la cinta darle una carta que escribió su padre para que le ayude en su futuro, pero sin fortuna ya que el señor Mori le da largas hasta en 3 y 4 ocasiones e incluso manda que lo echen a patadas de la casa de empeños. Matajuro lucha por su carta y su futuro pero no le vemos en ningún momento capaz de tornar la situación, es un hombre que ha perdido la ilusión, su desencanto por la vida ha aumentando a niveles demasiado altos.
Esta película versa sobre el honor, y ese honor lo encarna el peluquero. La dignidad de Shinza no la posee Matajuro que se da por vencido aunque a lo largo de los 84 minutos los dos personajes se ayuden mutuamente en peleas; cuando Shinza es perseguido por los secuaces de Yatagoro (el dueño de la tienda de empeños) por sus actividades ilegales, o cuando juegue su mejor carta que obtiene a mitad de película y que sirve para recuperar todo el pundonor perdido ante la alcurnia japonesa. Shinza, pese a ser perseguido por los hombres de Yatagoro a lo largo de toda la cinta, sigue en sus trece y se mantiene organizando timbas ilegales a instancias de los capos del barrio, lo que le lleva a ser un héroe para sus vecinos y amigos que al comienzo lo ninguneaban. Este cambio de los vecinos para con Shinza viene precedido por un hecho arbitrario. La protegida del señor Mori, la señorita Okoma, queda en medio de una noche de lluvia atrapada en un lugar sin paraguas, el peluquero aparece y entonces ve la oportunidad de recuperar su orgullo por lo que Shinza captura a Okoma y la lleva a la corrala donde la esconde en casa de Matajuro, que le devuelve el favor de la pelea del principio en la que lo salvó.
Toda la trama puede parecer confusa para alguien que no ha visto el film pero es necesario desarrollar estos pasajes para entender la esencia del mismo. Shinza ahora posee el poder y no le importa que todos los hombres que giran alrededor de la tienda de empeños sepan que él ha sido el autor del secuestro, ahora tiene la sartén por el mango. En este momento pasamos a los mejores 20 minutos finales que un servidor ha visto en pantalla. Venganza, dignidad, camaradería, desesperación, integridad y muchos adjetivos más consiguen que esta película emane tintes épicos sin batallas, sin grandes escenarios y sin necesidad de ser espectacular. El final será una redención al menos para un personaje y se contrapondrán dos estilos diferentes: uno más glorioso, el otro más pesaroso, pero al fin y al cabo terminarán de la misma forma.
Jamás había visto tanto pesimismo y tanta tristeza, pero tristeza que te haga disfrutar a la vez, que te sientas satisfecho de que el género humano puede actuar de esta manera, que quedan personas que aún en la adversidad y en las peores situaciones saquen lo mejor, es decir que mueran con las botas puestas. Últimos fotogramas, los vecinos amanecen un día más con la muerte de miembros de su vecindad, una nueva celebración está en camino y mucha gente se preguntará por qué, pues porque la vida vivida de esa manera no merece la pena y aquí el refrán “Es mejor morir de pie que vivir de rodillas” se hace eco en el final, y quién pasa al otro mundo conseguirá la auténtica paz, será feliz por siempre, sin preocupaciones sin tener que mendigar que te compren peces de colores o globos de papel por las calles de tu barrio, un globo de papel que será la última imagen que veamos de este monumento y que baja por un riachuelo como la vida misma, la metáfora perfecta de que todo tiene que parar en el mismo lugar.