Alex van Warmerdam es un autor bastante marginal fuera de sus fronteras. Sin embargo posee una de las filmografías más atractivas y personales del cine europeo contemporáneo. Si hay algo en lo que destaca especialmente el universo del director de Borgman (su obra con mayor repercusión mediática fuera de los Países Bajos) es en la presentación del humor absurdo (basta con decir que una de sus películas está protagonizada por un vestido que va cambiando de dueña) y sombrío, aderezado con pequeños tintes de género fantástico, y un espacio trascendente para la sexualidad (la mayoría de veces disfuncional). Desde su primera película (dirigida en 1986), lleva realizando propuestas con un sello personal e intransferible, aunque su universo posee alguna pequeña conexión con el Luis Buñuel más delirante y onírico (el de El fantasma de la Libertad y El discreto encanto de la burguesía). En su cuarto filme, participante en el festival de Cannes en la sección Un Certain Regard, van Warmerdam hace de todo: escribe (inspirado en una obra de teatro suya), dirige, tiene un papel muy importante como actor, y compone una banda sonora con mucha más presencia acompañando las imágenes que en sus últimos filmes, donde aparece de manera mucho más testimonial.
La cinta arranca presentando a un campesino analfabeto de 45 años que vive en una casa de campo con un granero, una pequeña parcela donde cosecha verduras, corta leña, y alimenta a unas gallinas y una cabra. Un personaje cuya gran afición es pescar y cuidar de un enano de jardín por el cual siente absoluta devoción. Su oronda esposa está cansada de tener que leer en voz alta los subtítulos de las películas extranjeras que emiten en televisión, y decide contratar a una profesora para que aprenda de una vez a leer y escribir. Sin embargo, como era de esperar, el marido termina enamorándose la profesora, una mujer más joven y atractiva de apariencia tímida y delicada, que no soporta ser tocada por desconocidos, que contrasta con la aspereza de los modales de la esposa del campesino, una mujer agobiada por un trauma infantil con las salchichas de caballo. La esposa comienza a sospechar que la relación profesora-alumno va más allá, pero tras la inquietud y desconfianza iniciales reprime su odio hacia la profesora entusiasmándose de un modo inusitado con la relación extramatrimonial, y decide proponerle a su marido una idea descabellada para acelerar el proceso amoroso. Pronto percibiremos que esta actitud forma parte de un plan aún más oscuro que desembocará en la aparición del personaje que da título a la película.
El director de Los norteños, sin abandonar su complejidad y su sello intransferible, presenta la trama más sencilla de su filmografía en una tragicomedia sobre el fracaso personal, las luchas de poder, la manipulación, y la mezquindad, que también se preocupa por los papeles y los vínculos que traen consigo la convivencia humana. Little Tony es una propuesta cargada de diversión, de sensualidad, de ambigüedad, de violencia y de situaciones desconcertantes; protagonizada por personajes apesadumbrados, dominados por unas frustraciones que degeneran en sadismo, y con proclives cambios de humor. Unos seres que dependen de otra persona y buscan desesperadamente el amor en sus múltiples formas, pero lo hacen con unos resultados poco satisfactorios para su ego. Los tres personajes principales son presentados, sin anotaciones sobre su pasado, como modelos estereotipados para incidir en el contraste de sus personalidades bien diferenciadas. Dan la sensación de ser unos seres aparentemente normales (aunque continúen estando como una chota) que parecen más cercanos y terrenales que los del resto de su filmografía; en la que además suele haber menos continuidad y más detalles aparentemente irrelevantes utilizados como mero ejercicio de cariz surrealista, que en esta ocasión vienen representados por una carrera ciclista por la aldea que aparece de fondo en varias ocasiones. El autor neerlandés se recrea con su misántropo sentido del humor en la incomodidad propiciada por el tono excéntrico de unas situaciones subyugadas por los absurdos anhelos, manías y celos de unos personajes patéticos, retraídos, y atorados de desesperación existencial, cuyas motivaciones quedan bastante difusas, como suele ser habitual en el proceder de van Warmerdam, un autor que se ampara frecuentemente en el desarrollo del perverso e hilarante argumento, mediante los matices y el enfoque; cuyo sentido resulta mucho menos apasionante que la exposición en sí de los acontecimientos.
Aunque la cinta está dotada de diálogos suculentos y un incuestionable aroma teatral, van Warmerdam cree en el poder de la imagen por encima de la palabra para crear un universo donde casi todo es posible y en el cual da gusto perderse. Formalmente, destaca el manejo inquieto y habilidoso de la cámara que se detiene en unas brillantes tomas estáticas, con un excelente trabajo de cámara y edición, renunciando la mayor parte del tiempo al uso de los primeros planos para evitar que los gestos de sus personajes delaten sus intenciones; y con una evidente influencia pictórica que no esconde su pasado como pintor. Sorprende una espectacular escena de acción en el granero, teniendo en cuenta su minimalismo y bajo presupuesto. Marc Felperlaan, el director de fotografía de los tres primeros filmes de van Warmerdan (que finalizó su colaboración en esta cinta) se maneja de maravilla en los espacios cerrados y en los escenarios naturales de la campiña holandesa, presentada con matices soleados y vivos, y un buen uso de las luces y las sombras. En las escenas de interiores, que copan la mayoría del metraje, los auténticos protagonistas son las puertas y ventanas que son abiertas y cerradas continuamente por los tres personajes. Siempre hay un tercero que observa, a través de una mirilla o una ventana, las conversaciones y las acciones entre dos personajes; recuperando su obsesión por el voyeurismo, que alcanzó sus cotas más elevadas en Los norteños con los habitantes de aquel extraño pueblo que se situaban, sin pestañear, en la ventana de una mujer enferma para comprobar su estado.
A falta de ver Grimm, Little Tony supone uno de los trabajos más logrados de van Warmerdam en su faceta como actor, demostrando una capacidad innata para meterse en el pellejo de patéticos antihéroes. Una vertiente que ha explotado en todas sus películas reservándose los roles más grotescos de su ya de por sí oscura galería de personajes: es el protagonista de Abel que nunca había salido de casa e intenta cazar moscas con tijeras, el cartero que abre la correspondencia y espía a todo el pueblo en la divertidísima Los norteños, el depravado revisor de trenes y asaltador de habitaciones en sus ratos libres de la desconcertante El vestido, el protagonista de Camarero que mantiene una línea directa con el guionista de la cinta, el hermano de la inquisitoria enferma que ejerce las funciones de perro en Los últimos días de Emma Blank, y el conductor de la excavadora que pone patas arriba el jardín en la reciente Borgman. Sin embargo, el auténtico alma de la película es el personaje de su esposa. Annet Malherbe (la devota religiosa enferma en Los norteños, y la falsa doctora de Borgman) es la mujer en la vida real de van Warmerdam y ha participado, siempre con brillantez, en la mayoría de sus filmes. Aquí mantiene una sonrisa tan simpática como inquietante en su rostro mientras acecha a los nuevos enamorados y lleva a cabo su maquiavélico plan, que unido a su sobrepeso y a sus arrebatos de ira, le proporcionan un aire a la descerebrada hermana de Tony Soprano.
Además de la curiosidad mirona y el humor absurdo presente en todos sus filmes, el director de los Países Bajos repite con situaciones vistas en algunos de sus trabajos (sexo socarrón, personajes manipulados, vestidos que cambian de dueña, o individuos que deciden emigrar a Australia). Como suele ser habitual con el cine de van Warmerdam, el espectador no sabe si reír o agobiarse ante las situaciones excéntricas que expone. Uno de sus grandes méritos estriba en que, a pesar de su indudable hermetismo, sus obras resultan relativamente accesibles creando una experiencia única para el espectador, experimentando con sus expectativas mediante situaciones poco comunes y un aura de misterio en la forma de desarrollar la historia (que aquí nos remite a Alfred Hitchcock pasado por Luis Buñuel). El director centroeuropeo cambia con frecuencia de tono sin apenas inmutarse (especialmente de la comedia de corte surrealista al drama más opresivo). Desconozco si este sentido del humor tan particular tiene que ver con el carácter neerlandés, ya que mis escarceos con el cine del país de los tulipanes fuera de la filmografía de este insólito autor son muy leves (algunos filmes de la primera etapa de Paul Verhoeven, Carácter de Mike van Diem, El holandés errante de Jos Stelling, y poco más), aunque es cierto que en todos estos filmes asoma un humor siniestro muy acentuado y sordidez a borbotones.