Nunca antes había visto una película húngara hasta que hace ya bastantes años tomé prestada de la biblioteca pública de mi barrio una película que parecía a nadie interesaba por lo bien cuidado de su envoltura así como por el hecho de que todos los días que acudía al centro para elegir películas para visualizar, la cinta aparecía como un monolito inamovible en los estantes del lugar ante el escaso interés del público por la misma. La cinta en cuestión se titulaba Mephisto y según rezaba en la sinopsis dictada por la distribuidora de DVD que la comercializaba era la primera parte del tríptico dirigido por un cineasta para mí desconocido en esa época llamado István Szabó sobre la decadencia del Imperio Austro-Húngaro, trilogía que se completaba con El coronel Redl y Hanussen, el adivino (cintas que por cierto también se encontraban en la biblioteca a disposición del público que eludía adquirirlas en préstamo). La película me cautivó de tal manera que devoré en pocas semanas la mencionada trilogía, la cual convirtió desde ese momento a su director en uno de mis autores imprescindibles. Y es que Szabó es sin duda el cineasta húngaro más popular (con permiso de la reciente popularidad de Béla Tarr) así como uno de los principales promotores de la internacionalización de ese cine de autor que emergió en el país magiar en los años sesenta. De una biografía ciertamente compleja (hace pocas fechas se descubrió que Szabó formó parte de la policía secreta comunista que surgió tras el fallido golpe de 1956, según el propio cineasta como contraprestación para poder salvar su vida así como la de algunos compañeros de profesión), el cine de Szabó me cautiva profundamente por ser eminentemente un fresco histórico que narra de forma fidedigna los acontecimientos sucedidos en su país natal desde la finalización de la II Guerra Mundial hasta nuestros días. No hace falta pues acudir a sesudas universidades ni comprar plomizos libros de historia húngara para hacer aflorar la memoria magiar de la última mitad del siglo XX: basta con visualizar las mejores cintas de Szabó para poder lograr este objetivo y eso es algo que le encumbrará en los anales de la historia del séptimo arte.
En este sentido, Padre (Apa) forma parte de esas obras pequeñas de puro cine de arte y ensayo magiar que engalanan la filmografía del de Budapest. Como sucedía en las mejores cintas de Szabó, la misma ofrece un retrato oscuro de tintes mágicos y oníricos exhibiendo bajo el revestimiento de una historia de ficción la evolución de la realidad más cercana acontecida en la Hungría de posguerra hasta llegar a los años sesenta en los que se filmó la película. Padre (Apa) fue el segundo largometraje de Szabó, el cual no pudo elegir un disfraz más romántico para narrar su fábula, ya que la cinta adoptaba la forma de un sencillo y realista cuento de hadas narrado a través de los recuerdos de infancia de un niño que tras perder a su padre justo en el momento en el que los aliados vencieron a las tropas nazis evocará a la figura imaginaria de su progenitor para mentir a sus compañeros acerca de los acontecimientos históricos que van surgiendo en el discurrir de su existencia.
La cinta arranca con unas potentes secuencias documentales que reflejan los devastadores efectos de los bombardeos nazis sobre la ciudad de Budapest (un recurso de estilo muy empleado por el cineasta magiar este de insertar imágenes documentales en medio de la ficción planteada) que acabarán en un bello plano de la celebración de un funeral en medio de un triste cementerio. Se trata del entierro del padre del protagonista, un fantasioso infante llamado Takó. Así la voz madura del infante actuará como narrador omnisciente informando al espectador que su padre falleció de un ataque cardíaco mientras trabajaba en el hospital donde hacía labores de galeno justo en el instante de la rendición nazi en la ciudad de Budapest. De este modo, Takó quedó huérfano del cariño paterno quedando la figura del mismo ausente en su memoria consciente, pero totalmente viva en la inconsciente. Así el soñador Takó imaginará a su padre adoptando distintas formas, desde la de un héroe de guerra partisano, la de un convencido judío, la de un médico infalible capaz de resucitar a los muertos, la de compañero de aventuras de su profesor en sus escaramuzas con los nazis o la de un aventurero médico que cruzó en bicicleta las llanuras de la Alemania anterior a la II Guerra Mundial.
Todos estos relatos emanarán de la mente de Takó conforme a la necesidad de las circunstancias, utilizando pues las mentiras representadas por la figura alegórica de su padre para obtener sus objetivos. La figura imaginaria del padre se convertirá en ese héroe idealizado por sus compañeros de clase que en el caso de Takó revestirá la forma de una sombra impostada surgida de su innovadora imaginación, la cual vive aún dentro de los felices trayectos del universo infantil. Sin embargo, la imaginación no siempre podrá vencer a la triste realidad, de modo que las historias esbozadas por la mente de Takó se irán impregnando con los acontecimientos desencadenados en la Hungría de posguerra. De este modo, la cinta trazará una maravillosa parábola que describirá de una forma muy potente la historia de esa Hungría enterrada por las bombas nazis emergida a la superficie por las ansiosas apetencias del Partido Comunista magiar. En este sentido fantástica es sin duda esa estupenda escena que representa la ascensión al poder del comunismo simbolizada por la sustitución de la Escuela Católica a la que asiste Takó en la que imparte maestría un profesor eclesiástico por la de una Escuela Estatal y comunista en la que el tradicional cura será reemplazado en las labores de maestro por una sensual y atractiva joven profesora que hará despertar las incipientes apetencias sexuales entre sus alumnos, impartiendo la doctrina del partido entre éstos con la celebración del nombramiento del delegado de clase, cargo que Takó logrará gracias a sus embustes acerca del antepasado partisano de su padre.
Especialmente acertado es el retrato efectuado por Szabó de los cambios estructurales experimentados en la Hungría de los años cincuenta como por ejemplo la ejecución de los criminales de guerra nazi (escena especialmente cruda esta en la que se muestra la ejecución real de varios nazis en un documental exhibido en el cine al que asisten Takó y su madre) o la subida al poder el Partido Comunista reflejado con una inteligencia supina por Szabó a través de una jornada festiva en la que los desfiles militares comparten escena con los inocentes juegos infantiles interpretados por Takó y dos hermanos de procedencia aristocrática cuya eminencia pasada ha sido despojada de valor ante los nuevos vientos que afloran en el ambiente.
Tras esta primera parte de atmósfera claramente onírica, Szabó dará un giro de 180 grados a la ambientación de la cinta con la llegada a la madurez de Takó. La mayoría de edad de nuestro héroe supondrá un cambio de tono en el estilo del film pasando pues a partir de este momento a ostentar el mismo un halo marcadamente realista con ciertos tintes de pesimismo conquistado por el vacío existencial. La figura idealizada del padre dará paso al conocimiento de su auténtico temperamento, la de un médico de pueblo de personalidad y saber humildes ajenos pues a todo resplandor heroico. El padre de Takó formaba parte de esos Don Nadie cuya presencia se pierde entre la multitud, adoptando de este modo ese ídolo desconocido elevado a los altares por su vástago el verdadero rostro de la realidad cotidiana que no es otro que el de la rutina y la tristeza existencial. La inocencia infantil ha sido devastada por la cruda realidad que supone abandonar los felices espacios de la inocencia que representa la niñez. Szabó colorea este tierno viaje tantas veces relatado en el mundo del cine con una sensibilidad supina empleando los mandamientos del cine de autor de trincheras basando su receta en un emocionante humanismo ajeno a sensiblerías y sentimentalismos.
De este modo, el Takó adulto descubrirá las mieles del fracaso como miembro beligerante de las revueltas estudiantiles que clamaban un cambio en la forma de gobernar la Hungría de los cincuenta y que fueron destrozadas por las fuerzas gubernamentales en 1956 (fantástico sin duda este tramo del film en el que Szabó relata de una manera muy poética la derrota del idealismo estudiantil ante el poder de destrucción del ejército comunista). Tras esta derrota, Takó conocerá el amor verdadero gracias a su participación como extra en una superproducción cinematográfica de la potente industria húngara versada sobre el Holocausto Judío. La ficción del cine que se emparenta con su mentirosa imaginación será el puente hacia la felicidad de Takó, que conocerá así a una joven y atormentada judía que igualmente participaba junto a Takó como extra. De esta manera tan bonita Szabó desvelará que el cine es uno de los pocos caminos habilitados para la felicidad de los perdedores del sistema, lanzando una hermosa metáfora acerca de los beneficiosos efectos que el uso racional de la ficción puede conllevar para vencer los obstáculos de la depresión.
Padre (Apa) constituye por tanto una bella fábula sobre la pérdida de la inocencia que explora los cambios sufridos por Hungría a lo largo de veinte años a través de la mirada desprovista de rencor de un fantasioso niño. La cinta fue considerada por gran parte de la crítica europea de la época como una de las películas más importantes de la historia del cine europeo gracias a su novedoso planteamiento lírico totalmente innovador en aquellos tiempos. La poesía de las imágenes desprendidas por la cinta descansa en una preciosista fotografía en blanco y negro que evoca a tiempos pretéritos así como a un inteligente e irónico sentido del humor que otorgan al film un espíritu humanista que se empapa en el alma del espectador. Una cinta desgraciadamente muy olvidada que merece una clara reivindicación.
Todo modo de amor al cine.