Ol Parker presenta su segundo trabajo tras las cámaras como una suerte de mezcla entre dos estilos. El primero es el cine de marca independiente (todavía algo reciente) interesado en las pequeñas tragedias, analizadas desde un prisma desenfadado (no me atrevo a decir cómico) como venían a ser Juno, Pequeña mis Sunshine o la más antigua La boda de Muriel. El segundo no es otro que la tragedia clásica; este tipo de historia centrada en un acontecimiento dramático, interesado en analizar la psicología de sus personajes usando dicho acontecimiento como ola desencadenante de reacciones imprevisibles. En resumen, lo que encontramos en Ahora y siempre es una película que no pretende usar la tragedia como un contexto circunstancial y destinado a desenmascarar rincones psicológicos escondidos en los personajes, sino como un concepto fuertemente arraigado a la tesis de la película; al mismo tiempo que Parker, lejos de ver la tragedia como un pozo de dolor sin fondo, presenta a la misma como una circunstancia inevitable a la que algunos deben enfrentarse para bien o para mal, sin que ello signifique una garantía de sufrimiento eterno.
De ahí que el director de Rosas rojas se tome su tiempo en presentar la situación contextual de sus personajes, desde la fría (y algo resignada) aceptación de la inminente llegada de la propia muerte por parte de Tessa, pasando por el escepticismo con que su hermano pequeño mira (desde su prisma de ojos infantiles) este mismo hecho, hasta la temerosa actitud de su madre, distante y voluntariamente ajena (insisto, siempre por temor) a la situación de su hija. Únicamente el padre de Tessa parece plenamente consciente de la tragedia que se avecina, incapaz de disimular su sufrimiento a pesar de su firme voluntad de aparentar fortaleza cuando se encuentra delante de su hija. Como entredije, todo lo mencionado es presentado con calma y cuidado, hecho que, desafortunadamente, conduce a que el primer acto del relato se apodere de casi la mitad del film, convirtiéndose éste en un monótono museo de personajes del que uno se cansa con relativa facilidad. En pocas palabras, las buenas intenciones del director acaban jugando a la contra de su trabajo al transformar a sus personajes en cansinos monigotes.
Aun así, la película parece empezar a tomar forma (aunque algo tardíamente) tan pronto como dichos personajes empiezan a ser conscientes de verdad del desastre que se les acerca: ahí está la lograda (e impactante) escena en que la madre de Tessa se encuentra cara a cara con la situación temida, o el momento en que la misma Tessa se sorprende a sí misma compadeciendo la situación de su padre, o la secuencia en que su hermano pequeño parece empezar a entender la (dura) situación en que la familia se encuentra. Pero a pesar de ello, todo empieza a zozobrar de nuevo cuando el relamido desenlace asoma la cabeza, momento en que el director opta casi con descaro por una narrativa “sentimentaloide” que con demasiada evidencia trata de “tocarnos la fibra sensible”. Con todo, no estamos ante “una mala película”: este es un producto cuanto menos tratado con cariño, dotado de ciertas interpretaciones bastante reivindicables (guardémonos de mencionar el —nulo— trabajo de Jeremy Irvine) e incluso con alguna que otra secuencia muy bien resuelta. Sin embargo, también es cierto que nada de ello sobresale lo suficiente como por referirnos a este film como “una buena película”.