La película arranca con una voz al grito de «probando» que parece pertenecer a un extraño personaje que carga sobre su hombro una pesada cámara. Acto seguido contemplamos al mismo tipo auto-filmándose ante un espejo mientras una quejosa y dubitativa voz trata de presentar lo que aparenta ser una especie de presentación de una película. Todo este engranaje experimental acabará aterrizando en una plano fijo de una destartalada habitación ornamentada con todo tipo de material cinematográfico (desde un par de carteles del Sospecha de Alfred Hitchcock y del Sed de mal de Orson Welles hasta toda una serie de cajas de bobinas y arcaicos proyectores). La habitación pertenece a un personaje que tras enfocar la cámara y sacarnos la lengua a modo de broma se presentará como David Holzman, un aspirante a director de cine que ha decidido, tras toda una serie de fracasos conceptuales a la hora de afrontar la dirección cinematográfica y sobre todo la reciente pérdida de su trabajo, construir su ópera prima a modo de una especie de documental romántico sobre su vida. La forma de vestir, el cuchitril que hace las veces de hogar y el peinado al estilo tazón pasado de moda de Holzman nos hace sentir que nos hallamos ante un auténtico pardillo, un friki obsesionado con el cine perteneciente a esa parte de la sociedad que jamás saboreará las mieles del triunfo. No obstante la pasión supina con la que David nos comenta directamente mirando a nuestros ojos su proyecto de hacernos partícipes del discurrir diario de su vida durante toda una semana en el Nueva York del verano de 1967, nos acabará convenciendo para aceptar el desafío lanzado por este estrafalario a la vez que simpático sujeto.
David está convencido de que vamos a contemplar una obra maestra, una refundación de los cimientos del arte cinematográfico, esto es, una forma de hacer realidad la aseveración del admirado por Holzman Jean Luc Godard de que esto del cine no es más que la verdad contada a veinticuatro fotogramas por segundo. A modo de prólogo, David nos hará una breve introducción de lo que vamos a ser testigos durante la próxima hora y cuarto: un diario de la vida de David en el que la realidad más obscena demolerá los ejes de la ficción, sin que por tanto existan obstáculos para que la verdad más absoluta impere sobre la mentira impostada. Con este fin David tomará su cámara para filmar, mientras suena de fondo Green Onions, unos hermosos travellings rodados sobre un automóvil del West Side neoyorquino, el barrio donde habita nuestro pequeño héroe. La fotografía hiperrealista de los barrocos edificios abandonados de los suburbios se mezcla con la de las caras sorprendidas de los viandantes entre los que encontraremos gente de raza negra, traviesos niños, cansados ancianos o chaperos que buscan adinerados clientes en viciosas esquinas.
La vida de David no tiene sentido sin su cámara. No existe nada más en el mundo que el cine, siendo por tanto su cámara el sustento sin el cual David no podría obtener el oxígeno preciso para respirar, así este poderoso instrumento acompañará a nuestro personaje todos los segundos de la semana que parece va a durar el experimento. David, está alegre. Se nota que la película ha comenzado con buen pie y que está disfrutando de lo lindo filmando planos de los paisajes urbanos que edificaron su infancia. Así nos lo hace saber y por tanto nos indica que la película dará un paso adelante con la narración de la historia de amor/odio que David mantiene con su novia Penny (nombre que ostenta connotaciones claramente metafóricas), una fracasada modelo fotográfica que es la única persona real ajena a las obsesiones de David que parece equilibrar la vida de Holzman. Sin embargo, algo no marcha bien según se desprende de la primera toma que David comparte con su novia. La misma está más que harta del carácter de voyeur que ostenta David, sintiéndose por tanto atosigada ante la enfermiza presencia de David fotografiándola ante cualquier gesto o acto que realiza.
Pronto descubriremos que David no está bien de la cabeza. El cine ha dominado por completo su vida, hasta tal punto que su principal entretenimiento consiste en espiar a su vecina del piso de arriba (a la cual denomina Sandra por la película de Luchino Visconti protagonizada por la Cardinale del mismo nombre), mientras la misma se desviste o charla amigablemente con sus acompañantes masculinos. Tras esta revelación, la cual empezará a incomodarnos, David nos presentará a su único amigo Pepe, un apocado personaje que parece estar también harto de las manías y ofuscaciones de su compañero, por lo que tratará de convencer a David para que abandone su intención de rodar su diario. Sin embargo, David está ensimismado y no atiende a razones ni consejos.
La pantalla torna en negro. La voz de David parece cada vez más cansada y demencial. Él mismo nos comentará una ingeniosa idea que se la ha ocurrido mientras dormía con su novia Penny. Quiere que sepamos lo afortunado que es por el hecho de disfrutar desenfrenadas noches de sexo con su amor, así que volverá a coger su cámara en medio de la noche para radiografiar el cuerpo desnudo de Penny sin cortes ni censuras, mostrando sus senos, su sexo peludo, sus apetitosas nalgas… pero David está jugando con fuego… puesto que Penny notará su cercana presencia y se despertará iracunda, abandonando acto seguido el hogar del desquiciado David. Las cosas parecen haberse torcido. Ese diario romántico que David pretendía rodar parece que será realmente una atormentada historia que revelará la lucha de un friki por reconquistar a su amor perdido. Otro día amanece y las iniciales ansias de David por reconciliarse con Penny son turbadas por la obsesión de David por retratar la vida de su vecina Sandra. David está absolutamente fuera de la realidad, hecho que se constata por su manía en reducir a escenas de películas o a comentarios de afamados directores como François Truffaut los pequeños retazos que fundamentan su vida real. El cine por tanto, ha vampirizado por completo a David, el cual ciertamente cree que la toda la vida es cine o puede explicarse a través de películas cinematográficas.
No obstante, siempre hay momentos en los que la realidad vuelve a su verdadera dimensión. Así David en su odisea fílmica se encontrará con un deslenguado travesti interesado en conocer cual es el motivo por el que nuestro protagonista anda de un lado a otro acompañado de una pesada cámara en sus hombros. El travesti no se anda por las ramas. Quiere follarse a David y para ello no dudará en sacar a la luz todas sus artes de conquista. A esta erótica presencia le dará igual que su coche esté en medio de la calzada entorpeciendo el tráfico. Sus deseos de comerse el sexo de David y hacer experimentar al aniñado aspirante a director las más pervertidas técnicas eróticas conquistan la pantalla. Este extraño y libidinoso personaje empleará un lenguaje eminentemente obsceno y pervertido para atraer hacia sus redes al inexperto David. Sin embargo, David parece de nuevo más interesado en los experimentos cinematográficos que en las carnales proposiciones del travesti por lo que finalmante abandonará la escena en busca de nuevas aventuras cinematográficas.
Cada minuto que pasa la mente de David parece más dominada por la esquizofrenia y la demencia. Así su único incentivo del día será dejar la cámara fija delante de la televisión para captar las imágenes de los distintos contenidos emanados de la pantalla doméstica o perseguir con su cámara a una desconocida durante un nocturno viaje por el metro de Nueva York. El vacío más profundo se ha apoderado de David, y ello se nota en el tono atmosférico de la cinta. La alegría e ilusión de los inicios es sencillamente un espejismo. La vida de David carece de sentido reducida a la contemplación de películas en las que los personajes viven las peripecias que jamás conocerá David. Nuestro héroe ha optado por renunciar a experimentar la vida para experimentar la ficción narrada por los grandes autores del séptimo arte. La pretendida intención de David de que la realidad se despojase de ficción ha fracasado. La ficción del cine es el totem que dirige la vida de David, reduciendo su esencia a la de un robot obsesionado en contemplar la vida de los demás en lugar de padecer los avatares que la vida nos planta en nuestro camino.
A pesar de que su vida es un completo desastre sometido al más profundo de los fracasos, David tratará de ocultar su frustración haciéndonos partícipes de extraños juegos experimentales con su cámara. Empero, la ficción del mundo del cine ha fagocitado la aquiescencia de David, el cual en lugar de encontrar placer en la masturbación física mientras contempla a su añorada Sandra haciendo el amor con su novio por la rendija de su ventana, hallará el goce sexual y vicioso por medio de la filmación de este acto con su cámara (el vouyerismo llevado a su máxima expresión).
Han pasado los días y el rostro de David se muestra muy diferente a esa cara fresca e ilusionada que aparecía en los primeros minutos de la obra. David, está en horas muy bajas y comparte su frustración con nosotros, sus únicos e invisibles amigos. David espera que le aconsejemos, que le sepamos responder a sus dudas e interrogaciones. Pero, por fin David parece entender. Sus amigos no hacen acto de presencia, pues existe una lente física y espiritual que separa el espacio y el tiempo y por tanto impide que podamos interactuar con nuestro amigo. Los amigos de David vivieron en los años sesenta, setenta, ochenta, noventa y en el siglo XXI. Somos todos nosotros, los espectadores que hemos aceptado el reto que leer con los ojos su diario, pero que no podemos satisfacer las necesidades afectivas y humanas de David. Holzman espera abrazos y consejos para salir del laberinto de irrealidad en el que se ha convertido su vida real. Pero ello no es posible. Los amigos de verdad no salen de la pantalla como aquel personaje que aparecía en medio de un cine en La rosa púrpura de El Cairo. Los amigos de verdad únicamente se consiguen con el contacto y presencia física exenta de la lejanía y frialdad del mundo audiovisual o cibernético, es decir, ese mundo irreal que se ha convertido en tu realidad David.
Y yo desde estas líneas y la lejanía que suponen los casi cincuenta años que han pasado desde que decidiste rodar esta locura que se ha convertido en uno de los más grandes clásicos del cine experimental y underground norteamericano únicamente puedo decirte: David (o lo que es lo mismo Jim McBride que debutó en el largometraje con esta maravillosa pieza de museo del falso documental que sentó las bases de posteriores películas narradas en primera persona por los protagonistas, tales como Todo en un día, Alta fidelidad o la ópera prima de Spike Lee Nola Darling, cineasta confeso admirador del ínclito Jean Luc Godard que llevó a cabo en los ochenta un extraño remake de Al final de la escapada protagonizado por Richard Gere), la realidad y la ficción son dos universos que se dan la mano en el cine pero que difícilmente lo harán en lo que denominamos vida real, por lo que en esta dimensión que tanto nos atormenta a los humanos debido a la corrupción y miserias que imperan en nuestras sociedades, basar nuestros actos en la irrealidad del cine únicamente puede conducirnos a la locura, la soledad y el fracaso. Y en eso triunfaste con tu El diario de David Holzman, puesto que a pesar de tu intención de grabar un diario festivo y vitalista de tu vida, lo que lograste fue uno de los documentos más exactos y perfectos sobre las líneas que marcan el fracaso y la derrota. Eternamente agradecido, se despide tu amigo Rubén Redondo.
Todo modo de amor al cine.