Casino Jack es una producción de hace casi cuatro años. La única manera de entender su llegada ahora a nuestra cartelera pasa por coger fuerza de cara al público por su temática y su actor principal, Kevin Spacey gracias a la serie que causa furor entre muchos internautas españoles, House of Cards, donde el susodicho actor ejemplifica a ese político animal tan de boca hoy en día. Sin duda esa es la explicación más factible para la llegada de esta olvidada cinta y el cambio en el título, que pasa a ser Corrupción en el poder, para reforzar aún más todo lo anterior dicho.
Casino Jack es una cinta simpática, donde seguimos los entresijos de varios lobbys por hacerse aún más millonarios de lo que son empleando para ello todo su poder y el tráfico de influencias a su alcance. Unos hombres (las mujeres en ese mundo son sólo objetos de decoración, premios a conseguir o esposas tan abnegadas como tontas que prefieren mirar para otro lado) que no tienen ninguna motivación más allá de ganar más y aplastar a todo lo que se interponga por delante. Unos tipos que quedan anclados a la derecha del partido republicano, hijos de la guerra fría pero que ante la falta de enemigo tras la caída del muro de Berlín se dedican a saquear su país.
Esa es su lectura más interesante. Como los hombres encargados de destruir el bolcheviquismo internacional pasan a ser depredadores con sus propios conciudadanos ante la inactividad actual. Los hijos de la adminitración del vaquero Reagan pasan a engrosar las filas de la administración Bush tras el periodo demócrata de Bill Clinton, que habría que recordar, fue donde realmente los lobbys empezaron a eliminar varios de los mecanismos de regulación económica impuestos mucho tiempo atrás cuando otro crisis económica casi se lleva por delante al país. Ahí es nada.
Los personajes se ven envueltos en varias subtramas por hacerse millonarios. El olor a mierda llega a todas partes, desde el Congreso a la Casa Blanca pasando por varios lugares tan dispersos como unos casinos que desean construir unos “nativos americanos” (los indios de las pelis de vaqueros, vaya) hasta yates de lujo entrelazando con la propia mafia. El ascenso al cielo capitalista está marcado desde el inicio por el consabido descenso a los infiernos.
Todo se sigue con interés aunque la cinta nunca consigue despegar a cotas más altas. El buen hacer de las interpretaciones no puede luchar contra una historia que nos sabemos al dedillo. Aunque basada en hechos reales, todo sigue las pautas establecidas de subida y caída en desgracia del hijo de sus padres de turno, en este caso un Kevin Spacey que maneja los hilos en la sombra sin escrúpulos de ningún tipo. Una persona que pasa por ser una caricatura cruel y perversa de la imagen racista del judío: dinero, dinero y religión cuando me da la gana.
Es una lástima que la cinta no decida arriesgar más, pues hay material de sobra para crear una propuesta interesante sobre el tema. Hay detalles en el guión y los golpes de humor están bien construidos pero como decía antes, la sensación es que el filme no consigue alcanzar cotas más altas perjudicado por una estructura demasiado clásica y una historia ya conocida y sin apenas incentivos, aunque uno de ellos es conocer los entresijos de los lobbys, esa actividad que extrañamente, no está considerada ilegal cuando en ocasiones (y digo en ocasiones por ser amable) parecen actuar como el propio crimen organizado.
De entre todas las escenas rescato sin duda el juicio al que se ve sometido nuestro protagonista y su ruptura con lo anteriormente visto. No hay redención ni expiación de la culpa, pero en ese momento nos viene a decir que la basura está en todas partes, que no hay salvación posible para la democracia que rige el país de las oportunidades.
Nada nuevo bajo el sol. Todo acaba siendo como cuando ese amigo nos cuenta el chiste de Jaimito que hace años que sabíamos, pero que resulta agradable volver a escuchar porque ya casi lo habíamos olvidado y al final esbozamos un pequeña sonrisa cómplice. Poco más.