Metalhead, como título, va más allá de la mera descripción de la obsesión por dicha música, se refiere también a la dureza y frialdad del metal y se vincula así con las constantes que definen el comportamiento de su protagonista. De alguna manera este juego de significantes y significados en el título consigue ser también una metasinécdoque del propio film, porque resume y da sentido al conflicto principal argumental, cierto, pero al mismo tiempo abre la puerta a las diversas capas que conforman todo el metraje.
Porque más allá de su apariencia formal clásica, de su desarrollo en tres actos perfectamente diferenciables, Metalhead no tiene una superficie pulcra e inmaculada, sino todo lo contrario. Estamos ante una historia repleta de rugosidades y astillas, con diversos momentos miniclimáticos (que se convierten por su propia lógica en anticlimáticos) donde la sugerencia de que otra vía alternativa de la historia es posible consigue refutar los posibles peros al camino finalmente escogido por su director.
Son precisamente estas aristas afiladas en el camino las que ponen el tono adecuado, las que impiden el deslizamiento générico unidireccional de la película, las encargadas de dotar de colores y tonalidades que enriquecen el prisma del espectador ante los eventos sucedidos, constatando así la dificultad de establecer la frontera entre la risa y el llanto ante traumas y dramas de la vida como los acaecidos en el film.
Metalhead versa fundamentalmente sobre las diversas capas de encierro con las que convivimos y conformamos. Como si de una matrioska se tratara los circulos concentricos que constituyen el ámbito geográfico primero, el climático, el rural, el familiar y para finalizar el de los gustos propios se dibujan como círculos de influencia vallados e infranqueables. Donde cada ruptura supone un esfuerzo demoledor en lo físico y psicológico que deja secuelas perennes e inasumibles para los afectados.
Sin embargo estos encierros no se dibujan, a pesar de su extrema dificultad, como objetivos totalmente insalvables. Sí, sin duda hay un voluntarismo optimista en el mensaje del film, como si cada paso hacia adelante, cada prueba superada, cada realización personal supusiera una muesca dolorosa pero necesaria en el debe de sus personajes. Porque detrás del desolador panorama mostrado estamos ante una película sino optimista, sí cariñosa en el tratamiento, algo distanciado y finamente humorístico, de las peculiaridades (otros lo llamarían frikismos) de sus protagonistas.
Sí, Metalhead es una película humanista en el sentido más optimista del término. Una pélicula que desgrana, relata y confía en las múltiples vías de escape y solución a los conflictos y dramas humanos sin caer en sentimentalismos. Cierto que la puesta en escena puede sonar (falsamente) tremendista al poner sobre la mesa el «worst case scenario» posible, sin embargo la estrategia funciona al conseguir satisfacer tanto el ansia de resolución positiva como al saber dotarla de credibilidad. Al final estamos ante una historia no precisamente original en el fondo, tan bien construida y disfrazada (podríamos hablar de Mcguffin musical y geográfico) que se llega a antojar original. Pequeños peros si se quiere para una obra localista en lo estrictamente contextual pero con la gran virtud de su universalidad en tocar las teclas, o mejor las cuerdas, de la sensibilidad y del respeto al diferente sin caer en lo fácil, en el discursito, en la moralina.