Forugh Farrojzad, cineasta y poeta iraní, auténtico símbolo del desarrollo cultural de su país, irrumpió en el panorama cinematográfico con una obra de encargo que, a día de hoy —más de cincuenta años después— aún remueve sensibilidades e incomoda al espectador que se acerca a ella. Aunque Farrojzad cultivó en gran medida su pluma en pro de la creación versística y teatral, La casa es negra fue su único acercamiento artístico al cine, pocos años antes de fallecer en un accidente automovilístico —lo que sin duda acrecentó el malditismo de su figura—. Así pues, nos encontramos ante su debut y testamento cinematográfico.
La casa es negra es un documental de encargo que funciona como un retrato de costumbres en una leprosería de Tabriz. Su esqueleto es muy similar al de otras obras ya consagradas por aquel entonces, como la amarga Noche y niebla (Resnais, 1955). Mientras la cámara de Farrojzad merodea entre las habitaciones de la leprosería, una voz en off recita o bien versos —creación propia de la directora— o bien pasajes del Corán, subrayando la terrible presencia de sus imágenes. La cineasta iraní despoja a su cortometraje del elemento discursivo: en ningún momento se juzga o se le da voz a éste pequeño reducto de población, más allá de aisladas narraciones de unos niños en ese colegio improvisado, atestado de caras deformadas por la naturaleza.
Pero dónde realmente reside la genialidad de este cortometraje es en la capacidad que tiene la directora para componer los planos y montarlos, con tanta lucidez y tanta falta de falsa moral como un proyecto de estas condiciones demandaba. Farrojzad no se compadece, no establece víctimas ni victimarios, afronta la realidad de la leprosería de frente, mostrándonos simplemente lo que ella veía y sentía. «El mundo está lleno de fealdad», nos espeta la cineasta al inicio de La casa es negra. No deja de sorprender esa mirada desnuda, perversa y casi pornográfica que posee Farrojzad, así como lo directo de su planteamiento. Uno no deja de preguntarse si la voz de esta poetisa tendría cabida en la actualidad, en un país que cercena con sus múltiples restricciones y su censura cualquier postura ideológica disonante con la que prevalece en el Estado.
El cortometraje sigue avanzando, posiblemente hostil e incómodo para muchos espectadores. Rostros en descomposición, miembros cercanos a la mutilación, jóvenes prematuramente envejecidos, pieles que no se adhieren a unos cuerpos que no paran de luchar contra la enfermedad que los humilla, que perpetúa su encierro en círculos muy privados, alejados consecuentemente de la sociedad, desechados como estiércol. La concomitancia de adversidades no es, sin embargo, caldo de cultivo para el desamparo. Farrojzad abre una ventana a la esperanza, aunque sólo sea como medida de dignificar toda una serie de personas, mostrándonos el costado más cotidiano de la vida humana: niños riendo, jugando y correteando tras una pelota; niñas tranquilas, sonrientes, peinándose; mujeres que no han dejado de ser coquetas maquillándose; hombres que a pesar de la dureza de sus situaciones encuentran un espacio para sonreír. «La lepra tiene cura», se nos repite en el tramo central de este documental propagandístico.
Pero la cineasta iraní sigue más interesada en personificar esta enfermedad, en compartir con nosotros el dolor, el horror y el lirismo —pocas personas hubieran sabido encontrar belleza en ese bosque de hirientes deformaciones— que se esconde tras las paredes de esta leprosería de Tabriz. Su fresco de rostros, de retratos humanos, seguirá vigente en el ideario cinematográfico. Porque aunque Theodor Adorno promulgase su negativa, nosotros sí que creemos, como Farrojzad, que después de todo siempre nos quedará la poesía.
No cabe duda que es un verdadero único documental que muestra la realidad autentica y sin maquillaje el dolor y alegria que pasan en la casa de lal lepra.
Indago sobre el primer rastro que encuentro en mi vida de esta película, la publicación de un fotograma de La casa negra en su Sugerencia de viernes del autor y doctor en Arte, Pere Parramon Rubio. Y mi curiosidad descubre el resto, un documental poético rodado por una artista iraní en los prometedores albores de los años sesenta. Magia. Gracias Forugh Farrojzad. Gracias Pere.