El cine no sería lo mismo sin la idea de permitir fantasear a los asesinos en serie más variopintos. Hoy la sesión doble hace hincapié en sus figuras gracias a El psicópata (1966), de Freddie Francis y Trastornado: Deranged (1974) de Jeff Gillen, Alan Ormsby. ¿Dispuestos a penetrar en las perturbadas mentes de los asesinos a lo Ed Gein?
El psicópata (Freddie Francis)
El éxito obtenido a principios de los sesenta por Alfred Hitchcock con Psicosis desbordó el interés manifestado por los cineastas más combativos acerca de la figura del psicópata. Así surgieron dos corrientes contrapuestas a la hora de enfrentarse con este nuevo género: la que optaba por profundizar en la laberíntica mente del asesino prestando por tanto una mayor atención al estudio psicológico del mismo, y por otro la que aprovechaba la presencia de un desconocido asesino para tejer una intriga fundada en la reconstrucción de la investigación policial llevada a cabo con objeto de destapar la personalidad del psicópata.
Dentro de esta segunda corriente que bebe del universo del giallo se sitúa El psicópata, correcta película de ambiente sesentero y psicodélico dirigida por el siempre interesante Freddie Francis, referencial director de fotografía que a su vez desempeñó una magnífica carrera como realizador de cine de género principalmente en la Hammer. El psicópata es una rareza dentro de la ya de por sí estrafalaria carrera de Francis. Producida por la Amicus Productions, (productora que surgió en los sesenta como competidora directa de la Hammer), la cinta adoptaba la configuración de los seminales giallos dirigidos por Mario Bava, en los que un psicópata asesino de identidad desconocida comenzaba a regar de cadáveres la ciudad. Sin embargo, existirá un nexo que vinculará los asesinatos: la presencia de un muñeco diseñado a imagen y semejanza de la víctima abandonado justo en el mismo lugar en el que aconteció el crimen. Asimismo la trama del film también abrazará los tejemanejes del cine de venganzas, al insertar una especie de subtrama relacionada con una misteriosa asociación que acusó de crímenes de guerra a un adinerado industrial alemán, acarreando dicha acusación la desgracia y también la demencia en el seno de la familia del industrial, junto a trazos del cine de psicópatas gracias a la presencia de una trastornada madre (esposa a su vez del susodicho industrial) que vive en una apartada mansión rodeada de muñecas junto a su fiel hijo. Así pues, los inspectores encargados de resolver el caso deberán emplear toda su sagacidad británica para hallar una solución.
La película cuenta en su haber con un incisivo guión firmado por Robert Bloch, autor de la novela en la que se basó el Psicosis de Hitchcock. Ello ayuda a que la cinta comparta con la obra maestra del terror ciertas gotas referenciales, tales como la presencia de una madre posesiva emanadora de brotes psicóticos, o la de un incisivo detective cuyas pesquisas van dirigidas a encontrar la respuesta al enigma planteado. Sin embargo, el resultado final obtenido por Francis con su El psicópata dista abismalmente del de las grandes obras maestras del género.
La película es ante todo un divertimento con todos los ingredientes característicos de la serie B, cuya principal finalidad es propiciar un turbio entretenimiento al espectador, renunciando por tanto a cualquier estudio detallado del talante de los personajes, ya sean principales o secundarios, que aparecen en pantalla. Igualmente, la cinta hace gala de un ritmo endiablado que en ciertos tramos del film naufragará en los brazos de la confusión y el desmadre narrativo, lo cual puede inducir a cierta desafección por parte de los espectadores más exigentes.
Si bien, las obras de Francis poseen un potente revestimiento visual, esta El psicópata carece de la brillantez pictórica de las mejores cintas del británico, prestando pues una mayor atención al dibujo de la investigación policial que al armatoste visual del film, el cual puede aparentar en ciertos momentos un aspecto algo desaliñado. No obstante, a pesar de sus claros defectos conceptuales, El psicópata es un placer perverso en toda regla que deleitará a los fanáticos del cine de género británico, gracias a la inserción de ciertas escenas que ayudarán a sacar a la luz el talento de Freddie Francis para crear atmósferas oscuras en las que la demencia campa a sus anchas.
Escrito por Rubén Redondo
Trastornado: Deranged (Jeff Gillen, Alan Ormsby)
La figura de Ed Gein ha sido llevada al cine en diferentes ocasiones, con mayor o menor fidelidad a la realidad: Norman Bates en Psicosis, Leatherface en La matanza de Texas, o el psicópata travestido de El silencio de los corderos. Gein, cuyos siniestros actos se produjeron a finales de los cincuenta, no fue un asesino muy prolífico. Sin embargo, su nombre pasará a los anales de la historia de los criminales perturbados gracias a su oscuro gusto por conservar los cadáveres de sus víctimas y los de las personas que desenterraba, con quienes experimentaba creando exóticos objetos con sus pieles. En la cinta que nos ocupa, Jeff Gillen y Alan Ormsby, los dos directores (que no volvieron a dirigir películas, aunque siguieron relacionados con el mundo del celuloide) decidieron cambiar el nombre del desequilibrado criminal para no hurgar en la herida de las familias de las víctimas.
Gran parte del encanto de Trastornado: Deranged viene motivado por la elección de Roberts Blossom en el rol de un siniestro individuo que ha vivido siempre en las faldas de su descerebrada y ya anciana madre. Al fallecer ésta empieza a perder el norte y desarrolla una tenaz atracción por los cadáveres enterrados, a quienes recupera para la vida social en la mesa de su comedor. El protagonista aniñado luce unas patas de gallo prominentes que anuncian su avanzada edad, y no parece muy lúcido mentalmente. Además, utiliza una mueca muy peculiar con el labio inferior cuando duda ante los comentarios de su exigente entorno, que le convierte en un tipo bastante simpático a pesar de sus luctuosas aficiones. Blossom consigue dotar de veracidad a un personaje que vive en una burbuja mental al amparo de las directrices sobre los peligros del pecado y la lujuria proclamadas por las apariciones alucinadas de su fallecida madre. El museo tenebroso y grotesco que se monta en su casa genera una atmósfera impactante y espeluznante, jugando con la incomodidad de algunas situaciones memorables, poco comunes en el cine de su época (fue rodada en 1974).
La cinta canadiense es un slayer atorado de tensión que explora los rincones más oscuros de la mente humana de un modo irreverente, mediante un sentido del humor delirante, aderezado con tintes de sátira social, que atenúan la sordidez de los actos expuestos (como sucede en la sesión espiritista/erótica con la oronda mujer que usa su esposo muerto para seducir a nuestro protagonista). Desconcierta inicialmente la presencia de un narrador en persona con la intención de dotar a la narración de un perfil documental, pero resulta eficaz para saltar hacia delante unos cuantos años sin perder demasiado tiempo. Su bajo presupuesto e interés por la cotidianeidad ayudan a generar mayor sensación de realismo que en otras versiones sobre Ed Gein, aunque no impide que su puesta en escena sea convincente. Sin embargo, el maquillaje de la madre muerta (aunque contase con la primera colaboración para el cine del prestigioso Tom Savini) resulta acorde con su modestia presupuestaria, e imposibilita que sea mayor el desasosiego de los actos del desquiciado asesino con complejo de Edipo. Por no hablar de la sangre presentada a modo de pintura roja chillona, emulando a Dario Argento en Suspiria. De todos modos, los efectos especiales están en consonancia con el enfoque cómico de la cinta, y resultan muy simpáticos, sobre todo en la escena estrella en cuanto a gore, en la que el funesto asesino (en su primer experimento lúgubre) extrae los ojos al cadáver de su madre con una cuchara y le abre el cráneo con una sierra para obtener el cerebro. Una cita imprescindible para los amantes de lo macabro.
Escrito por Pep S. Ledoux