La cultura eslava tiene una forma muy particular, reconocible e idiosincrática de entender el género fantástico, algo que se advierte con claridad cuando se examinan algunas de las muchas adaptaciones cinematográficas que de cuentos clásicos y populares se han ido realizando a lo largo del siglo XX. Hace poco escribía en estas mismas páginas sobre la versión que el checo Juraj Herz realizó de La Bella y la Bestia, cuyo inevitable romanticismo aparecía depurado de elementos cursis o almibarados e imbuido, a su vez, de un halo fatalista casi decadente en su expresión formal. En La dama de las nieves (adaptación bastante libre de Madre Nieve, de los hermanos Grimm) ocurre algo parecido: aunque la trama central la ocupa el romance entre el intrépido y valeroso Jakub y la bella e inocente Alzbeta, los niveles de azúcar nunca se disparan, más bien al contrario, la narración amorosa se contrapuntea con un sentido del humor completamente frívolo y vitalista, incluso con ciertos matices de negrura y crueldad sabia y mesuradamente administrados. De ello se deriva un tono general decididamente extraño, que no es exclusivo de los autores checos, sino que (me atrevo a aventurar) corresponde a una sensibilidad mayor que fácilmente compartirían otras cinematografías de la Europa oriental, particularmente la rusa (su espíritu resulta afín al de obras como El Viyi o Kaschei el inmortal, salvando las correspondientes distancias).
Independientemente de esta base cultural, o de las semejanzas e influencias que puedan rastrearse en su formulación tanto narrativa como estética dentro de la propia cinematografía checa (ese uso de la magia y lo fantástico que emana una alegría tan voluptuosa y pagana como la de Valerie y su semana de las maravillas, ese sentido del humor blanco pero no inocente que también puede hallarse en algunas cintas de Karel Zeman, el lirismo vaporoso de Juraj Herz…), lo relevante es que la película del para mí desconocido Juraj Jakubisko logra apropiarse del alma del relato imaginado por los hermanos Grimm sin llegar a desvirtuar su fondo. Lejos de acometer una adaptación neutra, Jakubisko la enriquece tirando de sus propias raíces culturales y añadiendo, para colmo, algunas ideas a las que no parece ajena la presencia de la gran Giulietta Masina, encargada de encarnar a la benéfica Madre Nieve: que en el relato se cuele hasta en tres ocasiones una peculiar fauna circense regalando bonhomía y felicidad es algo que nos remite poderosamente al universo de la pareja de Masina, el maestro Federico Fellini. De hecho, hasta el clímax colectivo en la villa posee cierta lejana semejanza con el desenlace inolvidable de Ocho y medio.
La dama de las nieves es, en definitiva, un cuento para todas las edades que, precisamente por serlo, se niega a hacer concesiones infantiles para ganarse fácilmente al público menudo, dejando una puerta abierta a sensibilidades adultas (y algo excéntricas, todo sea dicho de paso) capaces de disfrutar con la historia de Jakub y su protectora Madre Nieve. El humor (negro y, sólo ocasionalmente, algo tonto) lo ofrece la hermana de ésta, nada menos que la Muerte, que, guadaña en mano, intentará frustrar la felicidad y los planes del joven, en una relación llena de comicidad que uno podría emparentar con la que mantenían el Coyote y el Correcaminos. Además, pese a que triunfa el amor y el mal es castigado (no desvelo nada que el espectador sensato no intuya nada más empezar la película: esto es un cuento de hadas y, como tal, exige un final feliz y ejemplarizante), Jajubisko se ahorra afanes moralizantes y deja que todo, la maldad y la bondad, surja y se desarrolle a un ritmo atolondrado y prescindiendo de subrayados innecesarios. Sólo cabe lamentar cierta sensación de caos narrativo y un acabado estético algo descuidado (pese a puntuales hallazgos) y lejos del refinamiento y la elegancia de La Bella y la Bestia de Herz, por ejemplo, algo que le impide acceder a la grandeza, si bien sigue siendo una película de género fantástico encantadora y recomendable.