Podríamos decir que la trayectoria de Jaime Rosales ha situado al director justo en la linea que separa a la genialidad del mero experimento formal. Con títulos a sus espaldas tan desiguales como La soledad y Tiro en la cabeza (rodadas, precisamente, de forma consecutiva), el cineasta ha pasado de un extremo al otro del día a la noche, convirtiendo su carrera en una suerte de montaña rusa que ha desdibujado su estilo hasta el punto de hacernos dudar en el momento de reivindicarlo como autor. Por eso, cuando uno se dispone a visionar uno de sus trabajos, hasta salir de la proyección no sabe si va a encontrarse con una de las piezas destinadas a convertirse en joyas del séptimo arte o con una simple exhibición de pretenciosidad. Pues bien, en el caso de su última película, Hermosa juventud, parece que nos encontramos ante la materialización de esta desigualdad, de este vaivén entre exhibicionismo y talento en estado puro. En definitiva, se trata de un trabajo que posee tanto momentos de cine de altísimo nivel como espacios prácticamente vacíos de contenido que muy bien podrían ser eliminados del metraje si causar daños al argumento.
La película opta por un formato narrativo intimista y muy cercano a los personajes; todo ello para ofrecernos una disconforme radiografía de la España contemporánea, esto es, la España de la crisis, de los “ninis”, del mileurismo y de la especulación. Rosales nos ofrece su visión particular del modelo standard de trabajador español sin futuro, un tipo de persona que debe su posición en parte a la mala salud de un sistema económico corrompido y clasista; en parte a una actitud conformista y carente de iniciativa que centra todos sus esfuerzos en criticar el estado de las cosas antes que en intentar salir de su deplorable situación. Hasta aquí ninguna queja, pues el director valenciano pone el dedo en la llaga tanto a un sistema claramente corrupto como a esta autocompasión sin iniciativa que convierte la crisis en la excusa perfecta para aquellos amantes de la televisión con un gran temor a levantar sus traseros del sofá. Pero desafortunadamente, el director de Las horas del día no puede evitar acabar convirtiéndose en esclavo de su propio estilo, permitiendo que éste se convierta en el protagonista del espectáculo y relegando a un segundo plano la tesis de su trabajo.
Aún así, Hermosa juventud posee suficientes aciertos como para merecer su visionado. Como ejemplo, citar estas elipsis acertadamente presentadas mediante conversaciones de WhatsApp, o las secuencias más íntimas entre los dos protagonistas brillantemente resueltas, momento en que uno casi desearía taparse los ojos para no violar la intimidad de los personajes observados. También es merecedora de mención la escena en que el personaje principal masculino organiza una emboscada “casera” para amenazar a su agresor, un acto de resultados desastrosos cuya resolución jamás llegaremos a conocer. Con todo, estamos ante una película desigual, tal vez demasiado larga, que a ratos resulta un auténtico placer y que a ratos se hace excesiva, pero que como mínimo está llamada a convertirse en una de las peculiaridades anuales del cine español. Pues si bien es posible que Jaime Rosales no calibre a la perfección el juguete que es su peculiar creatividad, no deja de ser cierto que como mínimo tiene un rumbo bien marcado y una más que legítima pretensión: la de romper convenciones y apostar por la flexibilidad del lenguaje cinematográfico.