Es curioso cómo una simple inversión de roles (en este caso, dentro del campo genérico) puede convertir una simple anécdota socialmente (casi) aceptada en un tema de reflexión suficientemente abundante como para llenar todo el argumento de una película. Pienso, casi sobra decirlo, en el clásico caso en qué un personaje masculino entabla una relación amorosa con uno del sexo contrario, diez o veinte años más joven que el primero. Tal situación, como entredije, normalmente no pasaría de la simple anécdota, tal vez sería brevemente criticada por determinados sectores (no digo ya si femeninos o masculinos) a la hora del café. Pero al parecer, tan poco frecuente es el caso contrario (o tan poco acostumbrados estamos a él) que el simple hecho de imaginarlo proporciona a la directora Anne Fontaine el argumento completo de su última película, Dos madres perfectas. Un hecho que, si bien no supone ninguna novedad en el terreno cinematográfico (me vienen a la memoria casos com el de Harold y Maude o El graduado) sí ofrece un punto de vista positivamente reivindicativo, y desde luego poco frecuente en la cartelera actual.
Por eso, y a pesar de los defectos de la película, me parece hasta cierto punto loable el aspecto formal por el que la directora de Coco Chanel, de la rebeldía a la leyenda ha apostado: esta es una película plagada de primeros planos en donde las arrugas faciales de las dos protagonistas se hacen evidentes, algo que, lejos de suponer una desventaja para sus atractivos físicos, ensalzan sus figuras para potenciar el atractivo de la madurez, además de remarcar su valentía al no sucumbir a la tentación de someterse a (innecesarias) operaciones supuestamente rejuvenecedoras. De modo que, ante todo, me inclino a pensar en Dos madres perfectas como una suerte de canto a la madurez; no la que todos conocemos por películas como Umberto D. o Vivir (es decir, la tercera edad), sino este momento que representa el punto bisagra entre la juventud y la vejez, esta edad en que ya no se es lo suficientemente joven como para exhibir el atractivo físico ni lo suficiente mayor como para despertar entrañabilidad o incluso compasión. Una etapa de la vida, reconozcámoslo, pocas veces tratada en el cine.
Más allá de este hecho, debe decirse (mal que me pese) que la película no supone ningún gran descubrimiento. Probablemente lo más destacable sea su inicio, expuesto con elegancia y seguridad mediante un acertado uso de largas elipsis. Pero tan pronto como este queda atrás, da la sensación de que la película se va desinflando. A grandes rasgos, se trata de un trabajo que se ve con facilidad y sin llegar a hacerse pesado; pero que tampoco puede evitar caer en la redundancia una vez expuesta su intención. Pues, como ya dijimos, el tema planteado alcanza para llenar el argumento de una película, sí, pero en este caso no logra ir más allá de la mera idea; lo que convierte esta historia en la exposición de una tesis que queda cerrada tan pronto como termina su primer acto. Es por ello que me inclino a recordar Dos madres perfectas como un ensalzamiento de la madurez antes que como una historia de amor; como una reivindicación del físico natural que entiende que las arrugas faciales no son otra cosa que una prueba de valentía y de la aceptación de uno mismo, al margen de la edad que se tenga.
Eso es, creo que coincidimos en todo. El trabajo a nivel formal e interpretativo está bien, la película se ve con alegría… pero ni supone revolución alguna, ni parece estar interesada lo más mínimo en hacerte reflexionar. Lo haces, claro, ya que lo que habla no es precisamente ligero… pero no creo que sea motivado porque la peli te invite a ello.
Buena crítica, ahí te dejo la mía por si le quieres echar un ojo :)