El proceso de creación de un largometraje es, como en muchos otros aspectos de la vida, una constante toma de decisiones que, independientemente de la aparente importancia que tengan, serán relevantes a la hora de obtener unos resultados.
No será la primera vez que, a pesar de presentar claras evidencias de haber errado en la toma de decisiones por parte del equipo de una película, hemos disfrutado de ella ya sea porque los fallos radican en aspectos secundarios, o porque la obra aporta algo lo suficientemente grande como para que nos haya hecho olvidar las —siempre ligeras— meteduras de pata. Lamentablemente, ese no es el caso de Bel Ami.
El principal problema de la cinta dirigida por los británicos Declan Donnellan y Nick Ormerod está en que las decisiones fallidas recaen en puntos vitales a la hora de gestar un producto sólido, destacando sobre todo el poco inspirado guión, y el para nada acertado casting encabezado por el todavía —le pese a quien le pese— ídolo adolescente Robert Pattinson.
En Bel Ami Pattinson da vida a Georges Duroy, un joven ex-soldado que llega al París de finales del siglo XIX sin ningún tipo de recurso y que comenzará a medrar entre las altas esferas utilizando sus dotes de seducción. A partir de este punto la cinta nos ofrece la historia vista mil y una veces del “ascenso desde la nada”, pero sin ofrecer un punto de vista ni ningún otro elemento novedoso que la haga especialmente interesante, más allá de la misoginia exacerbada de la que el atropellado guión hace gala.
No negaré sistemáticamente que Bel Ami rebosa buenas intenciones. El reparto secundario está elegido a la perfección —especialmente el femenino—, y el sentido de la estética de la cinta es muy acertado y presenta mucha atención por el detalle a la hora de representar esa Francia de 1890; mención aparte a una banda sonora que cumple con creces su función y que intensifica momentos que el guión, y sobre todo Pattinson, no saben —o pueden— hacer emocionantes. Y es que el actor inglés parece perdido en ese papel de seductor sin escrúpulos para el que no da la talla, especialmente cuando se ve rodeado de actrices del porte de Uma Thurman o —sobre todo— Kristin Scott Thomas, quienes le hacen desaparecer de la pantalla en cuanto abren la boca, o simplemente pestañean.
El problema no se limita al hecho de que Robert Pattinson no tiene las suficientes tablas para interpretar a Duroy —cómo te echamos de menos, Paul Newman—, sino que su personaje, además de no resultar creíble, genera una sensación de rechazo debido a las pobres motivaciones que justifican sus actos y a una rácana dirección de actores que sorprende más si cabe al conocer el dato de que Donnellan y Ormerod proceden del mundo del teatro.
Si a esto le sumamos el hecho de que a la hora de planificar, los directores muestran un excesivo gusto por la cara de Pattinson, queda patente que Bel Ami es una cinta que pretende ser un drama repleto de ambiciones, seducción y traición, pero que no llega más allá de un producto enmascarado cuyo único atractivo es mostrar al actor de moda entre las jóvenes hormonadas, quienes creo, serán las únicas en empatizar con el ruin Georges Duroy.
Al principio de la reseña hablaba de tomar decisiones. Pues bien, si están barajando varias películas para ver este fin de semana, les aconsejo encarecidamente que tomen la decisión de no ver Bel Ami. No sólo porque el producto no merece la pena en exceso, sino por la sensación que deja la cinta de que podría haber sido mucho más de lo que ha terminado siendo si se hubiese conducido por los caminos adecuados a su debido tiempo.
Una verdadera lástima.