Cuando creíamos que los griegos, con su filmografía de los últimos años, ya habían conseguido llegar a la cúspide de la degeneración o degradación del ser humano en la sociedad, llega la realizadora israelí Keren Yedaya y riza el rizo más aún. Con Loin de mon père (That lovely girl), basada en la novela Away from his absence de Efrat Yerushalmi, compatriota de la directora, asistimos a la debacle de una relación incestuosa entre un padre y su hija de 22 años, una relación renqueante no sólo por ese doble estatus, sino también por episodios celotípicos que la convierten en un elemento perturbador más dentro de esta hecatombe romántico-paterno filial que a nadie dejará callado.
Yedaya nos narra con pulso pero con tranquilidad este círculo vicioso de relación que nunca se cierra. A través de planos cortados, recurso solvente donde los haya, el centro pierde importancia y las sensaciones son las que se adueñan de la escena, una salida de la persona para encontrar el estado de ánimo. Es por eso que las escenas de alto contenido sexual chocan con la sensibilidad de los planos, formando un tándem narrativo que hace de esta relación incestuosa un placer visual culpable. Y de placeres culpables está llena también la historia con la bulimia de la protagonista como principal eje: el placer de comer desvirtuado por una realidad exterior que acompleja al personaje de Maayan Turgeman, una interpretación dura e incómoda que, si la dejan, dará que hablar. Su papel, el más llamativo y al que más jugo se le puede sacar, es digno de un estudio psicológico y sociológico: sin unas marcadas figuras materna o paterna, siendo esta última el objeto de su amor/sumisión/obsesión, Tami aparece como un ser desinhibido, pero a la vez tímido, del que no se sabe muy bien si utiliza a los hombres para su propio placer o es ella el objeto de los deseos carnales. Tami es compleja, pero a la vez sencilla, de esos personajes que se encuentran una de cada mil veces, y de los que en su rostro se lee e intuye el sufrimiento.
Lo bueno de The lovely girl es que, a pesar de marcar a sus personajes, deja un pequeño recodo para la reflexión, y encontrar, por ejemplo, en Tami al pequeño ángel atrapado por una relación enfermiza con su padre, o un diablillo disfrazado que disfruta con su propio sufrimiento; o descubrir en su padre una dualidad incompatible entre el padre severo y abnegado y el amante pasional y rudo; o lo mismo descubrir en una misma escena la bondad y la maldad de la sociedad que a Tami le ha tocado vivir. Esas dualidades son las que la convierten en una película compleja y llena de matices a descubrir. En The lovely girl no existe la indiferencia ni la comodidad, está hecha para perturbar al espectador, para revolverle las entrañas y cambiar el gesto al de dolor. Es una historia molesta, pero todo ello la hace más interesante aún, si cabe.