Nos encasillamos en una generación de modo necesario, es normal, tenemos una fecha de nacimiento concreta. En el rango que yo me mantengo me resulta obvio el conocimiento de Mr. Oizo y su muñeco naranja, aquel hábil dj de música electrónica que le puso banda sonora a una conocida marca de vaqueros. Un mero pseudónimo para el hombre que se esconde tras todo esto, Quentin Dupieux, el director de cine. A él no lo reconoce tanta gente. Le descubrí en el festival de Sitges con Rubber (2010), una mezcla de metacine, terror y goma quemada que sucumbe a los encantos de la experimentación. Era cuestión de tiempo retroceder en el tiempo para conocer más de sus extravagancias.
Y así caes en Steak, su película del 2007, el salto en el tiempo que promete un paralelismo con la realidad, cambiando costumbres pero no normas preestablecidas de comportamiento bípedo. Bueno, ya se sabe, los humanos erramos siempre en las mismas tonterías. Defectos de fábrica.
Película de contrastes, cómo no, cuando los extremos son tan salvajes que se tocan por el lado contrario. Hay un tal Georges (Ramzy Bedia), joven que con ilusión se levanta por la mañana para ir al instituto y recibir su dosis de rechazo. Ahora exageremos la imagen que se crea en nuestra cabeza, cuando ser un palurdo es sinónimo de recibir dolorosos golpes con toda la maldad posible. Todo visto desde nuestro flagrante estilo «a mí que me importa» televisivo. Porque él sigue con su sonrisa, como un modo irónico de no aceptar lo que uno es y poner todas las mejillas que hagan falta para ser líder y no seguidor. También está por ahí su amigo Blaise (Eric Judor) subido a su bici, que por confusión carga las culpas de una rabieta de Georges y pasa 7 años en un psiquiátrico.
Con esta introducción nos mandan al futuro, la salida de Blaise a una nueva realidad donde el mundo ha cambiado, es algo irreconocible, tremendo y estupefacto. Es hora de jugar con las comparativas y los extremos totales, porque siete años se convierten en un viaje en el tiempo, hay nuevas normas lingüísticas que se diagnostican como absurdas cuando los coloquialismos en su gran mayoría ya lo son, las tribus urbanas se caracterizan como bandas callejeras de un modo totalmente separatista y el nuevo modo de renovarse es mutilarse con cirugía estética, cuanto más diferente por fuera, más aceptado socialmente. Todo mutaciones de un mismo mal, no queremos ser los pardillos eternamente.
El que lo nace lo es, por eso se sigue la pista de Georges, que intenta olvidar su pasado integrándose en los Chivers, unos muchachos muy ‹cools› que llevan chaqueta de equipo de hockey de instituto de los años 80, unos cortes de pelo horrorosos, manejan la navaja con virguería y beben a todas horas leche de sus botellas. ¡Chivers! La estupidez supina es su fuerte, está claro, que no se trata de La naranja mecánica de Kubrick (1971) pese a todos estos homenajes. Pero Blaise está desfasado, intenta aferrarse a su amigo, que huye de él como quien quiere borrar sus antecedentes de una ficha policial a patadas.
Este mundo es absurdo, nuestro aliado es un Blaise desnortado por su lavado cerebral, Georges sigue siendo el mismo con cara nueva, los abusos se desmadran, la vergüenza es síntoma de culpa y la aceptación se sigue negando a los torpes de nacimiento, todo aderezado con la más que apropiada música de Mr. Oizo, SebastiAn y Sébastien Tellier. Los actores tienen una edad equivocada para sus papeles, cualquier conversación te muestra un inteligente juego de palabras que justifica la locura de la situación momentánea, las vendas señalan a los insatisfechos, la diferencia se castiga para crear conflicto y la ineptitud irradia por los poros de los antihéroes que nos dejan presente la moraleja, si una vez fuiste un inadaptado, ni la cirugía ni unos años de más conseguirán superar tu estigma. Eres un pringao, asúmelo.
Se puede tomar en serio la película y verla como una justiciera crítica social llena de hipérboles, se puede tomar como un soplo de humor negro tarareado en francés para aquellos que nacieron con mala estrella, pero no se esperaba menos de un señor con pseudónimo, que aporta estilo propio a la imagen al tiempo que hace dudar de su posición en el asunto que tratamos, ¿la ciencia-ficción es siempre un síntoma de pasados mal construidos? Pues sí, la película es divertida y visualmente atractiva, ¡el feísmo de los perdedores siempre tiene el poder!