Ti West se ha convertido poco a poco en el rey de las atmósferas. Tiene una capacidad innata para generar un terror totalmente abierto a las posibilidades de la historia construida, sin artificios ni efectos, ha recuperado el clasicismo y lo ha adaptado a su propio estilo. En la pasada edición del Festival de Sitges llegaba su último trabajo, The Sacrament, pero es en estos días cuando los cines rescatan Los huéspedes (The Innkeepers), película que nos pone en bandeja repasar su primera obra, The Roost.
Siempre hay una primera ocasión para todo, los tics de un director nacen en algún momento para evolucionar hasta la maestría. Ti West suele recurrir a unos puntos comunes, tal vez zonas de confort donde recrear su verdadera pasión: el irracional miedo. Si seguimos las migas del camino llegamos a su versión inicial donde convergen sus «matrioskas» principales: un habitáculo cerrado donde introducir a unos jóvenes fuera del contexto que se aísla en un ambiente propicio para desvelar alguna terrorífica verdad. Simplificar es una maldad, pero las muñecas rusas ya están esparcidas en la mesa para que West juegue con ellas.
Todos tenemos en mente lo particulares que son los especiales de la noche de Halloween en ese lugar plagado de americanos que tanto disfruta de la hora de las brujas por excelencia. No es casualidad que elija esa singular noche para introducir una historia dentro de uno de esos supuestos programas, una mezcla del show de Vampira y las Historias de la cripta que nos advierten del peligro de encontrarse en el lugar equivocado en una fatídica noche, dando paso al espectáculo.
No es otro que un grupo de amigos en alguna carretera secundaria de camino a una boda, no se percibe la festividad, pero sí la continuidad del cuento de noche de difuntos por la programación de la radio local. Cuatro jóvenes que en medio de su conversación se introducen en un puente tapado y chocan contra algo que les hace perder el control. Una vez anclado el coche, todo es posible. Ya en los inicios del film aprovecha las zonas cerradas para dar un aspecto de cavernosidad a la noche cerrada, el mal augurio siempre tiene paredes.
La película no se despega de su estilo indie y sencillo, con un presupuesto austero que no hace menor su formato. De ella se extraen las relaciones entre los amigos, o los planes de la pareja anciana dueña del granero donde todo ocurrirá, formando una idea, la de personas que están de paso en ese lugar, esa casualidad que rompe con planes futuros. Cámara en mano y con guiños al cine setentero, nos acercamos al punto de partida, un granero mal cerrado donde jugar con las insinuaciones más que con lo explícito. Algo ataca y no saben el qué ni el porqué. Rompiendo con su imagen inicial, e influído por la merma de personajes que decidían entrar por esa puerta, las sombras acompañan a los que quedan del grupo para que el ataque sea algo que induce al terror y no tanto algo que se muestra. El sonido y las luces son sus aliados para que unos pequeños murciélagos creen el caos absoluto.
Manejando el desconcierto aparece la sangre y la desfiguración, recordándonos que es el espectáclo lo que prima. Para despistados, el guiño total llega con una pequeña licencia que se toma West para demostrar que esta es su historia dentro de otra iniciática, permitiéndose rebobinar cuando la narración toma derroteros sentimentales inapropiados para una situación pura de terror y supervivencia.
La idea es fantástica, pero la ejecución no fluye tan bien como cabría esperar. Si bien nos somete al encierro, la atmósfera tiene demasiados tramos donde respirar a nuestras anchas, diseminando la opresión en pequeños jadeos. También hay una involución al suprimir, una vez más, el romanticismo del vampiro convirtiendo este ataque en una especie de infección zombie, omitiendo la esencia que nos lleva directamente a la carnaza; aunque partamos de un clásico, el cuento para no dormir entre catacumbas en la inhóspita noche de Halloween.
Pese a esto, Ti West ya prometía que tras pulir pequeños defectos de forma, iba a sofocar visitantes con sus perfilados hogares inquietantes, siendo la sugestión un arma peligrosa cuando lo desconocido supera cualquier expectativa.