Un debut puede llegar a ser una de las piezas más complicadas de disponer en la carrera de un cineasta. El hecho de que un primer trabajo se vea traducido en la necesidad de reflejar tanto un estilo propio como unas inquietudes que puedan trascender de lo autobiográfico para llegar al espectador, puede resultar un contrapeso que coarte en cierto modo esa necesidad y reduzca la libertad de espacios que un cineasta requiere para desarrollar su trabajo. Si a ese handicap que puede resultar rodar una ópera prima, se le añade uno de esos apellidos históricos cuya trayectoria está fuera de toda duda, el dilema no puede sino acrecentarse.
Justine Malle sabe, no obstante, salir muy bien al paso con un film en el que es difícil entrever unas constantes, pero no por ello se siente despersonalizado. Se podría decir que Jeunesse es una de esas obras profundamente enraizadas en un cine, el francés, del cual bebe extrayendo aquello que mejor describe esa angustia que Malle intenta trasladar a la pantalla. De ese modo, las relaciones que mantiene Juliette, su protagonista, quedan establecidas en un marco conformado por una inestabilidad que no hace sino evidenciar entorno a los temas que gira esta Jeunesse.
Ese reflejo no termina de adquirir el poso adecuado más que en momentos puntuales, y ello parece debido a que Malle no termina de hacer converger las dos vertientes de un relato cuya intencionalidad queda esclarecida —esa confrontación entre el florecimiento y la madurez, esa búsqueda en la sexualidad de una forma de aislarse de la cruda realidad al mismo tiempo que se exploran caminos colindantes a ese desarrollo de la adolescencia—, pero apenas logra obtener la suficiente fluidez (tanto narrativamente, como al establecer una perspectiva de esos conflictos) como para que el espectador se vea inmerso en las idas y venidas de Juliette.
Ello no impide que Jeunesse deje detalles apreciables por el camino, y es que el trabajo de Malle en algunas facetas resulta de lo más destacable de un film que, sin alcanzar sus expectativas, comprende un curioso espectro dramático reforzado por el trabajo de la cineasta francesa. Destaca en especial la inclinación hacía la desnaturalización de la escena a través de una banda sonora que, lejos de ser mero espectador, sirve como elemento enfático entorno a los sentimientos y sensaciones de su protagonista, e incluso mediante la planificación de escenas que dispensan detalles importantes en el cine de Malle.
Esa planificación, que se determina sobre todo en un plano visual muy marcado, ayuda en cierto modo a componer una descripción de personajes realmente esmerada que va tomando forma con el paso de los minutos. Sirva como ejemplo la configuración espacial que Malle dispone entorno a Juliette y Benjamin durante esa fiesta que ella organiza: él, solitario, sabedor del terreno que debe ocupar y de movimientos asalvajados, se contrapone a los pasos más harmónicos de ella, en un espacio más abierto y, sobre todo, rodeada, como si permaneciese en un entorno controlado que realmente no existe.
Jeunesse se podría definir como lo que se puede esperar de un debut, ya que la cineasta francesa compone una pieza en la que todavía (y como es lógico) hay aristas por pulir, pero a través de la cual muestra un cine estimable que encuentra en la gestualidad de sus personajes (el abrazo o gesto afectivo, siempre es acompañado de un trato especial en ojos de la francesa) y en la figura de una Esther Garrel que va creciendo hasta hacerse con las riendas de un personaje que no parece dominar durante los primeros compases, el contrapunto perfecto para equilibrar un conjunto nada desdeñable.
Larga vida a la nueva carne.