No existe una traducción al español del término ‹slacker›, palabra que da título a la primera obra destacable en la carrera del realizador Richard Linkater, pero una primera y tosca definición, diccionario en mano, sería la de un vago, un joven con educación, de carácter apático y actitud errática, sin oficio. Esta definición no hace honor al tipo de personajes que ronda la película, por lo que trabajaremos sobre el término para acercarnos poco a poco a esa generación que retrata el autor, una generación perdida, sin héroes ni motivaciones, que rechaza toda fórmula social para recorrer, a su manera, los caminos secundarios que permanecen escondidos, al margen del sistema.
Slacker se compone de un conjunto de viñetas mínimas que recogen las reflexiones y desventuras de un centenar de miembros de la localidad de Austin, Texas, a principios de los noventa. La enorme cantidad de personajes condena a la acción al movimiento perpetuo y la independencia de cada una de las historias elimina cualquier noción de principio y fin, todo fluye de manera en que nos vemos envueltos en una marea de personalidades que más que desarrollar un argumento inexistente o delimitar una tesis, proporciona un acercamiento veraz a ese estado de deriva perpetua que caracteriza al colectivo de ‹slackers›, además de aportar una idea general sobre su forma de vida. Esta última característica bien podría recordarnos al enfoque del documental Gates of Heaven (1978), en la que el cineasta independiente Errol Morris profundiza en el vacío emocional de la sociedad tomando como excusa un retrato parcial del negocio de cementerios de mascotas. Por otra parte, la estrategia argumental de la conexión de historias o anécdotas mínimas apela al Buñuel de El fantasma de la libertad (1974) y sería adoptada de nuevo por el director en la posterior Waking Life (2001).
Como ejemplo representativo de su estructura, su inicio: un joven Linklater llega a Austin y, en medio de un trayecto en taxi, explica a un indiferente conductor los principios de su teoría de los sueños lúcidos (¿semilla de Waking Life?) y los universos paralelos formados en cada decisión no tomada, poniendo como pauta los caminos no elegidos en el Mago de Oz. Finalizado el trayecto, presencia un atropello y procede a ayudar mientras la cámara se aleja progresivamente del lugar del accidente y varios ciudadanos cotillean e ignoran al herido favoreciendo sus propias prioridades en una delirante escena. La cámara, en una única toma y ya lejos del aparente protagonista y la supuesta acción principal se encuentra con el coche fugado y comienza a seguirle, introduciendo al espectador en el torrente de paranoia y desamparo que rodea la sociedad de Austin. Así, escucharemos teorías sobre la llegada del hombre a Marte en 1960, conspiraciones sobre el asesinato de Kennedy, relatos de un anarquista sobre la Guerra Civil Española o planes de control de infancia a través de dibujos animados, con Scooby Doo a la cabeza y Los Pitufos como representación de Khrisna. También conoceremos a un chaval directamente salido de Videodrome que cree que la imagen reproducida es más poderosa que la real, y a una adolescente que pone en venta los restos de una prueba vaginal a Madonna («It’s like gettin’ down to the real Madonna»). Así durante hora y media.
A primera vista puede parecer un ejercicio agotador por su falta de exposición dramática y su aleatoriedad, pero la clave consiste en dejarse llevar y disfrutar del amorfo puzle de fugaces encuentros que Linklater consigue encajar milagrosamente, dedicado a los que nunca aparecen en pantallas de cine, ‹outsiders›, paranoicos, filósofos y ‹beatnicks› emparentados directamente con los que protagonizaran Extraños en el paraíso (Jim Jarmusch), otra obra clave en el desarrollo del cine independiente noventero. Los retazos de vidas y pensamientos de artistas, hippies, anarquistas e intelectuales cuyo principal punto en común es la deriva. La falta de realización en una sociedad con infinitos referentes y una libertad absoluta que termina resultando opresiva. Así, recluidos en sí mismos, se regodean en retorcidas teorías que nunca llevarán a cabo por falta de convicción o energía. Linklater, reconocido ‹slacker›, presenta una mirada que vacila entre el respeto y la mofa ante el intelectualismo de pandereta y la profundidad de fachada. Se erige esta obra como homenaje a la dejadez, pero no como sinónimo de estancamiento y muerte, sino como estrategia vital perfectamente válida.