La monótona vida de Raimund, un profesor de historia que da clases en Berna (Suiza), da un giro de 180º cuando salva del suicidio a una joven que se iba a tirar de un puente. La chica, empero, se deja atrás un libro: las memorias de Amadeu de Prado, un médico portugués que luchó por la libertad durante la dictadura de Salazar. El impacto que las reflexiones del libro generan en Raimund es tan grande que el aburrido profesor decidirá profundizar todavía más en cómo fue la vida del autor…
Básicamente, ése es el punto de partida de Tren de noche a Lisboa, coproducción germano-suizo-portuguesa y que también supone la última película del director danés Bille August, conocido sobre todo por Pelle el conquistador con la que en 1988 logró Oscar, Globo de Oro (ambos a la mejor película de habla no inglesa) y la Palma de Oro en Cannes. No son pocos, sin embargo, los que dicen que August no ha firmado un trabajo de similar calidad desde entonces.
Lo cierto es que Tren de noche a Lisboa (basada en una novela de Pascal Mercier) no decepciona en absoluto si se acude a ver con bajas expectativas. La historia se desarrolla en paralelo entre el presente y el pasado (últimos años de la dictadura de Salazar) y lo cierto es que ambas partes quedan bien cohesionadas. La trama tiene sus giros de guión, su historia de amor, de lucha contra la opresión, un protagonista aturdido, una joven de buen ver, un villano sin escrúpulos… Y aquí precisamente está el problema que muchos le achacan (y no sin razón): un sabor a añejo, como si todo lo que se nos cuenta aquí es lo mismo que ya hemos visto aunque se sitúe en un escenario poco común como la Portugal de Salazar. La verdad es que queda la sensación de que se podía haber dado otra vuelta de tuerca a la historia, hacerla algo más atractiva y original. Pero sería injusto calificarla de aburrida, inconexa o directamente mala, porque casi todas las escenas son justificables y los 110 minutos se pasan volando.
Tampoco se puede afirmar que los personajes pequen de vacíos. Resulta evidente, eso sí, que el mayor interés de la cinta está en lo que se nos cuenta mediante flash-backs y no tanto en las andanzas del profesor Raimund. Pese a que Jeremy Irons no empeora un ya de por sí anti-carismático personaje, resulta más fácil empatizar con Jack Huston (mítico Richard Harrow en Boardwalk Empire) y su caracterización como Amadeo de Prado, auténtico protagonista de la película. Como secundarios desfilan unos cuantos actores conocidos, algunos demasiado intrascendentes (el papel de Mélanie Laurent daba para más) y otros como Christopher Lee en un papel que casi se puede considerar como un cameo.
Un aspecto que sí puede irritar a muchos es el tema de las disertaciones filosóficas. Con la excusa de que el libro de Amadeu de Prado es una fuente inagotable de reflexiones sobre la existencia humana, los personajes recitan con demasiada frecuencia pasajes de la obra. Por tanto, si al ya de por sí tedioso protagonista representado por Irons se le une una excesiva facilidad para colar una cita literaria cada vez que abre la boca, resulta un cóctel perfecto para que la película decaiga por momentos e incluso caiga en un terreno un tanto improductivo durante ciertas escenas.
Con todo, Tren de noche a Lisboa no termina de ser una película fallida, ya que su trama resulta suficientemente atractiva y entretenida como para no caer en el tedio. Peca de irregular al ofrecer demasiados minutos a la trama del presente cuando lo que realmente interesa está en el pasado y tira demasiado de viejos tópicos con situaciones y personajes clave, pero aun así la película de Bille August se deja ver y supone un buen intento de centrarse un contexto demasiado olvidado en el cine como fue la dictadura del portugués Salazar.