Acercarse a charlar con Carlos Iglesias produce la misma sensación que hacerlo para ver sus películas: sabes de antemano que vas a recibir un trato ameno, honesto y agradable. De su boca ya salía la ironía al comienzo del encuentro: «a ver, cuéntame tu enfermedad», me decía mientras me invitaba a pasar al despacho donde se produciría la charla. Una vez dentro, confesó estar feliz y entusiasmado por la excelente acogida que su última película, 2 francos, 40 pesetas, está cosechando previamente a su estreno en salas comerciales, fijado para el próximo 28 de marzo.
F.J.G: En una ocasión, tuve la oportunidad de charlar con el director checo Jan Svankmajer. Cuando le pregunté por sus fuentes de inspiración, por qué le movía para hacer las películas, él me dijo que principalmente era su infancia. Si le dieran a pensar en una mesa, él no imaginaría una completamente barnizada, perfecta y cuadrangular sino una corroída, vieja, comida por las termitas, porque ese es el verdadero recuerdo que tiene de su infancia. Cuando veo tus películas, tengo la sensación de que te ocurre algo parecido.
C.I: Lo cierto es que sí. Yo creo que es interesante contar o hablar sobre aquello de lo que sabes, o de lo que crees que sabes. Haciendo esto, te desnudas delante del público con un tema que a ti te interesa. Porque, si no es así, está el oficio. El oficio es trabajar de encargo. En mi caso no ocurre porque aún no he llegado a eso; solo he hecho películas mías. Pero sí es cierto que un día podría llegar un señor que me dijera “tengo un guión de una película de miedo. ¿Tú quieres dirigirla?”. Bueno, esa sería otra forma de trabajar. Como cuando eres actor y trabajas para la imaginación o el gusto de otro señor. A veces coincide con el tuyo y a veces no. En el caso de las tres películas que he hecho, quizás porque solo son tres, he contado lo que quería contar, y quizás esto tenga que ver con mi infancia o mi primera juventud.
F.J.G: La cultura es algo que está muy arraigado en la mirada y la pulsión de un director.
C.I: Posiblemente. Creo que cada uno de nosotros tenemos unos referentes de cómo nos gusta que nos cuenten las historias. Yo he contado muy bien las historias, siempre. Yo soy actor porque, realmente, se me han dado muy bien. No soy tan presuntuoso como puede parecer. (Risas) Cuando llegué de Suiza a España, mis padres alquilaban siempre en Guardamar del Segura (municipio costero de la provincia de Alicante) una casita. Una noche, se me ocurrió contar una película de miedo, que yo había visto realmente, a un grupo de amigos, una pandilla de amigos que por entonces tenía. Por la noche, sentados en las barcas, yo la conté. Tuvo tanto éxito la narración que, tres noches más tarde, ya se me habían acabado todas las películas de miedo que yo había visto a esa edad. Ya no tenía más sobre las que hablar y decidí inventarme esas películas de miedo.
Cogió tanta fama el asunto que bajaban los padres y las madres de mis amigos a escuchar la película de miedo de cada noche. Hasta que una de las madres, la más espabilada, se me acercó una vez y me dijo: “Carlos, tú esto no lo has visto, ¿verdad? Esta película no existe. Te la has imaginado tú”. Y dije: “pues sí, porque ya no me quedaban películas de miedo que contar”. Me respondió: “cuando vayas a Madrid, me vas a llamar porque voy a hacer todo lo posible para que entres en la Escuela de Arte Dramático”. No la llamé, pero es cierto que, muchos años más tarde, me picó el tema de la actuación y recordé muy bien a esta señora y lo que me dijo aquella noche. Yo siempre la había valorado mucho; era una persona muy preparada. Me dio mucha confianza cómo me lo dijo y el tono en que me lo dijo. Había mucha verdad en ella y seguramente me habría ayudado mucho para entrar en la Escuela.
Sí, yo he contado historias. A lo largo de mi vida, he contado muchas historias. Como en la inmensa mayoría de los actores, hay mucha imaginación detrás. Es el material con el que te cebas para construir una gran cantidad de trabajos. Al fin y al cabo, el actor trabaja en el vacío más absoluto. Tiene que interpretar lo que otro señor quiere y valorar cómo contarlo y cómo filtrarlo a través de su personalidad. Lo cierto es que sí: cuento historias.
F.J.G: Hablando de narración y de historias personales, los españoles que hayan vivido o que sigan viviendo en Suiza deben de considerar a esta una película muy importante.
C.I: La primera, y espero que esta también, ha sido la película de referencia de la emigración. Posiblemente porque, además, haya llegado a un huerto donde nadie había sembrado nada. Quitando Vente a Alemania, Pepe, que tiene un tono totalmente distinto, que es una película del régimen y lo que te viene a contar es “quédate en tu pueblo porque como en tu pueblo, en ningún lado”. Debajo de un chopo, con un botijo y ya verás qué bien. Esa visión tan absurda de cómo ven Alemania y de cómo son los alemanes me dejó perplejo. Hay otra película también muy interesante, pero que no habla justamente de lo mismo, que es Españolas en París, sobre las criadas que van a servir a dicha ciudad.
Sin embargo, por la emigración pura y dura, con muy poco contexto directo político, había cosas que me echaban en cara. Me decían: “podrías haber puesto que fuera un líder sindicalista, reflejar el movimiento político…” Podría haberlo puesto, pero es que yo no conocía a ninguno. Me parecía que sería faltar a la realidad, más aún cuando he pedido tanto apoyo por parte de muchísima gente, italianos y españoles, para que me contaran su historia. Todos ellos no conocieron ningún líder sindical ni que hubieran salido de España directamente porque teníamos un dictador. Sí por la situación económica a la que nos había llevado un dictador, pero eso era algo indirecto. Este hombre vivió mucho más y después mejoró incluso la economía del país. A mí me hubiera gustado tirarme el rollo y decir: “mi padre era la polla y estaba ligado al Partido Comunista y se partió la cara con un guardia civil”, pero era absurdo.
Este guión salió porque, por cada franco, te daban 14 pesetas. Esa fue la realidad. Por eso, posiblemente, la Izquierda del país tampoco ha contado, o ha hecho literatura o cine, sobre la emigración de los años sesenta. Porque la motivación principal no era la política o el exilio: la motivación principal era la económica. Pura y dura. A Franco se le había aceptado totalmente, el que más y el que menos. Cada uno tenía sus pensamientos, que se los llevaba a su dormitorio y a su cama, pero se salía para mejorar las condiciones de vida, no para tener más libertades.
F.J.G: Mencionas que sobre este tema no se había sembrado antes, o se había sembrado de forma muy colateral y muy circunstancial. ¿Puede ser este motivo, quizás, la causa para asumir que 1 franco, 14 pesetas estaba más cerca del drama y 2 francos, 40 pesetas de la comedia? Es decir, una transformación de géneros.
C.I: Yo, antes de hacer esta segunda parte, quería hacer una comedia. Estaba buscándola y tenía ya bastantes líneas de trabajo que había empezado y que había abierto. Me salía una comedia de otros temas. Pero, de pronto un día, una persona por Twitter me dijo: “si quieres hacer una comedia, ¿por qué no nos sigues contando un poco más sobre los personajes que vimos en 1 franco, 14 pesetas?”.
No era la primera persona que me lo decía; de hecho, muchísima gente me lo había dicho por Internet. Muchos me habían dicho, incluso críticos de cine, que se les quedaba corta la primera porque echaban de menos más información y que se quedaron con ganas de más. Me pareció muy bonito que la gente se quedara con ganas de más. También es cierto que, en estos tiempos de crisis profunda de nuestro cine, si alguien te dice que le cuentes más sobre algo, no le puedes decir que no cuando, además, tienes materia para continuar.
Entonces me dije: vamos a darles una comedia y vamos hablar de un periodo en que era menos dramática la situación y podría estar más cerca de la comedia. Ese momento es justamente el verano de 1974, cuando se te abría un mundo entero de posibilidades: estaba a punto de morir el Caudillo y todos nos sentíamos más europeos, nos sentíamos más libres. Se abrían cosas que, en los años sesenta, no ocurrían para nada. Elijo el verano porque la época de vacaciones favorece que la comedia se desarrolle mucho mejor y precipito todo en una circunstancia, que es muy teatral, en que se juntan muchas historias paralelas. Distintas formas de viajar a Suiza: el evasor de dinero, las abuelas, el chaval que hace viaje turístico, el que pretende buscar trabajo allí. Todo se cierne en torno al bautizo de una criatura, que a su vez es de un matrimonio que no quiere españoles en Uzwil.
F.J.G: ¿Cómo valoras, en el mejor y el peor de los casos, que el público esté percibiendo tintes de Rafael Azcona particularmente en esta película?
C.I: Sería maravilloso que fuera así. Para mí, Rafael Azcona es, con mucho, el guionista que más ha hecho por nuestra comedia y por mostrar la España que él vivió. La gran ventaja que tenía este señor era que él sacaba la cámara a la calle y la calle era así. Yo tengo que recrear el mundo de Azcona. Tengo que recrearlo desde mis recuerdos, los que se acercan a aquella época, y desde mi imaginación. Y, no cabe duda, desde las películas de Azcona y Berlanga. Retratos cojonudos de aquella época y aquella sociedad.
Para mí, su gran mérito fue haber vivido aquel tiempo y considerar, no obstante, que ese vecino o esa vecina eran tan notables como para retratarlos. Y que él viera que aquello tenía un valor. Para hacer eso, tienes que distanciarte mucho de la sociedad y observarla desde fuera. Es como si yo ahora, al volver a casa, anotara tus características, tu forma de hablar, cómo me has tratado, y tomara apuntes sobre el poso que me has dejado, porque me ha impactado. Él era una esponja que sabía que ese casticismo, esa frescura, esa forma de ser de la gente, algún día se iba a acabar y lo iba a retratar para que pudiéramos tenerlo todos.
Que me digan que mi película se puede parecer un poco a cualquier película de Azcona sería un orgullo tremendo. Mi favorita es Plácido (Luís García Berlanga, 1961). La secuencia de los urinarios públicos, cuando se da todo ese mundo de verdad en un plano secuencia, es maravillosa. Se está hablando de cosas que le interesan a los protagonistas mientras se está dando un poco de papel higiénico para que entren a hacer sus necesidades los clientes y dejen la pesetita. Esa secuencia es lo más grande. Más que la carrera de cuadrigas de Ben Hur. (Risas)
F.J.G: Hay algo que os ocurre a los actores –y a no todos los actores- y que yo valoro como un orgullo: que un actor trascienda su personaje y, a partir de entonces, por más décadas que pasen, el público siga manteniendo ligado a uno con otro. En este sentido, a ti te ocurre con Manolo y Benito, que es la serie por la que principalmente se te recuerda.
C.I: Amor. Profundo amor. Sin Benito y Manolo, tú y yo no estaríamos hablando. He tenido la suerte de que me han dado personajes a lo largo de mi vida profesional muy entrañables, muy queridos de forma inmediata por el público, y eso hace que haya un reconocimiento amplio del trabajo que me permite, en un momento dado, decir: ya comemos todo los días, ya vamos al colegio al que queremos ir; ahora vamos a realizar los sueños. Sin eso, con el mismo valor y siendo igual de bueno o de malo actor que la inmensa mayoría de mis compañeros, me habría quedado en nada. En haber malvivido o sobrevivido con muchas dificultades, porque este trabajo llega a tener hasta un 87% de paro. Yo tengo que estar muy agradecido a Pepelu, a Benito Lopera Perrote, a Martín, a Sancho Panza de Gutiérrez Aragón. A todos ellos, porque me han llevado hasta aquí.
He vivido bien. He vivido de actor, en un país en que hacer eso es casi un milagro. ¿De qué me voy a quejar? Voy por la calle y me encuentro con gente que se me acerca y me agradece cualquiera de estos trabajos. Hay algo pesado, no obstante: cuando se estaba emitiendo Manos a la obra era difícil salir a la calle. Si ibas con los niños, siempre había algún periodista que le quería hacer una foto a ellos. Esto era algo engorroso y muy lamentable. Pero, pasado ese momento de euforia, ahora lo vivo de forma maravillosa.
F.J.G: Mis padres estaban enganchados con Manos a la obra y ahora está enganchados con B&B, de boca en boca. Me decían: “lo que más nos gusta de Carlos es que es muy natural, es muy sencillo”. ¿Cómo valoras que te vean, como actor y director, tan natural? Que no te vean impostado. Sin artificios.
C.I: Ser natural implica aceptar la verdad para interpretar cualquier cosa. De no ser así, se ve el truco, se ve el oficio. Te haces de plástico y la gente se distancia de tus personajes. Hacerlos creíbles es a lo que se le llama ser natural. Tengo que ser mecánico fresador, tengo que haber introducido el gotelé en este país… Hagas lo que hagas, tienes que hacerlo creíble. ¿Desde dónde se parte? No hay ninguna escuela que te pueda enseñar ser natural. Es imposible. Naces con ese don y tienes la facilidad de saber lo que transmites con tus gestos y con la máscara de tu cara. A partir de ahí, con el tiempo, aprendes a cómo utilizarlo.
Acaba siendo tan fácil como conducir: vas pensando en otras cosas mientras lo vas haciendo. Eso ya está metido dentro de ti y es una forma orgánica de trabajar. Pretender ser natural es hacerlo lo más artificioso que existe. Yo he conocido compañeros el primer día de la Escuela de Arte Dramático, cuando todos estábamos muy verdes, y vi que tenían algo. En aquellos tiempos se decía “ese tío está sembrado”. Y, efectivamente, a lo largo de su vida se demostró que ese tío estaba sembrado. Aquellos que no estaban sembrados en absoluto también lo han demostrado: aprendieron técnica pero siguen siendo muy fríos y no lo pueden evitar, no pueden poner más pasión. Y no puede gustarles más el oficio, pero no pueden con él. Es algo que les supera. No llegan a entrar nunca en el alma del personaje. Es un milagro que ocurra.
F.J.G: El baile de idiomas con el que están salpicadas tus películas, ¿es una raíz cultural enteramente tuya o has tenido algún coach de ayuda en este tema?
C.I: Yo hablo el suizo-alemán, el dialecto alemán, pero el francés no. El actor que hacía de jefe de estación hablaba francés a la perfección porque es nativo. Yo confiaba plenamente en lo que decía en francés porque era la traducción de lo que yo le puse en castellano que dijera. Creo que el baile de idiomas que hay en mis películas tiene que ver con el mayor hándicap que había a la hora de emigrar, que es el idioma. Aquí es un factor más a tener en cuenta, es un personaje más. Tanto como las dificultades y las situaciones a las que lleva no conocer el idioma. Todo eso funciona como un gag y la verdad es que funciona de puta madre.
F.J.G: ¿Cómo te sientes al haber experimentado la dirección de actores con un reparto tan nutrido y coral?
C.I: Pues muy bien porque todos han colaborado conmigo. Yo, a cada uno de ellos y en su conjunto, les decía: tengo que estar en la película al 100% pero vuestra única responsabilidad es el personaje. Por favor, traedme cosas que a mí se me han escapado porque no puedo estar en todo al mismo nivel. Como sois igual de listos o igual de tontos que yo, traedme cosas. Así ocurrió que el cura me traía cosas, Nieve de Medina me traía cosas, Javier Gutiérrez… En ese sentido, han sido muy generosos. Me lo han regalado a mí para que yo lo mostrara todo. Ha sido muy fácil. También es verdad que me he rodeado de unos técnicos que a veces me decían: “Carlos, esto va a tener ciertas dificultades que no has previsto a la hora de escribir el guión. Ten en cuenta esto y esto otro”. Esas partes técnicas que a mí se me escapan porque no vengo del mundo de la dirección. A mí me interesa la historia. Lo que no me interesa es que la cámara se mueva así, baje por el abeto y se meta por dentro de un tubito, no. Lo que siempre les digo a mis directores de fotografía es: “procurad que la cámara no se note”. Que parezca que la gente realmente está mirando por una mirilla para ver la vida que le mostramos.
F.J.G: ¿Crees que, en una época tan convulsa a nivel económico y político, el cine debe incidir especialmente en la comedia? Hacer reír en estos tiempos tan difíciles.
C.I: Yo creo que sí. Hasta tal punto lo creo que 1 franco, 14 pesetas, en un tiempo de vacas gordas, era tragicómica y ahora, que estamos llorando todo el santo día, creo que es muy higiénico que nos riamos: de los suizos, de nosotros mismos y de nuestra puta madre. Porque eso nos puede dar alas para crecer. Creo, incluso, que estas generaciones de ahora, que ven representadas en comedia a gentes que han pasado por lo mismo y que salieron adelante, deben aprender a valorar que nadie se va a morir por esto, que vamos a salir todos a flote de esta crisis. Como hemos hecho con tantas otras.