El estreno este fin de semana en las carteleras españolas de la nueva película del cineasta irlandés Neil Jordan me ofrece la extraordinaria, nostálgica e impagable oportunidad de hablar de este maestro del cine contemporáneo, sin duda uno de los directores que marcaron mi adolescencia y al que por tanto siempre es un gusto acudir para rememorar viejos y agradables tiempos. Para mi Jordan es un referente del cine contemporáneo siendo uno de los pocos tipos que ha sido capaz de moverse como pez en el agua tanto dentro del circuito del cine más comercial (siempre con un toque íntimamente personal) como dentro del terreno del cine de puro autor de arte y ensayo sin salir mal parado de tal osadía. Aparte de esta virtuosa dicotomía que me atrae profundamente del arte de Jordan, el irlandés cuenta en su curriculum con alguna de mis cintas favoritas del cine de todos los tiempos, tal como Juego de lágrimas (no se pueden imaginar, o igual sí, la enorme sorpresa que me llevé allá por finales de los noventa al descubrir el secreto que se escondía en la trama del film hasta mediado el desarrollo del mismo), En compañía de lobos (esta es el primer recuerdo que mantengo aún en mi memoria de aquella nueva programación televisiva que se instauró en la España de los noventa gracias a su pase por un programa bastante mítico de cine de terror titulado Noche de lobos que tuvo a bien programar la vetusta Antena 3) y por último la cinta que voy a reseñar a continuación, la cual es además mi película favorita de este genial director: Mona Lisa.
¿Cuál es el motivo de mi fascinación por esta película, no demasiado conocida ni aclamada, de Neil Jordan? No os sabría decir exactamente el porqué de dicho hechizo. El cine, como arte subjetivo y atemporal, es un ente vivo que ejerce su influencia no solo por el hecho de sacar a la luz obras de marcado carácter personal y bello, sino que fundamentalmente el influjo del cine tiene mucho que ver con un estado emocional y por tanto con el momento, el lugar y también el estado de ánimo en el cual tuvo lugar el encuentro y la conexión entre espectador y arte. Recuerdo que mi primera experiencia con Mona Lisa fue bastante tardía. Ya había visto buena parte de la filmografía de Jordan por lo que no fue la novedad la causa del hipnótico sortilegio que ejerce sobre mi persona esta magna obra cinematográfica. Reflexionando desde mi interior para poder sacar a la luz mi amor sensual y externo por ella, creo que Mona Lisa me fascina por varias razones…
En primer lugar la película cuenta con una de las más grandes demostraciones de interpretación que yo jamás he visto en el séptimo arte, la que vertió el maravilloso Bob Hoskins, actor poseedor de una mirada y un registro interpretativo descomunal: tierno, realista, excesivo, natural… que en Mona Lisa da literalmente un recital como pocas veces un actor ha sabido mostrar al espectador. Me siento muy identificado con Hoskins. Creo que si Jordan hubiera elegido a un actor más alto, guapo, rico, famoso y perfecto que Hoskins (las malas lenguas rumorean que Sean Connery rechazó el ofrecimiento de Jordan para protagonizar la cinta) para el papel de ese perdedor de los bajos fondos llamado George, dotado de una personalidad donde la honestidad y la integridad son los motores que mueven su alma a la vez que de un corazón bonachón y también algo ingenuo, el resultado final no hubiera sido el mismo. Hoskins se sale y él es la película. No me puedo imaginar a otro actor en su rol puesto que la cinta en este caso sería totalmente diferente de lo que en verdad es. Es imposible no sentir empatía por su personaje, uno de los pocos retratos de esas buenas personas perseguidas por la fatalidad y la mala suerte condenadas pues a un destino triste y fatalista a pesar de sus esfuerzos por buscar un pequeño rincón de felicidad, que no han caído en la caricatura con el paso del tiempo. Creo que todos en algún momento hemos sentido en algún momento de nuestras vidas la decepción que padece al final del film el bueno de George, al descubrir que la realidad que creíamos haber construido no es más que un débil ilusión que acaba devastada por las crudas circunstancias y el comportamiento egoísta e interesado de aquellos a los que más queremos… Esto es, el desamor.
En segundo lugar, la cinta es una fiel radiografía de la sociedad de los ochenta, conteniendo muchos de los tics que conformaron la forma de hacer películas de esta década. Mona Lisa desprende arte pop, no solo en su banda sonora, dentro de la cual podemos encontrar temas legendarios de los ochenta como por ejemplo el In too Deep de Genesis mezclados con elementos vintage como la canción que da título a la película interpretada por Nat King Cole. Pero no solo la música, el vestuario, las crecientes familias disfuncionales, los frikis, los guetos en las afueras de las grandes urbes occidentales habitados por inmigrantes, la industria del sexo como negocio de masas, las drogas no solo como mono adictivo sino también como metáfora de las dependencias sexuales y afectivas que nos imponemos los seres humanos, la prostitución arrabalera y callejera, los nuevos ricos petroleros árabes… Todo esto es dibujado por Jordan en su film como si éste hubiese decidido convertirse en un cronista social con un cruel deseo de reflejar la época coetánea en la que se filmó la cinta.
Tercero, Mona Lisa siempre fue para mí un cuento de hadas al estilo del patito feo, que en esta ocasión no se convierte en un bello cisne, mezclado con la historia del sapo que debe ser besado por una virginal e inocente princesa para de este modo abandonar su actual estado marcado por la perversión, la fealdad y la tristeza para abrazar tras este acto desinteresado la belleza y la felicidad vital libre de depresiones e infortunios. Hoskins es ese sapo que lucha por encontrar y defender a su preciosa princesa de las funestas y oscuras huestes que tratan de aprisionarla en los círculos de la depravación y el vicio. El film cuenta a lo largo de su metraje con ese halo de leyenda medieval destinada a cultivar las tiernas mentes infantiles, y eso es algo que me apasiona de él. Primordialmente porque este cosmos se sitúa en la atmósfera decadente y degenerada de los bajos fondos londinenses, hábitat morado por delincuentes de poca monta y mafiosos de medio pelo que hacen las veces de aquellas brujas desalmadas que envidiaban la candidez de la princesa y su escudero y que por tanto hallan su razón de ser en destruir las débiles líneas de felicidad tejidas por estos mismos. Pero el cuento de Jordan es aún más deprimente por un hecho que espero no desvele el final de la película. Y es que en este cuento de hadas las princesas que lo habitan no son tan cándidas ni bienintencionadas como en las historias narradas por las abuelas en nuestra infancia, y por tanto, el pobre sapo no es más que un instrumento de usar y tirar vilipendiado en su honesto tesón y así pues atrapado en la espiral de engaños y traición en la que se sumerge para luchar por el amor de su princesa.
Por último, siempre he atisbado que de la trama de Mona Lisa brota ese homenaje que rindieron (consciente o inconscientemente) buena parte de los autores surgidos a finales de los setenta y principios de los ochenta a una de las cintas más legendarias de la historia, la cual no es otra que la inmortal Centauros del desierto de John Ford. Al igual que Paul Schrader hiciera en su Hardcore o Wim Wenders en París, Texas, Jordan captura el espíritu del western de Ford para adaptarlo de forma muy personal. George es una especie de Ethan, es decir, un outsider algo racista en un principio, incapaz de hallar su sitio en una sociedad que le resulta extraña y que encuentra en la misión de localizar a una misteriosa dama desaparecida que ha sido robada de los brazos familiares por unos salvajes indios revestidos bajo la forma de unos patéticos puteros con ínfulas de mafiosos de alta gama, un objetivo en la vida: el de rescatar a la secuestrada de su cautiverio forzoso para así liberar el tormento que oprime a la mujer que ama. Sin embargo, George (como Ethan) es un perdedor perseguido por la mala suerte y la soledad de modo que una vez alcanzado el rescate de la cautiva descubrirá que su logro únicamente le causará pesar y tristeza al toparse con la cruda realidad.
Creo que la mejor forma de disfrutar de este clásico moderno es sin duda desde el total desconocimiento de la sinopsis. No obstante, igualmente pienso que es útil comentar con unas breves pinceladas cual es el discurrir de la historia vivida por George. Así podríamos definir Mona Lisa como uno de los más maravillosos cuentos sobre el desamor surgidos en el cine reciente. La cinta cuenta la historia de George, un ex-presidiario recién salido de la cárcel tras cumplir condena por un acto del cual parece no haber sido el principal responsable y cuyos principios han impedido delatar a sus compañeros de viaje. George es feo, pequeñito, hortera y bonachón y tratará de recuperar el tiempo perdido en prisión conquistando el afecto de su hija a la cual su ex-esposa impide ver con frecuencia. En agradecimiento por su silencio, el mafioso para el que trabajaba en el pasado le ofrece un trabajo como chófer de una prostituta negra llamada Simone, una diosa de ébano fría como un témpano, que ejerce su profesión en lujosos hoteles habitados por millonarios árabes. La primaria repulsión que George siente hacia Simone se transformará en un limpio amor platónico a medida que George traba amistad con la bella prostituta.
Y es que Simone no es esa diosa de gélidos sentimientos que parece querer aparentar. Al contrario, es una triste prisionera que ha caído bajo las garras de un chulo inmisericorde, atormentada desde que una amiga del alma ha desaparecido. Así Simone pedirá a George que circule cada noche por las calles moradas por prostitutas y drogadictas con objeto de intentar localizar a su inseparable compañera. A medida que George se involucra en la búsqueda de esta misteriosa mujer aumentará su devoción y amor hacia Simone a la vez que se introducirá en los bajos fondos de la City británica poniendo en serio peligro su propia vida. ¿Servirá este sacrificio a George para conquistar el amor de Simone?
La respuesta a esta pregunta servirá de moraleja acerca del desamor y la inmundicia que rodea a las personas de buen corazón y honestas que anteponen su propio bienestar para tratar de alcanzar un amor imposible. Por tanto, Mona Lisa es un inteligente cuento de realidad por el cual no ha pasado el tiempo, sino al revés, el tiempo ha demostrado que el retrato planteado por Jordan es más actual en estos tiempos que incluso en la época en la que fue rodado el film. Nos encontramos pues ante un film cruelmente bello y trágico que versa sobre las decepciones de la vida. Es más, versa sobre la mayor de las decepciones que puede experimentar un ser humano: el desamor en su versión más profunda y deprimente. Pasen y disfruten con esta obra que sigue siendo una de mis favoritas de siempre.
Todo modo de amor al cine.
La reseña describe a la perfección las sensaciones que despierta en mí esta magnífica obra. Coincido en lo de Mr. Hoskins; también en lo que respecta al retrato de ese inframundo social, a las crueles lecciones que te suele deparar el enamoramiento e, incluso, a las que atañen a una personalidad generosa… Sólo añadiría un reconocimiento para el papel secundario desempeñado por ese AMIGO -con mayusculas- del protagonista, una especie de orate ermitaño a medio camino entre mecánico y artista; otro outsider entrañable y acogedor (pese a vivir en un taller cochambroso).
Como anécdota diré que uno de los matones perseguidores es el inclito Clarke Peter (el detective Lester Freamon de ‘The Wire’).
Enhorabuena y gracias por este sitio, Don Rubén.
Gracias! Coincido con ese maravilloso outsider amigo de Hoskins que igualmente hace años fue mítico gracias a una película con bastante éxito entre los adolescentes de los 90: Monjas a la carrera. Me encanta la película por ese retrato desgarrador con tintes de fábula sobre los misterios que encierra la vida y el amor imposible. Un abrazo!