La cinematografía sueca siempre ha gozado de espléndidos cineastas hasta nuestros días. En el cine mudo destacaron Stiller y Sjöström que dejaron innumerables obras maestras así como herencia en cineastas posteriores y más afamados como Bergman, considerado como uno de los más grandes. En una época en la que el propio Bergman o Sjöberg poseen muchas películas de altura, aparece otro cineasta que en el año 1951 dirigió Hon dansade en sommar, película ganadora del Oso de oro en Venecia en 1952. Este director es Arne Mattsson y el film que voy a tratar de acercaros es Vaxdockan de 1962.
No se me ha aparecido nunca la virgen ni conozco tampoco a nadie que haya tenido esa experiencia. ¿En caso de que dicha aparición se sucediera me señalaría el camino correcto? ¿Me enseñaría a vivir? ¿Haría que mi aburrido y gris presente se transformase en un esperanzador futuro abierto a nuevas oportunidades? Estas preguntas son las que Arne Mattsson plantea en este fascinante film sueco religioso.
Vaxdockan narra la historia de un vigilante de seguridad en unos grandes almacenes que de casualidad encontrará un maniquí y se lo llevará a casa. Este maniquí cobrará vida y le desvelará un mundo nuevo, fundamentalmente el mundo de la luz. La aparición del inerte maniquí señalará a Lundgren (Per Oscarsson, con una magnífica interpretación que recuerda al Anthony Perkins de Psycho) el camino hacia el “amor puro”, lejos de los habituales materialismos que dominan la sociedad y oprimen la vida de las personas. Con este extraño recurso, onírico y original, Arne Mattsson narra un hecho fantástico que sirve de metáfora para describir y criticar la soledad del ser humano y el vacío existencial presente en los personajes que protagonizan el film, siendo fundamentalmente esta aparición una especie de alegoría que podríamos asimilar al concepto de “amor puro”, esto es, el que aún no está corrupto por la sociedad pero que no acabará triunfando como veremos a la largo de la cinta.
«Solo amar, sin pensar, solo dar, sin recibir». Estos son los versos que Arne Mattsson podría haber dibujado al incio, pero que me vienen a la mente mientras revisiono esta gran película. El maniquí llenará el vacío de Per, pero no conseguirá que cambie, al contrario, seguirá siendo un hombre solitario, vacío, que no ama de verdad, que necesita inanimadas baratijas para conseguir el amor. Una escena a resaltar e importante para el relato es por ejemplo aquella en la que el maniquí y Lundgren están en el cuarto de la posada, sucio, ténebre, con luces y sombras siempre presentes, donde realidad y ficción a veces no se distinguen. Ella solo quiere recibir amor, si bien no quiere nada más y se lo reprocha a Lundgren. Él, solo le puede dar vacío, soledad (en palabras de ella). Esta escena será esencial para el desenlace de la historia. Sin duda mi escena preferida de la película es la del momento de la revelación. Arne Mattsson me cautiva con esta escena más que cinco Bergman juntos. Esa mano que acaricia el cuello del maniquí me provoca una inquietante sensación de empatía emocional… pienso que este instante está a la altura del final de Ordet de Dreyer, claro está, salvando las distancias y de muchos momentos mágicos de la historia del séptimo arte.
Merece la pena resaltar los magníficos personajes secundarios, vecinos de Lundgren, que viven en la posada. Sin duda, el personaje más fascinante es el de la casera, una chica de mediana edad con media cara quemada a lo Gloria Grahame en The Big Heat, de la cual haremos elucubraciones sobre que ha podido suceder en su pasado. Ella está enamorada de Lundgren. ¿Por qué? ¿A qué es debido ese amor? En todo el film hay momentos en que ella mira como sube o baja las escaleras, siempre apoyada en el marco de una puerta, imaginándose cosas que vivir, o quizás vividas con el vigilante, recordando tiempos mejores… ¿quién sabe? Menos fascinantes pero más reveladores son los personajes de la pareja que viven en el mismo piso que Lundgren, unos jóvenes que necesitan el sexo constantemente para poder vivir, y que robarán una preciada joya perteneciente a Lundgren como símbolo del materialismo existente en la sociedad, hecho que jugará un papel importante en el devenir del film. Por último, resaltar al vecino que le aconseja a Per Oscarsson en la escalera de la posada que con las mujeres se debe ir con regalos por delante en una aparición breve pero fundamental. Con esta escena el director logra su objetivo: que veamos como la sociedad corrompe las almas de las personas, de las que aún no conocen el mundo exterior, de los noveles en el amor.
En relación a los aspectos técnicos quiero destacar la fotografía, hecho este que ya he apuntado antes, la cual resalta por su tenebrosidad con un llamativo juego de luces y sombras en la habitación y en la posada. A diferencia del planteamiento inicial del film en el que la luminosidad domina la escena, la película no volverá a transcurrir a la luz del día, siendo el mundo de las sombras el que predomina sobre el de la luz, esto es, la corrupción parece devorar la pureza presente en el ser humano. Igualmente hay que destacar el trabajo fotográfico a la hora de representar a ese supuesto “maniquí”, el cual parece adoptar en los sueños del protagonista una forma humana y animada, de modo que no sabremos si éste cobra vida en la mente del protagonista o si las vivencias experimentadas son reales, por lo que esto provocará dudas acerca de su verdadera sustancia. El final del film corrobora la idea de que se trata fundamentalmente de una película religiosa, el cual emite un mensaje que desencadena en la idea de que nunca se podrá deshacer del “amor puro”, ya que siempre estará presente en los seres humanos. Está claro entonces que Dios o en este caso “el amor puro” nunca abandonará a los hombres, siempre dentro de ellos. Usarlo o no, es la opción que nos plantea el director sueco. Pasen y deléitense con esta joya sueca que sin duda emocionará a los amantes del cine trascendental.