Probablemente, el acercamiento más estrecho que hubo entre un hecho histórico como la batalla de las Termópilas con el gran público tuvo lugar a finales de los 90, cuando Frank Miller lanza una de sus obras culmen, 300. Esta novela gráfica relata la contienda entre griegos y persas destacando la característica inventiva visual del autor, no ajena a la polémica sobre su rigor histórico, además de otras controversias ideológicas. La polémica se actualizaría nueve años después cuando Zack Snyder dirija su adaptación a la gran pantalla, cuyo enorme éxito ha propiciado una segunda parte que ahora se estrena, denominada 300: El Origen de un Imperio, que supone una ocasión excepcional para rescatar uno de los referentes de Miller para dar vida a su obra: el film dirigido en 1962 por Rudolph Maté, El León de Esparta, primer acercamiento del cine a la famosa contienda espartana que tuvo la invasión persa sobre Grecia como telón de fondo.
Tan interesante como previsible es el ejercicio de comparación entre las obras de Snyder y Maté, diametralmente opuestas en concepto, aunque compartan entre sí el enfoque de esa majestuosa batalla que elevó el honor y bravura de los espartanos para su posterior grado histórico. Aunque esto se abordará posteriormente, cabe centrarse en la obra de 1962, realizada por el previamente experimentado director de fotografía Rudolph Maté que daría el salto a la dirección en el cénit de su carrera como cineasta. La producción de El León de Esparta venía apadrinada por la Twentieth Century Fox y su gestación venía a rebufo de éxitos anteriores como Ben-Hur o Espartaco, dentro de los años dorados de un género tristemente denostado como el peplum, amparado en aquella época por las grandes producciones norteamericanas y casi al mismo tiempo por la producción italiana de géneros que veían en él una forma de “respescar” para su industria los intentos de éxito que sí se daban en sus referentes.
Con un gran presupuesto y el punto a favor de contar en sus localizaciones con las propias tierras griegas, Maté relata la contienda entre persas y griegos con el espíritu clásico que la narración necesita, además de con unas evidentes pretensiones de ofrecer un rigor histórico de cierta veracidad, luchando con la dificultad de enmarcar un relato clásico como el que nos ocupa en una realidad fidedigna que aún a día de hoy es investigada y re-descubierta. En el film se potencia el discurso sobre el heroísmo y el coraje de la dotación de guerreros protagonistas (el cariz que ha quedado inmortal como moraleja de esta historia espartana) a favor de situar la contienda bajo el punto de vista del ejército espartano, amparándose en la inteligente visión de la batalla del ejército de Leónidas quienes lucharon con osadía y entereza ante la inferioridad numérica sufrida a través de la traición de algunos de sus aliados. A pesar de querer ofrecer un relato histórico que plasme con realismo todo lo que allí se produjo, el film de Maté parece querer incidir más en todos esos valores históricos que dejó para la posteridad esta mítica batalla, más que en buscar la espectacularidad que si podría haberse dado ante la épica implícita en el episodio. De ahí podemos buscar una justificación a la falta de un clímax final, tan propio del peplum, que aquí parece adolecer un descafeinado tratado, además de la utilización de las contadas batallas como mero recurso argumental y no estilístico. El guión prefiere concentrar su desarrollo en las relaciones interpersonales de ambos ejércitos, así como su entendimiento interno de la estrategia, la traición, y hasta de ciertos valores morales sobre el conflicto.
En el ámbito estético cabe decir que la película regala postales realmente preciosistas, aunque no sólo por las impresionantes localizaciones griegas que aparentemente proponen un enclave fehaciente de los lugares donde tuvo lugar la invasión persa. Como experimentado director de fotografía Maté se posiciona a favor de un retrato pictórico de la imagen, en un excelente uso de los planos amplios, fabulosamente fotografiados en esta ocasión por George Unsworth. La película acierta en no dejar cargar un peso heroico significativo en ninguno de los personajes, aunque sí es cierto y entendible que la figura de Leónidas alcance mayoras cuotas de relevancia en algunos aspectos, a favor del trabajo interpretativo de Richard Egan, eterno secundario que realiza aquí su más importante trabajo para la gran pantalla. En la posición en la que recae la película (recordemos, el ensalzamiento del honor y decoro de Esparta ante la batalla) compone de los persas una conducta adversaria dentro de la historia, lo que sirve para distinguir el estimable trabajo interpretativo de David Farrar como Jerjes, quien cumple con el retrato del personaje en su faceta antagonista.
El León de Esparta supone un acercamiento a su contexto histórico altamente respetable, ensalzado sobretodo por el buen hacer de un artesano como Maté. Su trabajo no solo consigue respetar los estándares impuestos en la época dentro del peplum, sino que supo exprimir de los hechos reales una fiel y estimable dramatización en pantalla de esos valores por los que la batalla de las Termópilas es recordada, además de retratar un estudio táctico y estratega de lo bélico que confluye fielmente con un intento (dentro de las posibilidades que ofrece un hecho histórico en perpetua investigación como este) de veracidad muy interesante. De aquí es donde se diferencia, si entramos en la inevitable comparación, con el film de Zack Snyder (insistimos en que la película de Maté podría considerarse germen de la película de 2007 cuando el propio Miller concibe la obra de Maté como su principal referente), que como las viñetas originales apuesta por un sentido de la épica y majestuosidad visual de la batalla en detrimento del peso de fidelidad histórica. Aunque el desparrame visual de Snyder tiene algunas virtudes, dentro de la parafernalia estética que deja en bandeja una separación bastante reprochable entre la viñeta y el plano (algo que Robert Rodriguez sí supo manejar con brío en su Sin City, otra obra de Miller llevada a la pantalla), quien prefiera un acercamiento de la batalla de las Termópilas en una narración mucho más arraigada con su germen histórico, la película de Rudolph Maté se antoja como excelsa prioridad.