No faltaba François Ozon a la pasada edición de Cannes. No podía faltar, pues raro es el año en que el cineasta nos ha dejado sin una de sus obras, no obstante, tras Joven y bonita ya no se deducían con tanta facilidad los pasos de un Ozon anterior. Aquellos ecos que habían sonado en un cine capaz de reformularse con una habilidad pasmosa sin perder un ápice de su valía (no hay más que ver Gotas de agua sobre piedras calientes y la injustamente minusvalorada Mi refugio para comprobarlo) parecen haber cobrado una nueva dimensión en Joven y bonita, uno de esos títulos que prácticamente no dejaron de recoger ovaciones y loas en su paso por el festival celebrado en la ciudad gala, y que no obstante se iba de modo inmerecido sin un solo galardón. Quizá porque se había asumido que En la casa era un techo difícil de sobrepasar, y todo lo que vendría después no sería sino menor en la extensa filmografía del autor de Amantes criminales.
Ciertamente, no es que los premios arrojen o quiten valor a un film, pero en este caso se antoja una vía necesaria para exponer hacía donde nos lleva Ozon en esta ocasión, y es que si hablaba de rutas inexploradas (o no tan exploradas) era precisamente por el hecho de encontrarnos ante una versión compleja y madura del cine de Ozon. Quizá, y aunque conlleve una peligrosidad implícita decir algo así debido a la extensa carrera del francés, más que nunca. Y es que conociendo desde unos mínimos el cine de Ozon, uno se percata de que en Joven y bonita ha intentado dar un paso más allá y lo ha logrado: porque su nuevo trabajo es capaz de, además de dejar un poso no pocas veces presente en su cine, arrancar una profunda reflexión del espectador, dejarle expuesto a un proceso de introspección sin en realidad haber llevado tan lejos —aunque sí con mucho talento y una sensibilidad extrema— el material con el que partía.
La historia de esa muchacha de 17 años llamada Isabelle que descubrirá su sexualidad durante unas vacaciones cerca de la costa, y que a partir de ese instante nos llevará a un periplo en el que recorrerá diversas etapas que precisamente atienden a una exploración y entendimiento de esa condición, es manejada por Ozon con mano maestra sin, como apuntaba, llevarla tan lejos como podría parecer en primera instancia. Quizá porque los recovecos del relato manejado por el cineasta no requieren una profundización mayor en aspectos que apuntan más al cómo que al qué, y ello es aprovechado por Ozon modulando el tono, descubriéndose con una elegancia y una tenacidad dignas de muy pocos cineastas y, en especial, sabiendo mantener unos matices incluso cuando el relato central se le podría haber escapado de entre las manos. Ahí es donde el galo demuestra que no sólo sabe hacia donde vira la crónica de Isabelle, también cuales deben ser los aspectos predominantes de esa maduración que derivará en redención.
Buena parte de los méritos de Joven y bonita, se deben al hecho de haber otorgado el rol principal a Marine Vacth, ocasional actriz hasta ahora y modelo que sabe realizar una portentosa relectura del personaje en cada instante: su papel no se ciñe tanto a la sensualidad que debe trazar un personaje como el de Isabelle, sino más bien a la cercanía (envuelta en una extraña pero necesaria frialdad) con que se muestra, hecho que se vislumbra en prácticamente cada una de las relaciones establecidas por Isabelle (con su hermano, esa impagable conversación con su padre en el sofá, e incluso con algún cliente), y en el que no interfieren (en otro magnífico acierto del guión compuesto por Ozon) los motivos que llevan a la joven a esa situación. No obstante dilucidarlos tampoco tendría sentido, y no cobra necesidad en ningún momento, en especial con otro cierre made in Ozon, quizá no tan secante como en anteriores ocasiones, pero desde luego tan brillante que sólo podría estar a su altura.
Larga vida a la nueva carne.