¿Resulta aventurado afirmar que Rosaura a las diez es la mejor película de la historia del cine argentino? No, para un servidor es sin duda la mejor película de la historia del cine gaucho y no solo eso, sino que igualmente una de las mejores películas de la historia del cine de todos los tiempos y latitudes. Es increíble el nivel de desconocimiento popular más allá de las fronteras de Iberoamérica que ostenta esta obra magna del séptimo arte. ¿El motivo? El de siempre. La nula promoción de la que hace gala el cine latino fuera de la jurisdicción que le es propia. Y es que una película como Rosaura a las diez sería de visionado imprescindible entre buena parte de los cinéfilos de todo el mundo si esta fuera de nacionalidad norteamericana o francesa (por poner dos ejemplos de las cinematografías más poderosas a nivel de promoción que existen en el ambiente cinéfilo).
La cinta es fundamentalmente una obra compleja e inclasificable poseedora de un universo impropio del cine de los años cincuenta, tratándose por tanto de un film adelantado a su tiempo. Es el cine de los sesenta y de los setenta el que mejor define el cosmos de Rosaura a las diez. Ello se debe fundamentalmente a la apuesta narrativa transgresora que propone Mario Soffici (uno de los más grandes autores del cine latinoamericano de todos los tiempos), la cual se emparenta de modo muy claro tanto con el Rashomon de Akira Kurosawa como fundamentalmente con la atmósfera malsana y opresora de El quimérico inquilino de Roman Polanski, obra que casi veinte años más tarde copiaría como un holograma alguna de las secuencias esbozadas por la mano maestra de Soffici, precisamente las más enfermizas de la obra del polaco.
Mario Soffici tuvo la osadía de llevar a la pantalla grande la excelente novela de título homónimo escrita por Marco Deveni. Sin duda, la premiada novela de Deveni exhibía suficientes argumentos para llamar la atención del mundo del cine, si bien la complejidad de la trama convertían esta misión en una auténtica quimera. Sin embargo, Soffici supo captar toda la esencia de la novela para construir una película cautivadora e hipnótica cuyo ritmo no decae en ningún momento a pesar de los bruscos giros presentes a lo largo de la trama. La película ostenta toda la esencia de la novela, siendo pues una metáfora ácida y descarnada acerca del mundo de las apariencias, de las mentiras, la envidia, los malentendidos, las ensoñaciones, el cotilleo y la rumorología que plagan las sociedades contemporáneas mostrada a través del maravilloso recurso de centrar el desarrollo de la historia en un pequeño hostal morado por una galería de personajes que dibujan a la perfección un pequeño cosmos social que representa a los diversos estratos y personalidades presentes en la clase media argentina de la época.
A partir de una puesta en escena que casa con la naturaleza de una fábula de tintes cómicos muy costumbrista, Soffici adentrará al espectador en un enrevesado laberinto que juega con diversas esferas temporales que acabará convirtiendo el inicial cosmos de comedia cotidiana en un intrigante policíaco en el que nada es lo que parece. En ella, Camilo es un tímido y afeado hombre que arriba a una humilde pensión de barrio llamada La madrileña. La introspección y vida gris que parece acompañar al pusilánime Camilo estallará el día en que una carta dirigida al acomplejado huésped con olor a perfume de mujer llega a conocimiento de la dueña y habitantes de la pensión. La inicial falta de interés hacia Camilo se convertirá en un río de rumores emanados de los clientes de La madrileña los cuales por medio de las más mezquinas acciones de cotilleo descubrirán que el viejo Camilo se halla en amores con una joven y atractiva rubia llamada Rosaura, la cual parece una chica atormentada por su pasado y por el yugo de su adinerada familia y de la que únicamente los vecinos conocen su apariencia física por medio de una foto encontrada en el armario de la habitación de Camilo. La riada de murmullos vecinales explotarán el día en que la joven de la foto aparece en la posada de forma inesperada, sin embargo la misma noche en la que se celebra la boda de los dos enamorados, Rosaura será asesinada en una sucia habitación de un motel siendo Camilo el principal sospechoso de la comisión de tal acto. ¿Por qué Camilo ha asesinado supuestamente a su amor verdadero Rosaura? ¿Es Rosaura verdaderamente la joven tímida e inocente que todos creían ver? ¿Cómo una joven tan bella se enamoró de un hombre de belleza distraída de mucha más edad como Camilo? ¿Es Camilo realmente un pintor atormentado por un amor imposible o es esta solo una tapadera de su verdadero temperamento? ¿Han sido engañados los vecinos de La madrileña por las apariencias moldeadas por sus propios cuchicheos y ensoñaciones?
Todas estas preguntas serán respondidas a través de la narración de la historia del supuesto amor entre Camilo y Rosaura desde los distintos puntos de vista de los personajes que habitan la madrileña. Así, para la dueña del hostal, una madrileña emigrada a Argentina llamada Milagros e interpretada por la española María Luisa Robledo (madre de Norma Aleandro en la vida real), la historia de amor entre Camilo y Rosaura es verdadera al estilo de una novela rosa en la que el patito feo logra conquistar la belleza del cisne rubio de Rosaura. Sin embargo, para el funesto e interesado David, Camilo será un demonio con piel de cordero con tintes sádicos que ha mantenido una relación de dominación sexual casi carcelaria con la pobre e inocente Rosaura (joven con la que David ha iniciado una relación amorosa nada más llegar a la posada) de modo que tras enterarse del adulterio de Rosaura, el malvado Camilo ha asesinado a la pobre Rosaura. Estos dos puntos de vista externos, se complementarán con el del propio Camilo y el de la asesinada Rosaura a través de una carta escrita a Camilo que aún no había sido abierta por su destinatario.
La película es un ejercicio magistral de montaje y fluidez narrativa, ya que a pesar de estar construida a través de lo que podríamos denominar cuatro episodios de la misma historia, en ningún momento este hecho perturbará el avance continuo de la trama. Es más, conforme van aconteciendo las distintas peripecias y visiones de los protagonistas el nivel de suspense va incrementándose gracias al hecho de que el final de la intriga narrada por cada uno de los informadores de la historia coincidirá con el principio de la fábula del siguiente cronista, lo cual otorga una increíble uniformidad lineal a una historia aparentemente deslavazada. La puesta en escena empleada por Soffici es sencillamente de maestro del cine. En los primeros minutos del film el autor argentino opta por dotar al film de una fotografía de corte muy clásico enmarcada en el melodrama romántico argentino que Soffici dominaba a la perfección. Pero pasados estos primeros compases del film, el ambiente de la obra dará un giro de 180 grados para abrazar de un modo enfermizo el cosmos del cine negro más malsano y perturbado. Así las tomas cenitales, movimientos de cámara nerviosos, los claroscuros de tono terrorífico y los contrapicados serán las técnicas empleadas por Soffici para inquietar al espectador, dotando al film de un tono esquizofrénico y demente que no abandonará a partir de ese instante.
En este tramo del film, como ya habíamos comentado anteriormente, la cinta adopta el ambiente de El quimérico inquilino más enfermo. De hecho la escena del asesinato de la supuesta Rosaura es una de las secuencias más espeluznantes e insinuantes del cine de los cincuenta gracias a los magistrales primeros planos de la pérfida sonrisa de la gran Susana Campos, la cual borda su papel en una compleja performance de la que sale victoriosa con matrícula de honor. De ley también es reseñar la magistral actuación de Juan Verdaguer, un cómico de toda la vida de la Argentina que con Rosaura a las diez dio un cambio radical de registro en un papel dramático e inquietante alejado de su perfil más popular. Y es que Verdaguer (un mítico monologuista que para hacer una idea al espectador español podríamos comparar con nuestro Miguel Gila) demostró que los cómicos son los mejores actores para interpretar perfiles de alta complejidad dramática de forma magistral, dando lugar a una interpretación memorable como ese pusilánime Camilo que esconde tras su coraza de introversión a un ser humano más complejo e interesante de lo que la simple vista de los cotillas ojos del ser humano parece desprenderse.
Sin duda Rosaura a las diez es una obra maestra del cine mundial que merece una clara reivindicación y un sitio inmutable entre las grandes obras maestras de la historia del séptimo arte. Siento envidia de aquellos que aún no se han envenenado con el arte de esta obra cumbre del cine. Porque descubrir por primera vez Rosaura a las diez supondrá un antes y un después en la percepción del cine para ese inocente cinéfilo que se atreva a adentrarse en los pasillos de ese hostal que representa la esencia del alma humana que es La madrileña.
Todo modo de amor al cine.
La vi en la tele hace muchos años, y también me impactó. Una de las grandes pelis del cine argentino
La reseña es buena, pero cae en inexactitudes. No hay una «relación amorosa» entre el estudiante David, y la recién llegada (Rosaura, que no se llama Rosaura, además). Ellos hacen «buenas migas» (a decir de la «madrileña). David queda prendido de la belleza de «Rosaura», enfrenta a Canegato suponiendo que éste maltrata a su prometida (Canegato le exige a su falsa creación, «Rosaura», que se marche inmediatamente de la pensión. Es que la presencia de esta mujer farsante era un escollo en su amor por Matilde, hija de la dueña de la pensión y origen de su invento amoroso.
David intuye que algo no está bien en esa boda, los sigue la noche del casamiento, sólo para ser testigo de un asesinato qie en realidad Canegato no cometió: claro que eso sólo lo sabremos casi al final.
Sin dudas un film muy osado para la época, donde se muestra descarnadamente el tema de la «trata de blancad» como se lo llamaba en Argentina (hoy trata de personas), el chantaje (en la piel de «Rosaura», una prostituta y ex presidiaria-, tal es así que se le escucha de ir tenuemente al personaje de Canegato/Verdaguer: «puta» dos veces; a Marta/Rosaura: «hijo de p…» en su pelea con el chulo/cafishio (Beto Gianola), quien finalmente parece ser el verdadero asesino
Toda una osadía en el cine argentino posperonist, repleto de la censura y pacatería provinientes de la etapa anterior.