Una imagen miente más que mil palabras
Acabo de terminar la primera temporada de The Newsroom, la última criatura de ese genio llamado Aaron Sorkin. Y aunque no lo parezca, esto enlaza con lo que a continuación dispongo a vomitar.
No resulta fácil hacer una aproximación a un documental que trata de un tema tan polémico y caldeado como es la autodenominada revolución bolivariana y la figura de su máximo líder, Hugo Chávez. Sobre todo cuando la cinta hace un seguimiento más bien entusiasta de su persona, abrazando en todo momento sus tesis y aún peor, mostrando una ausencia total de gris mientras dibuja un país donde todo es blanco o negro.
Para empezar, teniendo por cierto los avances sociales del actual gobierno en las clases más desfavorecidas, queda claro el poco espíritu democrático de los gobernantes que rigen el país en estos momentos. El problema reside en que un grupo que se asentaba en el poder y utilizaba a la democracia para alimentarse y mantenerse de manera perpetua en la cima teniendo a los restantes órganos de poder subyugados, ha visto de pronto perderlo todo en manos de lo que ha acabado siendo otro grupo clientelista que se agrupa en torno a eso que se ha acabado llamando el “chavismo”.
Lo que reduce todo a una guerra por el poder entre la vieja clase dirigente y la nueva.
Esta guerra de poder ha llegado a tal magnitud que se habla de una polarización hasta ahora nunca vista en el país. Y en esta guerra, el campo de batalla son los medios de comunicación.
El documental comienza haciendo un acercamiento del “chavismo” demasiado idealizado, mostrando a unos detractores fáciles de ridiculizar sin apenas esfuerzo. Todo varía cuando el enfoque de la película cambia radicalmente y comienza a fijarse en los medios contrarios al poder y sus métodos de auténtica guerra sucia. Aquí se hace un seguimiento exhaustivo de la campaña de acoso y derribo que sufre el gobierno, abonando el terreno para un futuro golpe de estado.
Este desplazamiento de ideas consigue salvar el documental de la propaganda barata para conseguir, casi sin querer, hacer un análisis certero y prácticamente en directo de la muerte anunciada del sistema político. Y es que hay que reconocer a sus creadores una cualidad importante a la hora de hacer la valoración final del filme: están en el lugar adecuado en el mejor momento. Es tan así que las mejores situaciones son aquellas cuando “casi como el que no quiere la cosa” logran situarse en el palacio presidencial donde en ese instante asistimos al derrocamiento de todos los órganos de la sociedad venezolana entre el jolgorio y los aplausos de los presentes. De esta forma es como suele morir la Democracia, entre aplausos. Tampoco olvidamos los momentos donde la guardia presidencial comienza a posicionarse para dar un contra-golpe de estado, los partidarios del gobierno comienzan a organizarse, la calle comienza hacerse sentir en uno u otro bando, o el tratamiento que se hace de cómo socavar apoyos para el ejecutivo usando como arma ejecutora a la televisión.
Vivimos en una sociedad donde la información ha ganado en inmediatez, pero a cambio se ha sacrificado la reflexión; quien grita primero y más fuerte tiene todas las papeletas de ganar la discusión. De igual manera el bombardeo informativo que adquirimos ante una misma noticia ha conseguido justamente lo contrario de lo que pudiera parecer en un primer momento, la sobreexplotación nos aturde tanto como nos impide ver con claridad, y desde luego estoy convencido de que estamos peor informados que hace una década.
La revolución no será televisada nos ofrece cómo se manipula a un país para llevarlo con la creencia de la legitimidad hacia un golpe de estado que devuelva el poder a la clase dirigente expulsada, usando para ello cualquier medio a su alcance. Un cuarto poder servicial, clientelista, enfermo y podrido por todas partes con contadas excepciones (entre las que no destaca ni por asomo la política informativa de Chávez).
La película hay que verla en su justa medida y con un mínimo de sentido común. Evidentemente puede ser entendida como te venga en gana siguiendo tu posicionamiento sobre la situación actual de Venezuela. Es por ello que ha recibido críticas por algunos detractores del gobierno de Hugo Chávez. Incluso no son pocos los que achacan al documental la misma falta de rigor informativo que esta denuncia. Opino que es un documental muy político y partidista, sobre todo en su inicio, aunque refleja a la perfección los entresijos de los conspiradores para apartar a Chávez del poder al precio que sea, en un país que vive una polarización sin precedentes entre dos maneras cada vez más antagónicas de entender la patria.
Después de su visionado uno comprende que la serie de Aaron Sorkin es más fantasía que otra cosa.
Que estamos jodidos, vaya.
Hablas de los medios de comunicación, supongo que tradicionales. ¿Tienes algún comentario acerca del papel de las redes sociales? ¿Qé papel están jugando?