Protagonizada por Virginie Efira y Pierre Niney, 20 años no importan es la última comedia romántica llegada desde Francia que, curiosamente, pone en liza a un cineasta de género en un terreno que hasta el momento no había pisado, y es que David Moreau co-dirigió en 2006 una de las sorpresas de la temporada junto a Xavier Palud, la cinta de terror Ellos (Ils), para luego emigrar junto a su pareja artística a Estados Unidos y encargarse también del remake de The Eye. Ahora, y mientras Palud realizaba su debut en solitario en 2012 bordeando aun el cine de género con A l’aveugle, Moreau da el salto a la comedia romántica, no se sabe si como proyecto alimenticio o como verdadera vocación. Y es que si hubiese algo que cuestionar acerca de este debut en solitario, sería la vocación de Moreau para un género tan particular como este.
Con ello no quiero decir que el galo realice un mal trabajo, ni mucho menos, sino más bien que la propuesta no se siente todo lo sólida que uno habría esperado y que ciertos engranajes del conjunto no funcionan del mejor modo posible. En ese sentido, podríamos hablar de una de las grandes herramientas de la comedia romántica como son los personajes secundarios, que en 20 años no importan son parcialmente desaprovechados, pues en cuanto el autor del libreto decide poner en liza a alguno de ellos (como el padre de Balthazar y esa genial escena ante la visita de Alice) y darles un poco más de espacio en el film, el relato parece estar más liberado y dispuesto a dar un paso al frente logrando que esa relación entre ambos protagonistas no se sienta quizá tan presa de la química entre ambos actores.
Una química, no obstante, que no es inexistente y que posee grandes momentos en el global del film, pero que en ocasiones se ve condicionada por la poca capacidad de un libreto que prefiere arañar capas superificales antes que seguir dando espacio a aquello que debería primar en la cinta. Ese planteamiento, sin embargo, resulta beneficioso al otorgar un aire más distendido hasta en los momentos más graves (exceptuando, quizá, la consabida secuencia de la ruptura), haciendo así que un cierto halo de despreocupación y ligereza se apodere de esa particular relación, porque por más que Alice quiera resaltar sobre el carácter de la misma que la diferencia de edad sea un handicap, el hecho de que ni ella misma crea en sus palabras se antepone a cualquier otra consideración con el acierto necesario como para no entrar en un círculo vicioso y peligroso para el género al que pertenece 20 años no importan.
Los actores, como es habitual en este tipo de propuestas, marcan la tendencia del trabajo de Moreau; es así como esos chispazos irreverentes (aunque premeditados) de Efira logran hacer de su personaje un bombón no exento de ciertos momentos de debilidad, y como la variedad de matices con la que Niney es capaz de impregnar a Balthazar, consiguen modular instantes que suponen un punto de ruptura en la obra y a partir de los cuales asistimos a un nuevo episodio en esa relación entre ambos. Además, cabe destacar que la elección de ambos intérpretes no es más que un acierto, pues ese aspecto esbelto y (a ratos) arrebatado de la actriz gala contrasta a la perfección con el semblante más ingenuo de Niney, que por otro lado el actor consigue romper con una facilidad digna de elogio.
Puede que Moreau no sepa aprovechar los espacios —ese mundo de la moda repleto de pose y personajes extravagantes, del que apenas sabe sonsacar un momento con cierta mala leche y un personaje (el de la fotógrafa) con algo de interés— y temáticas —las redes sociales, siempre presentes en el film, a las que apenas se concede espacio cuando habrían podido resultar todo un filón—, pero lo cierto es que 20 años no importan cumple como lo que es, y la extensión de su metraje ayuda a ello. En pocas palabras, se podría considerar el nuevo trabajo de David Moreau una de esas alternativas tan ligeras como resultonas a la multitud de títulos que circulan en este momento anterior a los premios y grandes galas, y que sin duda dejará un buen regusto a quien decida acercarse a una propuesta que es exactamente lo que pretende ser. Ni más ni menos.
Larga vida a la nueva carne.