Aunque los primeros pasos los dio la Hammer, curiosamente, en el terreno de la comedia, e incluso en el del suspense de la mano de El barco fantasma, no sería hasta después de la guerra, cuando comenzaría el verdadero periplo de lo que hoy en día conocemos como Hammer, momento en el que sus dirigentes se dieron cuenta que lo más rentable era dirigirse al cine de terror, intriga y suspense. No obstante, y aunque estos dos géneros también acarrearían cierta importancia, la época dorada de la Hammer llegó a finales de los 50/inicios de los 60 con una destacada incursión en el cine de monstruos y el terror más gótico con cineastas que fueron un verdadero pilar para la compañía como Terence Fisher. Justo en esa época, otro de los habituales de la Hammer, Freddie Francis, dirigía su tercer film para la compañía británica con El abismo del miedo.
Francis, que unos años antes había sido director de fotografía de la magnífica Suspense de Jack Clayton (de la cual hay ligeros ecos aquí), proponía en El abismo del miedo una atrevida mezcla de género donde el terror psicológico y el suspense se fundían en una trama que en sus primeros compases ya dejaba destellos de lo que el espectador se encontraría a lo largo de la cinta. Una iluminación expresionista y una tendencia hacia una intriga de tintes marcadamente psicológicos son el mejor modo de enganchar al espectador a una historia que bien pronto empezará a mostrar sus cartas y dejará constancia de que no todo se jugará en el terreno psicológico y que otros géneros adyacentes tendrán mucho que decir en la propuesta.
El cineasta londinense abre nuevas sendas introduciendo a un personaje cuya función descubrimos pronto y empieza así a destapar algunos de los misterios que se esconden tras el caso de la joven Janet, una protagonista que, lejos de lo que pueda parecer, será efímera. Curiosamente, y tras mostrarnos Francis el doble juego de un film que había emergido de modo distinto, lo hace entrar nuevamente en esa vertiente más psicológica del terror que deja secuencias auténticamente deliciosas, en el que el talento visual del director queda más que patente y vamos descubriendo, poco a poco, los recovecos de una mente que quizá no está tan perturbada como podríamos llegar a pensar. Sin embargo, un hecho desencadena las consecuencias y, a partir de ese instante, El abismo del miedo vira en direcciones totalmente opuestas dejando desconcertado a un espectador que podrá esperar cualquier cosa ante una propuesta como esta, pero jamás un trabajo conformista o cómodo.
A partir de ahí, se inicia un juego con el propio espectador que deparará sorpresas en ocasiones más cercanas al cine de Alfred Hitchcock que a lo que se suponía que podía ser un film con el sello de la Hammer. No mina ello las posibilidades de una propuesta que se sigue devaneando entre diversos géneros y que sabe como generar intriga en torno al relato a la par que descoloca al respetable con maniobras de guión que, aunque forzadas en ocasiones, le confieren un tono distinto a la obra; tono este, que ofrece cierta disparidad a la obra pero, lejos de restarle enteros, logra que la trama funcione como un todo y cada pieza encaje a la perfección gracias a una realización que se acerca a los cánones clásicos pero los moldea a su voluntad logrando que tenga una entidad propia.
Quizá cabría achacarle algún que otro desliz interpretativo por parte de sus actrices (en especial, cuando llegan los momentos más tensos), e incluso el hecho de que ese jugueteo con su trama se traduzca en alguna que otra asequible trampa, pero lo cierto es que precisamente El abismo del miedo sin características como esa no sería lo mismo, pues le permite entrar en una guerra psicológica, ya no sólo con los propios personajes del film, sino también con el público, que resulta de lo más estimulante y, aunque concluya con un cuadro más racional y explicativo de lo que habría cabido desear, emplea sus armas a la perfección para lograr un notable ejercicio de género que atrapará y gustará a espectadores de toda condición.
Larga vida a la nueva carne.