Antes de nada debo aclarar que la lista está compuesta por cintas estrenadas durante el año 2013 en España o vistas en ese mismo periodo en festivales de nuestro territorio, con lo cual hay películas con fecha de producción diferentes. La selección está colocada en orden inverso a las preferencias con intención de darle un poco de emoción al asunto.
Suelo ser bastante crítico con el estado del cine actual por su preocupante falta de originalidad y riesgo, pero hay que reconocer que el año que acabamos de dejar atrás es el más potente de lo que llevamos de década y cuenta con gran cantidad de títulos apetecibles; y más teniendo en cuenta que tengo algunas cuentas pendientes como La vida de Adèle, sin ir más lejos. No quiero olvidarme de citar alguna de las películas que se han quedado a las puertas de esta modesta selección, como La caza, Bellas mariposas, Amor y Bárbara. Trabajos que para un servidor se encuentran a un nivel similar y serían dignas de entrar en el décimo puesto si no me hubiese decantado por la más marginal y exótica del listado, por aquello de no confeccionar una lista tan obvia. Tampoco quiero olvidarme de homenajear a esa joya del «bizarrismo» que es Moebius, la última locura del coreano Kim ki-duk, que si hubiese tenido distribución comercial estaría en una posición importante del top (entre el quinto y el sexto puesto). Sin más dilación, vamos con la selección.
10 — Sólo el viento (Benedek Fliegauf)
El director húngaro nos traslada a un drama oscuro, incómodo (por la proliferación de la miseria y el racismo), y finalmente desalentador, que plantea algunas cuestiones trascendentes de carácter social y político, aunque se centre esencialmente en el aumento del extremismo de la ultraderecha en la Europa contemporánea, que sirve como fiel reflejo de la creciente preocupación por la triste proliferación de los partidos políticos de esa ideología en gran parte del viejo continente, pero tampoco se olvida del racismo menos radical que resulta psicológicamente casi tan violento como el de los neonazis. El enfoque de Fliegauf destaca por el frío distanciamiento del que hace gala, mostrando los hechos a modo de voyeur (como sucede con tantos directores europeos de corte realista), rehuyendo de dar cualquier explicación a los orígenes de la violencia, y limitándose a exponer unos acontecimientos que deben ser juzgados por la audiencia sin interferencias. La decisión de no poner rostro a los enemigos resulta acertada y dota a la cinta de una personalidad muy acentuada, centrándose básicamente en las víctimas, y apartándose de los clichés manidos utilizados en las películas que tratan el tema del asedio de las bandas violentas.
9 — Stoker (Park Chan-wook)
La primera incursión en el cine de Hollywood del director de la trilogía de la venganza es un potente drama psicológico, atorado de intriga, oscuridad y romanticismo gótico. Chan-wook mantiene fielmente sus señas de identidad y su personal e intransferible universo estético, aunque rebajando considerablemente el nivel de excentricidad y humor negro para acoplarse al cine de los grandes estudios; volviendo a demostrar que posee una habilidad innata para unir la violencia extrema con el drama mediante resquicios narrativos y estéticos muy atractivos. Sin embargo, su portentosa puesta en escena no se ve acompañada en todo momento por un guión del tatuado de Prison break que a pesar de ser resultón carece de originalidad (quien haya seguido la serie Dexter me entenderá) y se encuentra lejos de anteriores propuestas argumentales del coreano. Afortunadamente, la dirección y la puesta en escena siempre transitan muy por encima del resto, aunque tampoco tienen desperdicio las actuaciones del trío protagonista y una nueva demostración de sutileza del gran Clint Mansell en una banda sonora que es el perfecto acompañante de la protagonista de la cinta, su apoteosis estética.
8 — Mud (Jeff Nichols)
Mud es un bello relato atorado de aventuras, secretos y misterio (con claro aroma a Mark Twain) sobre esa etapa tan complicada de la vida como es el paso de la infancia a la adolescencia, siempre plagada de anhelos inalcanzables y grandes decepciones. Nichols muestra con acierto la imagen idílica del amor por parte de los jóvenes y el contraste de su inocencia infantil con la cruda realidad que les rodea, volviendo a utilizar esa cadencia «ambient» con una fotografía portentosa deudoras del Malas tierras de Terrence Malick que ya exhibió en Take Shelter, pero lo hace con mayor solvencia pese a ser una película menos arriesgada (soy de los que no hicieron buenas migas con el discutible final de su anterior trabajo). La película cuenta con una banda sonora perfectamente ensamblada en la narración con reminiscencias de música folk americana y unas actuaciones de lujo en las que brilla un Matthew McConaughey alejado de sus papeles insustanciales del pasado. Un actor que desde su brutal actuación en la potente Killer Joe se encuentra en estado de gracia. Tampoco tiene desperdicio la actuación de los dos chavales que llevan el peso de la narración con plena naturalidad a pesar de su corta edad.
7 — En otro país (Hong Sang-soo)
Uno de los acontecimientos del año fue que Hong Sang-soo estrenara por fin una película en nuestras pantallas tras diecisiete años dirigiendo largometrajes. El peculiar director coreano nos ofrece otra historia de viñetas entrelazadas que colisionan con la narración lineal convencional, basada en las repeticiones de acontecimientos análogos para mostrar una mirada diferente de una misma situación, y en la reiteración de las circunstancias a través de diferentes personajes. El «rohmeriano» y clónico universo del autor de La puerta del retorno ofrece novedades sustanciales respecto a sus anteriores trabajos, como el hecho de que la protagonista sea una mujer, y la citada mujer sea nada menos que Isabelle Huppert (supongo que ese fue el principal motivo de su estreno inesperado) en el rol de tres personajes diferentes. Pese a su histrionismo exacerbado en algunas fases, se percibe durante toda la narración que la gran actriz francesa disfrutó como una niña en el rodaje de la película, logrando el filme más divertido de un Sang-soo que no renuncia a sus zooms tan característicos, aunque suaviza sus dos principales señas de identidad autorales: la presencia del alcohol y el sexo en sus naturalistas veladas.
6 — Simon Killer (Antonio Campos)
La segunda película del director norteamericano Antonio Campos (tras la prometedora Afterschool) no ha tenido distribución comercial en nuestro territorio, pero fue una de los grandes hallazgos del último D’A. A partir del viaje iniciático de un joven a París para intentar atenuar el sufrimiento propiciado por una traumática ruptura sentimental reciente, el director nos sumerge en un estudio psicológico de un sociópata que va tornándose más antipático conforme avanza el metraje. Un personaje con una actitud desconcertante que se involucrará en una turbia historia de prostíbulos, chantajes, secretos, mentiras y pasados nada esclarecedores, en medio de una atmósfera inquietante de corte realista pese a sus exagerados y coloridos efectos de luz. La película cuenta con un título que puede llevar a equívocos, ya que su violencia casi siempre es psicológica y resulta imprevisible. Campos utiliza atractivas técnicas visuales y sonoras de corte experimental, y muestra un atrevido tratamiento del sexo, colocándonos en posición de incómodos voyeurs. Hay un aroma evidente a Sean Durkin (el director de Martha Marcy May Marlene) ya que está producida por él y cuenta con una actuación portentosa y repleta de matices de Brady Corbet, visto precisamente en el debut de Durkin y en Melancolía. Una grata sorpresa.
5 — Paraíso: Amor (Ulrich Seidl)
En su primera incursión paradisiaca, Ulrich Seidl lanza su despiadada mirada contra el fenómeno del turismo sexual y el poder del dinero capitalista, pero también apunta a otras situaciones execrables de los habitantes de estos paraísos sexuales donde el dinero parece ser también el único motor que lo mueve todo. Con la excusa del comercio sexual vuelve a examinar los abismos más oscuros de la condición humana a través de su demoledora e incómoda visión, ausente de moralidad y plagada de sarcasmo y mala baba, que no renuncia a radiografiar los problemas, y muy especialmente las obsesiones decadentes provocadas por la alienación de la sociedad contemporánea. La fealdad erótica y sexual es una de las señas de identidad de Seidl, y en esta ocasión vuelve a conseguir auténticos lienzos excéntricos con un admirable poder fotográfico en una auténtica oda a la grasa femenina (mediante los cuerpos rechonchos de las turistas) y al pene africano en sus diversos estados de ánimo. El director austriaco deja que sea el espectador quien saque sus propias conclusiones, distanciándose de gran parte de los autores con pretensiones sociales (la mayoría de corte maniqueo) del panorama actual.
4 — Spring breakers (Harmony Korine)
Lo que en un principio parece ser una apología con marcado tono de videoclip de las fiestas de primavera juveniles dominadas por los estupefacientes y el «chunda chunda», va mutando paulatinamente hacia un ácido y acertado retrato sobre la vacuidad y la superficialidad de una generación. Curiosamente, con la aparición de James Franco, que se come literalmente la pantalla con un personaje que por momentos recuerda a una versión sexy del gran Bobby Perú, la cinta gana enteros y muta hacia un relato absorbente plagado de hemoglobina, mala baba e ironía, que deja para el recuerdo momentos brillantes como un tema musical hortera cantado con un sentimiento pocas veces visto en pantalla, o la desternillante voz en off de una de ellas explicando a su madre su absurda filosofía de la vida en pleno clímax violento. Bajo su apariencia ligera inicial esconde una proeza visual, hipnótica e irreverente, con una dirección y un montaje prodigiosos. Las tetas y los culos en primer plano de las chicas Disney no deben nublar la mente del espectador ante una de las películas del año, que además supone la reinvención del lenguaje del director de Gummo en su incursión cinematográfica más estilizada estéticamente. La gran incomprendida del año.
3 — La gran Belleza (Paolo Sorrentino)
Sorrentino realiza un bello homenaje (no exento de ácida crítica) a la Roma contemporánea en una película ambiciosa, sofisticada, espiritual, y por encima de todo divertida, pese a su pesimismo implacable. Hasta en los momentos más profundos y místicos, el sentido del humor se apodera de la narración sin perder ni un ápice de su trascendencia. El director italiano se las ingenia para salir bien parado mezclando diálogos ocurrentes cargados de mala baba, escepticismo existencialista, y misticismo a mansalva, con la decadencia de la noche mundana de las fiestas de la farándula bañadas en alcohol y cocaína al son de la música pachanguera más irritante, y la innegable belleza arquitectónica y artística de la ciudad de Roma. La cinta desconcierta en algunos pasajes por sus elevados cambios de tono utilizados para desarrollar una narrativa que se interesa más en incidir sobre temas vitales para el ser humano que en seguir una narración lineal, bajo la presencia continua y amenazante en el ambiente de la muerte. Pero, por encima de todo, es un retrato excelso sobre la búsqueda de la belleza como contrapunto a la vacuidad de un sistema que toca fondo, y muy especialmente la de una generación que vive amparada en el auto-engaño.
2 — Paraíso: Fe (Ulrich Seidl)
En el gran año de Ulrich Seidl no podía faltar la otra gran perla de su trilogía. Una película que ofrece una representación exagerada de cómo puede degenerar el ser humano cuando centra su existencia única y exclusivamente en un solo aspecto de la vida. El director austriaco se recrea más en la infructuosa y errática búsqueda del amor a través de un perfil completamente alienado que en denunciar el fanatismo religioso en sí, del que sólo se mofa de algunas de sus trasnochadas consignas. Pese a no renunciar a sus habituales escenas subidas de tono, el exhibicionismo sórdido habitual del austriaco parece que se suaviza en esta segunda entrega debido a la menor presencia sexual en una narración que atraerá a todo aquel que disfrute con la siniestra ironía que suele acompañar a los comportamientos obsesivos que bordean el sadomasoquismo. La cinta también funciona perfectamente como conmovedor y despiadado drama sobre la soledad y la locura, a pesar del estupor que provoca el hecho de que una historia con carácter tan perturbador tenga unos momentos tan delirantemente divertidos gracias a la gran actuación de una estupenda Maria Hofstatter, con un personaje que recuerda al de su autoestopista en Días perros.
1 — The master (Paul Thomas Anderson)
The Master es un tortuoso, retorcido, e irreverente retrato de la América de posguerra, que indaga sobre la naturaleza de la relación entre un líder y su discípulo condenados a encontrarse y a intentar entenderse, en un vínculo basado en la necesidad mutua. Si hay algo en lo que la cinta destaca por encima de todo es en la ambigüedad y confusión con la que se nos presentan los hechos. Paul Thomas Anderson desarrolla una historia compleja, tan fascinante como desconcertante, claramente pensada para que cada uno saque sus propias conclusiones, sugiriendo sin apenas dictar sentencias. Simplemente nos introduce en ese mundo y deja que sus personajes hablen por sí mismos sin ofrecer respuestas claras o directrices para interpretar lo que nos expone. Anderson huye de demonizar a las sectas y se decanta por exponer el daño emocional con el cual nos castigamos para calmar la soledad, que se presenta como un tema mucho más trascendente que la exposición en sí de los males de estos cultos. La elección del dúo protagonista no pudo ser más acertada. Si a eso le sumamos la capacidad que tiene el angelino para sacar lo mejor de los actores, completan una obra redonda que perdura.