Reiko (Takamine Hideko) es una joven viuda de guerra que tras el fallecimiento de su esposo en heroico acto bélico ha sacrificado su existencia levantando el negocio familiar en colaboración con su suegra, con quien convive en una minúscula casa que hace las veces de tienda de ultramarinos. Reiko es una mujer resignada que no se compadece de su mala suerte, sino que mira a la vida como una autómata cuyo combustible únicamente se basa en el duro trabajo diario en la tienda familiar sin que los sentimientos más humanos (el amor, la tristeza, la ilusión y esperanza en el futuro) parezcan asomar en su espíritu.
Tras pasar 18 años de sacrificios y padecimientos empresariales, la aparición en la ciudad de unos nuevos supermercados está provocando la destrucción de las tradicionales tiendas familiares, lo cual supone una amenaza para la hasta ahora tranquila existencia de Reiko. A esta amenaza se une la ambición de sus cuñadas, las cuales pretenden aprovechar los nuevos vientos empresariales para construir un supermercado que sustituya a la famélica tienda que parece tener sus días contados ante la huida de clientes hacia los nuevos establecimientos, y especialmente el cambio de carácter de su cuñado Koji, un joven recién licenciado que ha abandonado la empresa en la que trabajaba en la ciudad y que parece abandonado a una vida de holgazanería y borracheras ante la falta de expectativas en el futuro. Sin embargo, la actitud de Koji no se debe a su carácter rebelde o vago, sino que está motivada por el sentimiento afectivo que siente hacia Reiko, que ha mantenido en el anonimato por miedo al rechazo de su cuñada debido a sus vínculos familiares y a la diferencia de edad que les separa. Cuando Koji se decide a declarar su amor a Reiko, esto desencadenará una serie de acontecimientos que perturbarán la rutinaria existencia familiar. Entonces, Reiko deberá elegir entre el amor y la felicidad que supone la cercana presencia de Koji o sacrificar su vida en aras de seguir los convencionalismos aceptados.
El maravilloso y desgraciadamente aún no muy popular cineasta japonés Mikio Naruse logra con Tormento uno de sus mejores y más fascinantes melodramas rodados al final de su impresionante carrera. Resulta complicado para un servidor escribir sobre una obra tan profunda y repleta de verdad como esta auténtica obra maestra del cine. Sin duda Tormento no solo es una de las mejores películas de la historia de Japón, sino que en mi top personal ocupa ese lugar privilegiado destinado a aquellas obras que logran el complicado efecto de tocar los resortes más profundos de la emoción humana desde una premisa que ahonda en la sencillez y el realismo, huyendo por tanto de todo efecto que pueda parecer impostado o artificial, o lo que es lo mismo, una película que es pura filosofía de Mikio Naruse. Quien esté familiarizado con el cine de este gran maestro encontrará en Tormento alguno de los mandamientos fundamentales que construyeron la forma de hacer cine del autor japonés: minimalismo, escasez de medios materiales para centrar el peso del argumento tanto en los actores como en los espacios naturales que sirven de escenario teatral, una trama sencilla que aspira vida a veinticuatro fotogramas por segundo en la que se confronta la tradición con la incipiente occidentalización del Japón de los sesenta, amores crueles e imposibles debido a los rígidos convencionalismos sociales que regían en la sociedad de la época los cuales impiden como una pared indestructible alcanzar la felicidad a las personas que chocan con ellos y sobre todo silencio, silencio, silencio e introspección resignada y doliente.
Para hacer una comparación que pueda ser útil a un espectador que todavía no haya intimado con el arte del cineasta nipón, podríamos asimilar este monumento cinematográfico de primer orden que es Tormento con el estilo y la ideología que desempeñó en los años cincuenta en EEUU el director alemán Douglas Sirk. Y es que en Tormento se hallan vasos comunicantes con cintas tan emblemáticas como Sólo el cielo lo sabe, Ángeles sin brillo, Siempre hay un mañana e incluso por su fría crueldad con el Imitación a la vida más intenso. Esta espléndida obra maestra es uno de esos pocos melodramas que logran impactar nuestra conciencia desde la sutil y sabia apelación a nuestros sentimientos más escondidos, sin que en ella se muestren pretensiones moralistas ni falsos llamamientos al decoro social. Naruse no se compadece de sus personajes, ni tampoco lanza una mirada tiránica y desalmada hacia ellos, sino que sencillamente los reviste de su refinada sensibilidad para que ésta explote como centellas resplandecientes en nuestros sentidos.
La película se degusta a fuego lento y por tanto está especialmente cocinada para paladares exquisitos ávidos de buen cine de arte y ensayo, es decir aquél que deja un poso indeleble en el alma del aficionado al séptimo arte. No hace falta comentar que la puesta en escena empleada por Naruse es sencillamente magistral. A modo de ejemplo podemos destacar la pálida fotografía en blanco y negro que reviste la cinta de tragedia y melancolía, la cual se acompaña de pausados y poéticos movimientos de cámara, travellings que espían los lentos paseos de los personajes y primeros planos de las sosegadas y a veces descompuestas caras de los actores. Igualmente Naruse combina a la perfección las escenas filmadas en el exterior con las opresivas secuencias sitas en las estrechas habitaciones y habitáculos que sirven de hogar a los actores, dejando fiel testimonio del ambiente característico de los crepusculares barrios comerciales de la época, así como de los lugares comunes y de ocio y juego empleados por los japoneses para oxigenar su existencia del hastío existencial que legaron a más de una generación las funestas consecuencias de la Gran Guerra.
Los intérpretes ejecutan unas actuaciones magnéticas y fascinantes. Todos los actores están impresionantes en sus respectivos roles, desde el más secundario (como por ejemplo la actriz que hace las veces de promiscua y fugaz novia del protagonista) hasta cada uno de los intérpretes que soportan la labor de la pareja protagonista. Pero sin duda el peso de la película se sustenta en la soberbia actuación de la admirable actriz japonesa Hideko Takamine (la actriz de dulce y tierna mirada fetiche de Naruse que ya había dejado muestras de su talento en películas como Nubes flotantes, A la deriva o Cuando una mujer sube la escalera) que deja para la historia uno de esos trabajos que sin duda debe ser referencia para cualquier aspirante a actriz. Takamine nos sumerge en su asfixiante y amargado mundo a través de sus miradas resignadas que desprenden vida y conformismo cincelado en vetustos convencionalismos familiares y sociales que la impiden desarrollarse como persona y ser feliz.
Porque como se desprende de lo que hemos comentado en párrafos anteriores, Tormento es primordialmente una angustiosa epopeya en la que se cuenta en paralelo la destrucción económica que estaban sufriendo las pequeñas tiendas sustentadas por el esfuerzo familiar llevada a cabo por el capitalismo más salvaje representado por la llegada a la ciudad de nuevos modelos de empresa que es simbolizada por los modernos supermercados que devoraban con sus agresivas estrategias de marketing y precios a los más débiles pequeños negocios, y a la vez cuenta la demolición de los vínculos afectivos y de felicidad que supone ser esclavo de los convencionalismos aceptados, los cuales lastran el bienestar personal de los individuos convirtiendo a éstos en seres atormentados y acomplejados para los cuales la vida es únicamente una rutina laboral carente de espacios agradables y dichosos en los que hacer realidad sus sueños y esperanzas.
Esta inteligente metáfora de mostrar estos dos resortes de destrucción económica y moral sirve a Naruse para construir una película rocosa, pero a la vez preciosa, plena de lirismo y sensibilidad. Hiriente por su cercanía (turbadora es la sensación de fiel reflejo de la actualidad a pesar de los cincuenta años pasados desde su producción) y fatal para nuestra moral por su halo trágico culminado en una escena final que hiela la sangre y el corazón. Tal como pasa en las mejores cintas del genio japonés, Naruse deja pocos espacios para la esperanza, puesto que es su visión pesimista y sociópata de un mundo en el que no encontraba su sitio (es bien conocida la introversión que sufría el maestro japonés, el cual era alérgico a las cámaras y a la exposición pública) la que domina todos los fotogramas que cosen este fundamental vestido de arte. Mi recomendación es que no pierdan más el tiempo y acudan a su cita con Naruse de forma prioritaria. Creo que agradecerán el consejo.
Todo modo de amor al cine.
Buenos días,
Me gustaría saber si hay algún medio para conseguir esta película.
Muchas gracias
Buen día
Un saludo