Como tantas otras veces, la llegada de un talento oriental a la cinematografía europea (en este caso tras su participación en la episódica 42 One Dream Rush donde colaboró con talentos de la talla de Lynch, Ferrara o Korine, entre otros) sirve para descubrir un nombre que, más allá de los galardones (Ye ganó con Suzhou River en Rotterdam, París y la Viennale —donde se hizo con el FIPRESCI—), se ha hecho un hueco adquiriendo un estilo y personalidad propios que, sin lugar a dudas, quedan reflejados en esta Love and Bruises.
Esos rasgos quedan definidos en su primera secuencia, que además sirve como idonea introducción para comprender la situación de la protagonista, Hua, estudiante china en París que tras viajar de nuevo a la capital gala es rechazada por un hombre del que se enamoró en Beijing, ciudad a la cual pertenece. La cámara, esquiva, se sumerge con inquietud entre diálogos y gestos, casi eludiendo estos últimos en un perpetuo movimiento que parece empaparse de la volátil y frágil presencia de sus protagonistas, en un intento por captar aquello que generalmente no posee tanto peso en una relación vista desde el objetivo cinematográfico: los vaivenes, la inconstancia y, en definitiva, su carácter endeble.
Esa tendencia queda marcada por la naturaleza de un microcosmos muy particular: en él, el vínculo entre Mathieu, un inmigrante de clase obrera, y Hua, se establecerá casi a regañadientes a través de una primera y arrolladora toma de contacto que terminará en los aledaños de una obra, donde lo consensuado y forzoso queda escindido por una línea tan fina que uno apenas puede palpar cuanto hay de cada en ese acto.
A partir de ese instante, Lou Ye construye el film a raíz de uno de sus grandes aciertos, la descripción de sus personajes centrales a través del entorno en el que se mueven. El ambiente de clase trabajadora que rodea a Mathieu es el primero en el que nos sumerge el cineasta chino, y a través del cual comprendemos hasta donde llega la dimensión de esa relación para él. El retrato que realiza Ye sobre la figura de ese muchacho resulta, pues, vital para comprender hacía donde girará ese lazo establecido mediante secuencias de un recrudecido sexo en un principio, que más adelante encontrará otras vertientes pero nunca el equilibrio necesario.
La distancia entre el mundo de cada uno termina por quedar contrastada con los primeros acercamientos entre personas cercanas a Hua y Mathieu, en especial en el encuentro (o, más bien, encontronazo) entre un amigo de la estudiante y el protagonista, que se saldará del modo esperado: con el reflejo de otro conflicto acumulado tras un periplo donde la sexualidad parece satisfacer los deseos no tan primarios de la pareja.
Lou Ye encuentra, pues, en ese armamento formal las herramientas adecuadas para acercarnos a una historia que se aleja de los típicos relatos amorosos para sumergir al espectador en la más cruel de las realidades; pero no una de esas realidades prefabricadas, o inducidas gracias a elementos externos que la van moldeando lentamente, sino una realidad que se fortifica desde la implacable naturaleza del ser humano, una naturaleza que no entiende de romances ni de condiciones, y que en el Love and Bruises confiere un sentido integro a su título, logrando fundirse a la perfección con un cine que nos transporta entre amor y heridas con una destreza que, en ocasiones, duele.
Larga vida a la nueva carne.