No lo escucharéis en el telediario, ni probablemente los medios de información generalistas vayan a hacerse eco de ello, pero el fallecimiento de Frédéric Back (89 años, a causa de cáncer) supone una de las más grandes pérdidas para el mundo del cine en general y el de la animación en particular. Nacido en 1924 en la cuenca del Sarre (que pertenece a día de hoy a Alemania), su carrera se desarrolló enteramente en Canadá, país en el que residió desde 1948, entregando en poco más de dos décadas nueve trabajos de entre 10 y 30 minutos de duración. Todos animados, con unas señas de identidad muy marcadas, y afortunadamente bastante prestigiosos en los márgenes en los que se movían.
Back, que comenzó siendo profesor en la escuela de bellas artes de Montréal, confiaba en el cine como herramienta para la divulgación y en la fuerza expresiva del trazo animado para crear mundos reconocibles pero al mismo tiempo suspendidos en la irrealidad. Desde su primer cortometraje, Abracadabra (1970) asentó una serie de bases que supo mantener en prácticamente todo el resto de su obra: infantes como protagonistas, como representación de la mirada inocente, elementos de fantasía/mitología/leyendas locales arropando conflictos cercanos, la oda a la naturaleza como motor de sus esfuerzos y un trazo muy similar al de los cuentos ilustrados para niños, con ese toque naíf tan representativo del que hizo uso desde su debut hasta All Nothing (1980), el primero de sus trabajos nominados al Oscar.
En esa primera etapa, que comprenden (además de los ya citados) Inon (1971), La creation des oiseaux (1972), Illusion (1975) y Taratata, su obra es luminosa, estando protagonizada por niños en múltiples escenarios o contextos. No hay un ápice de aleccionamiento, si bien existe una moraleja basada en la situación en la que se presenten los hechos. Inon trata sobre la búsqueda del fuego por parte de una tribu que convive en armonía con los animales salvajes; Illusion pone en escena a un mago que crea una ilusión compartida por los niños de un colegio, pero que en realidad no es más que eso; un espejismo. Incluso en este trabajo, algo más oscuro (a la manera de la parte de fábrica de Pinocho), todo termina por abrir un camino hacia el aprendizaje; sin moralina, con inteligencia.
Back comenzó a recibir atención mediática tras su All nothing, llegando a lograr dos premios Oscar (y cuatro nominaciones), menciones en festivales como Cannes (donde compitió por la Palma de Oro), Annecy y galardones a toda su carrera, como el que recibió en los Annie en 1986. Todo esto fue sobre todo a partir de su trabajo en All Nothing, pero de toda su obra, la pieza que más alegrías le produjo fue L’homme qui plantait des arbres (El hombre que plantaba árboles) —que podéis ver íntegramente subtitulado aquí—, un trabajo de treinta minutos con una animación más cercana a lo pictórico, con tonos pastel, que manteniendo las características didácticas y naturalistas de su obra previa prescindía de la figura (central) del niño para narrar la historia de un anciano recogedor de bellotas. La belleza de esta pieza lo convierte, indudablemente, en uno de los más grandes trabajos de animación de todos los tiempos, con poco —o nada— que envidiar a propuestas poéticas como el díptico El cuento de los cuentos/Erizo en la niebla de Yuriy Norshteyn o los frescos de Aleksandr Petrov (El viejo y el mar —1999—, Mi amor —2006—). Su último trabajo fue el excelente documental animado Le fleuve aux grandes eaux (1993).
Con el fallecimiento de Back se va uno de los grandes maestros de la animación tradicional de todos los tiempos. Así que nuestra recomendación es que os adentréis en su obra y que descubráis de primera mano aquello de lo que es capaz un medio como la animación cuando se entregan a él artistas con una mirada única y un amor desmesurado por el poder de crear. Afortunadamente práctica toda su obra puede verse en Youtube, aunque la calidad del reproductor de Google no haga en absoluto honor al cuidado que Back ponía a su trabajo.
Larga vida a la nueva carne.