Mi tierra es la ópera prima de Mohamed Hamidi, profesor universitario que ha trabajado como guionista y director de arte en comedias (en cine, televisión y teatro) y que es presidente y cofundador de un famoso blog de noticias creado durante los famosos disturbios de 2005 que se produjeron en los suburbios de toda Francia, y que trata sobre la actualidad de los barrios más marginales y multiculturales y sobre las noticias relacionadas con el continente africano. Estamos, pues, ante un director comprometido con los temas sociales y sobre todo con aquellos que más afectan a la inmigración.
Esta película trata sobre el joven Farid, estudiante francés de padres argelinos que tiene que viajar a Argelia para intentar salvar la casa que construyó su padre —que se encuentra enfermo en Francia—, ya que el Ayuntamiento quiere construir un gaseoducto justo debajo, lo que afecta a varias personas más. Allí se encontrará con su primo y sus tíos, trabará amistad con algunos habitantes y descubrirá cuáles son las raíces e historia de su padre, y consecuentemente de él mismo. Cabe pensar, por lo comentado en el párrafo anterior, que hay algo de autobiográfico en esta película, y puede que por ello el director haya decidido contar esta historia como un mensaje, una enseñanza. Enseñanza subrayada de forma innecesaria al final de la película, convirtiendo el mensaje en una responsabilidad, cosa que a mí personalmente me ha molestado un poco, como siempre que tengo la impresión de que me imponen qué debo pensar, hacer o sentir.
El cine francés ha sido uno de los que más pendiente ha estado en tratar el tema de la inmigración y los inmigrantes en sus películas. En los últimos años nos han llegado interesantes películas, destacando, entre otras, Welcome, de Philippe Lioret o Un profeta, de Jacques Audiard. Mi tierra estaría más cercana al espíritu de la primera, no obstante incluye la novedad de que lo que el protagonista vive, lo hace en el país de origen de sus padres.
Con la llegada de Farid a Argelia se nos introduce en la vida del pueblo y el barrio. Sus virtudes y defectos (burocráticos) o ciertas costumbres siempre mostradas con cariño por la cámara. El bar y sus gentes, las fiestas en las que te encuentras con compatriotas franco-argelinos con los que confraternizar, los viajes a otro país, las mujeres, aprender alguna lección y encontrarse a uno mismo. Todo ello sin olvidar el papel que Francia ha empeñado y desempeña, un violento pasado y un presente en el que la inmigración es un tema más del día a día.
Un conjunto bienintencionado que busca dar cuenta de una realidad a través de la comedia, si bien la comedia no siempre funciona. Las escenas en el bar, por ejemplo, aunque el objetivo de éstas resulte claro sobre lo que quiere que el espectador asuma, en general resultan fallidas por poco naturales, cuando precisamente eso es lo que se intenta enfatizar, la naturalidad y capacidad de simpatizar y bromear unos con otros.
En el apartado actoral, todo el elenco está bastante correcto en su papel, especialmente Jamel Debbouze (actor conocido aquí, sobre todo, por ser el arquitecto egipcio en las películas de Astérix), quien con su cara puede hacer que sientas el anhelo que él mismo siente, y comprendas su actitud. A pesar de su corta aparición, es de lo mejor del film.
En resumidas cuentas, estamos ante un Erasmus en Argelia. El director intenta abarcar demasiado y acaba tocando de manera muy superficial y soslayada la mayoría de situaciones que muestra. Se olvida de profundizar en el mensaje que pretende dar, por lo que la película, aunque correcta, acaba resultando indiferente. No llegamos a empatizar con su protagonista sino cuando peor lo pasa. Rescatable, porque tras la historia subyace una realidad difícil.