No es casual que Alí ojos azules esté contextualizada en un barrio de inmigrantes, y es que además de estar advirtiendo hacía donde viran los principales anclajes del segundo largometraje en el terreno de la ficción de Giovannesi, define en cierto modo el tratamiento de un film que podría articularse entorno a múltiples aristas, pero Giovannesi decide hacer virar entorno a esa comunidad en la que vive el protagonista, Ali, cuyas raíces musulmanas se erigen como obstáculo para continuar con la relación afectiva que comparte con Brigitte, una muchacha rubia italiana que parece resultar un problema para la madre del protagonista.
Para sumergirnos en ese marco, Giovannesi traza en sus primeros minutos un par de secuencias que resultan definitorias. En la primera de ellas, Ali acompañado de un amigo atraca una tienda de ultramarinos con una pistola de balas de fogueo. El cineasta no confiere excesivos matices a la escena: no hay tensión, ni siquiera tiempo para verse introducido en la acción, lo que realmente nos interesa son tanto las causas como las consecuencias. En la segunda, ambos personajes llegan al colegio y por si el ambiente que se respira no fuese de por sí definitorio, el cineasta completa la secuencia con un leve choque entre Ali y su profesora.
Así, el entorno del protagonista queda retratado con poco. La marginalidad del barrio en el que habita, el carácter (e incluso, en cierto modo, procedencia) de los personajes que lo rodean, la opresión en el panorama familiar debido a los férreos lazos de sus progenitores con la religión a la que pertenecen… todo ello parece componer el escenario idóneo para que los pasos de Ali sean erráticos hasta el punto de llegar a apuñalar a un desconocido en un altercado nocturno, hecho que le terminará reportando más de un dolor de cabeza debido a la falta de entendimiento en el seno familiar y a su huida del mismo como acto rebelde que le permita reclamar cierta independencia.
Con ello, Giovannesi evita el relato social en gran medida para dirigirse al retrato de esa comunidad y trazar entorno a ese joven e irreflexivo muchacho una parábola entorno a la cual hablar sobre la situación vivida por un colectivo que, simplemente, se encuentran en no pocas ocasiones fuera de lugar. El italiano acompaña todo ese periplo de ciertas muestras de simbolismo (la escena del crucifijo en la clase, las lentillas del propio Ali) que redondean, si cabe, la crónica enarbolada en Alí ojos azules.
El estilo del cineasta sirve además para lograr una aproximación más cercana, y la forma de rodar —cámara en mano con planos dorsales, planos cercanos de los rostros de los protagonistas, intensidad en los planos medios…— clarifica una perspectiva que jamás se torna distante y, aunque en ningún momento juzga acciones, sino más bien se dedica a exponer, sí busca cierta implicación por parte del espectador, hecho que logra quizá gracias al carácter fiel de sus personajes, bien construidos gracias a un sólido guión y a un acertado casting de actores que trasladan el verismo del lugar a sus propias interpretaciones.
Alí ojos azules es, pues, un curioso relato a través del cual Giovannesi consigue despertar el interés entorno a una temática que, siendo sinceros, necesitaría enfoques como el del italiano más a menudo, y es que el trazo, nunca grueso, ayuda a componer una historia que se nutre de pequeños detalles y encuentra en la configuración de la misma los visos necesarios como para comprender no únicamente hacía donde nos quiere llevar el cineasta, sino también la composición de un espacio y un universo que en Alí ojos azules cobra unos matices tan distintos como necesarios.
Larga vida a la nueva carne.