En más de una ocasión he querido escribir sobre After Life, cinta del cineasta japonés Koreeda, que el pasado viernes estrenaba su última película, De tal padre, tal hijo, lo que me daba la oportunidad de volver a intentar reseñar algo de interés sobre una de esas obras que no te cambian la vida, pero la tienes metida en las entrañas días y semanas después de haberla degustado. No engañaré a nadie si digo que es una de mis cintas favoritas, que me jode el alma tras su visionado pera también me deja con una sonrisa ingenua y optimista.
Una dulce viejecita llega a un edificio. Pasa por recepción, le hacen una entrevista rutinaria y entonces nos enteramos de que ha muerto, y que tiene que pasar unos días en el lugar, cual tranquila residencia con amplio jardín, para pensar en el mejor momento de su vida, con el que pasar al más allá de manera eterna. Difícil elección, más aún si cabe cuando nos enteramos que si en el plazo estipulado no consigue encontrar un momento idílico, pasará a engrosar a las filas de los trabajadores del lugar. Y otra genialidad aún mayor, dicho recuerdo será rodado en cine de la manera más fiel posible para la posterioridad.
Las normas están claras y son sencillas, si entras en el juego estás atrapado y sólo puedes dejarte llevar por el desarrollo pausado de los acontecimientos, saboreando cada pedazo de información que se va desvelando con cuenta gotas en la clásica manera de dosificar los sucesos, apoyados en unos personajes humanos, cercanos y con sentimientos tan primarios como identificables.
After Life es un canto al amor y al cine, a la pasión de rodar como si fuera la última vez. Es imposible no transmutarse a la posición de los personajes y hacer cuenta de tu vida. ¿Qué recuerdo elijo para la eternidad? ¿Cual desechas a cambio? Y sobre todo… ¿Con quien? Es entrañable ver a esos sencillos personajes dirigir sus escenas como directores de cine inmiscuyéndose hasta en los detalles más pequeños ayudados por en equipo que se desvive por dar lo mejor. ¿Como rodar la sensación de volar en una avioneta? ¿el amor y el orgullo de ver a una hija feliz por casarse? ¿el recuerdo de la gente que amaste una vez dejaste de vivir?
Pero si todo llega a límites insospechados de ternura y candidez es gracias a las historias de amor que se cruzan por el camino, desarrolladas con pinceladas, sin estorbar a las historias personales de los implicados, ocupando poco espacio y de manera tan sentida como sencilla, sin grandes explosiones sentimentales salvo en algún momento puntual cercano al final que te deja helado. Esas historias y sentimientos están ahí, pero sólo se revelan en un desolador final, amargo y agridulce. Como la vida de todos.
Suele decirse que After Life es un prodigio en cuanto a guión (una original historia explotada de manera magnífica tirando por el difícil camino que sorprende al espectador al igual que al final queda la sensación que era el único posible; nada fácil) y un afectuoso guiño al metacine. Sin embargo, aunque no sea a priori un prodigio en cuanto a planos, la mirada del director, su intención, que es en última instancia lo que determina la dirección, es maravillosa. Brutal. De un ritmo medido pero que atrapa, todas las escenas están llenas de significado, aunque uno no sea consciente hasta el final. Cada personaje tiene su propia historia y cada cual lo afronta fiel a su manera de ser. No todos podrán acceder al cielo o lo que quiera que sea que hay después de la vida, pero de igual manera no todo el mundo desea dar ese paso. Hay quien espera toda una vida y toda una muerte para ello. Para encontrar el momento perfecto. ¿Y si ese momento no puede llegar?
Pues te quedas en ese tranquilo y apacible edificio, ayudando a otros, disfrutando de cada bocanada de aire que ya no es aire.
After Life es tan sencilla como tonta su premisa. Con un final igual de tonto pero simple, con imágenes para el recuerdo. Y eso, imágenes para el recuerdo, es de lo que trata. Así, consigue huir de la sensación de profundidad que pudiera darle cualquier otro enfoque.
Todo es simple, triste y bonito.