La escuadrilla del amanecer fue la primera película sonora de uno de los más gigantescos directores del séptimo arte: el genial Howard Hawks, cineasta que como todo el mundo conoce, posee en su extenso currículo unas cuantas obras imprescindibles de la historia del cine. Hawks fue uno de esos cineastas con los que alimentamos nuestra sed de cine más de una generación de cinéfilos de este país gracias a las reposiciones que de sus películas se efectuaron en años ya pretéritos. Si bien en un principio fue considerado como un artesano multidisciplinar centrado en producir cine meramente escapista, la defensa pro-activa de su obra llevada a cabo por parte de la crítica europea de los años sesenta acabaría convirtiendo a Hawks en un autor para la eternidad venerado y respetado a partes iguales por la crítica más sesuda como por los fanzines.
Sin llegar a los niveles de excelencia de sus mejores y más aclamados films, La escuadrilla del amanecer es una cinta muy notable y claramente a reivindicar en la cual ya se atisbaban con suma claridad los mandamientos fílmicos característicos del universo del director estadounidense: entretenimiento, dinamismo, innovación, sencillez esquemática versus búsqueda del virtuosismo representado en planos complejos (vamos la antítesis del cine de Orson Welles por poner un ejemplo), modernidad y excelente puesta en escena y montaje en el cual empieza a preponderar el plano medio de corta duración (el famoso plano-contraplano) contra los habituales en la época planos fijos muy teatrales y prolongados en el tiempo que dejaban poca opción a inspirar nuevas técnicas de edición.
Ideológicamente la cinta presenta también ciertos temas recurrentes en la idiosincrasia de Hawks: la inquebrantable amistad masculina, los lazos de compañerismo realzados con hipnóticas secuencias de canciones compartidas e interpretadas por los actores al alimón en los bares que servían de lugar para ahogar las penas, la apuesta por el sacrificio personal en aras del bien colectivo, la inquebrantable línea en favor del cumplimento del deber aunque éste ponga en riesgo la propia existencia vital y por último esos maravillosos triángulos y cuadriláteros amorosos implantados por Hawks que se rompen al final por un acto desinteresado y noble efectuado por uno de los protagonistas del mismo. Este último recurso del cine de Hawks es insertado en La escuadrilla del amanecer a través de la presencia subliminal de un personaje femenino (la mujer por cuyo amor lucharon en el pasado el Mayor Brad y el aviador Dick Courtney), dado que la cinta carece de apariciones presenciales femeninas en la trama, estableciéndose por tanto un cuadrilátero alegórico cuasi esotérico en el que la fraternidad masculina traza las aristas que lo construyen sin ostentar por tanto el habitual trazo amoroso de otras cintas del director americano.
Sin duda la principal virtud de la cinta es su modernidad. Llama poderosamente la atención y resulta increíble que la película se estrenase en 1.930 ya que la misma no posee ninguno de los tics característicos del primer cine sonoro, el cual mayoritariamente aún estaba preso de la estética y los rocosos paradigmas del cine mudo. Quizás no sería aventurado afirmar que La escuadrilla del amanecer fue la película que rompió el hielo y la rigidez de los esquemas del cine sonoro/mudo iniciando así los primeros y necesarios pasos del cine sonoro/moderno. Porque la cinta es una auténtica delicia que se observa con enorme placer gracias a su poderosa y dinámica puesta en escena «made in Howard Hawks» en la cual hay hueco para la aventura bélica así como para la introspección dramática pasando por deliciosas escenas caricaturescas revestidas de humor clásico, las cuales suponen un auténtico gustazo para deleite de los aficionados al cine clásico americano.
Es fácil localizar la influencia de La escuadrilla del amanecer en cintas posteriores del legendario autor estadounidense: así podríamos definir la cinta reseñada como una especie de Sólo los ángeles tienen alas con trazos de Río de sangre, Río Rojo y Vivamos hoy en el que confluyen los conflictos tratados en Scarface y El sargento York. La historia narrada por Hawks fija su atención en un un grupo de aviadores ingleses que luchan en plena I Guerra Mundial tanto contra los aviadores alemanes como contra la mala suerte y la escasez de medios tanto humanos como técnicos. Los aviadores son arrastrados en su día a día hacia misiones suicidas en las que la principal victoria es la propia supervivencia. Al mando de la escuadrilla se encuentra el mayor Brad, un atormentado militar que se culpa de su incapacidad para gestionar eficientemente al grupo humano que se halla bajo sus órdenes así como de las numerosas pérdidas sufridas por su equipo a medida que se incrementan las misiones que los mandos superiores le asignan. Brad tiene entre sus subordinados a Dick Courtney (Richard Barthelmess), un antiguo compañero de aventuras y deseos amorosos de Brad por el cual siente actualmente una insana envidia y celos profesionales, ya que Dick es sin duda el aviador más eficaz y valeroso de su escuadrilla, mientras que él únicamente es un militar que espera sentado en su sillón los funestos resultados que sus órdenes dan lugar.
La película narra, apoyada en escenas costumbristas, el día a día de la escuadrilla así como la camaradería existente entre sus componentes a través de conversaciones que desprenden verdad y sentimiento. Del mismo modo la cinta relata también los miedos e inquietudes que sienten tanto veteranos como jóvenes reclutas al enfrentarse a misiones de alto riesgo, centrándose sobre todo en las interrelaciones que se establecen entre el mayor Brad y su antiguo amigo Dick y las de éste con su nuevo amigo Dough Scott (Douglas Fairbanks Jr.), un extrovertido y optimista aviador por el cual Dick llevará a cabo el mayor de los sacrificios.
Increíbles son las realistas y ostentosas secuencias aéreas filmadas por Hawks, las cuales nada tienen que envidiar a las fotografiadas por otro Howard (Hughes) en su aclamada Los ángeles del infierno. El montaje de Hawks dota a estas secuencias bélicas, concentradas en su mayor parte en el último cuarto de hora de la cinta, de un misticismo visual hipnótico que se marca a fuego en la memoria omnisciente del espectador. No obstante, no es el ambiente bélico el que mejor define el cosmos del film. Porque en La escuadrilla del amanecer esta atmósfera bélica parece más una excusa esgrimida por Hawks para construir una bella historia sobre la amistad y el sacrificio en la que la guerra se presiente más que se siente en el ambiente. La cinta tuvo un remake llevado a cabo ocho años después por Edmund Goulding con Errol Flynn como protagonista, si bien el mismo no alcanzó las cotas de maestría del original de Hawks.
Sin duda, Hawks dibuja un triste y sincero cuento moral en el que exalta el compromiso, la amistad sincera y la caballerosidad (siendo ésta reflejada con la emotiva escena en la que la escuadrilla hace preso a un aviador alemán, siendo éste tratado con un respeto y dignidad carente en otras guerras) a través de una historia romántica, serena y minimalista en la que no hay cabida para los odios viscerales ni el tremendismo que desprende cine de verdad, demostrando que no es preciso contar con grandes presupuestos ni postizos efectos especiales para sacar adelante una obra profundamente humanista y auténtica en la que los ornamentos se intuyen más que se vislumbran para ayudar a esculpir una obra de arte iniciática y seminal sin la cual el cine contemporáneo no sería igual que el que conocemos hoy en día.
Todo modo de amor al cine.