La película que nos ocupa es el cuarto trabajo de Salvatore Mereu tras Ballo a tre passi, Sonetàula y Tajabone. El director italiano se ha proclamado portavoz cinematográfico de la isla de Cerdeña, ya que, según parece, todas sus incursiones cinematográficas cuentan historias que tienen lugar en su isla natal. En Bellas mariposas la narración transcurre en el municipio de Cagliari, en un barrio de los bajos fondos bastante distante de la imagen idílica que tenemos de la isla italiana. El cuarto filme de Mereu fue seleccionado en la sección «Horizontes» del Festival de Cine de Venecia de 2012, y está basado en un relato corto con el mismo título del fallecido Sergio Atzeni, un reconocido escritor y periodista de Cerdeña que con Bellas mariposas publicó en 1996 su obra póstuma.
La cinta presenta a Caterina, una niña de unos once años incordiada de madrugada por los gritos habituales de un vecino muy peculiar. La joven quiere huir de la angustiosa influencia de su numerosa familia, y muy especialmente de la de su impresentable padre, que no ha pegado un palo al agua en su vida y ejerce una influencia negativa sobre el resto del núcleo familiar. La joven, en sus momentos más íntimos sueña con llegar a ser cantante, y en los más oníricos es capaz de convertir a la gente que le rodea en bellas mariposas. En la cruda realidad lucha por todos los medios para no acabar como su hermana, que se quedó embarazada a los trece años y actualmente ejerce de prostituta, o como una regordeta del barrio con pocas luces de la cual se aprovechan los machitos de su entorno bajo la amenaza de ser delatada a su familia por un affaire sexual que tuvo con unos chavales. La mayoría de sus hermanos, salvo el pequeño que quiere ser estrella futbolística, son unos auténticos crápulas, aunque nuestra protagonista no puede evitar tener buenos sentimientos hacia ellos. Caterina cuida del bebé de su hermana y recoge los utensilios para que su dejado hermano adicto a la heroína no sea descubierto por su familia, aunque anda inquieta porque el hermano con carácter más problemático amenaza con asesinar a un novio imaginario con aspecto de patán a quien Caterina todavía no le ha declarado su amor incondicional, pero con quien tiene planes de futuro.
La cinta transcurre durante un largo día veraniego en la vida de Caterina; posiblemente el más intenso de su corta existencia. La primera mitad de la narración acontece mayoritariamente en el apartamento de la protagonista, siguiendo la tradición de un nutrido grupo de películas que se centran en mostrar la lucha interna de adolescentes con problemas en su hogar que se refugian en su propio universo fantástico para apaciguar su vacío existencial. En esta sección, el director italiano recrea con acierto el mundo interior de la joven y la cotidianeidad de su asfixiante entorno, otorgando gran importancia a la convivencia a través de las terrazas, un escenario muy común en el cine italiano de los años 50 y 60. En la segunda parte narra las aventuras de dos adolescentes traviesas y soñadoras, que como toda persona que ha pasado por esa delicada edad se mofan constantemente de los pintorescos personajes que se topan en su día playero y muestran las obsesiones comunes en esa etapa tan complicada de la vida, dominada por sueños imposibles y grandes decepciones.
El director italiano mantiene un equilibrio perfecto entre el tono dramático y el cómico, con un sentido del humor muy italiano que no deja títere con cabeza, poniendo especial interés en mostrar el lenguaje y los acentos del lugar. Mereu se toma algunas licencias como presentar a la protagonista mirando a la cámara y dialogando con los espectadores al más puro estilo Lina Morgan, especialmente durante los primeros compases, con la voz en off constante de la protagonista que se va apaciguando conforme avanza el metraje. Un subrayado que sin embargo no molesta y se antoja necesario para informar con celeridad del entorno hostil familiar y la particular visión de la chica. La película tiene un claro aire al neorrealismo italiano por la desoladora forma de mostrar la miseria, aunque a diferencia de la mayor parte de ese movimiento cinematográfico huye de su tono severo tan característico, con el humor, muchas veces grotesco, por bandera. En su segmento playero deja claras reminiscencias del naturalismo de Rohmer de Pauline en la playa, con la que comparte escenario en la segunda mitad. Pese a las evidentes intenciones realistas y naturalistas, Mereu no descarta el uso de elementos oníricos como el bello uso del agua, presentado como recurrente lugar de reflexión para las ideas idílicas de la joven protagonista; o mágicos, como la desconcertante aparición de una exótica vidente que alterará el devenir de los acontecimientos en la parte final de la narración.
Pese al colorismo optimista inherente a las historias protagonizadas por adolescentes, Mereu no renuncia a la sordidez y huye de falsos moralismos. Destaca el tratamiento que otorga al sexo aunque el peso de la película recaiga sobre dos jóvenes que huyen de él a toda costa para no acabar como la mayoría de las mujeres de su barrio. Esa relación de personajes adolescentes con el sexo, unidos con la escatología de una escena puntual con las heces del vecino, y la trascendencia del baño familiar tan transitado, dejan un ligero sabor a la gran Léolo del tristemente fallecido Jean-Claude Lauzon. No obstante, el director italiano se distancia de la oscuridad del filme canadiense y construye un relato con intenciones más «buenrollistas». Bellas mariposas hace gala de un marcado feminismo a la hora de abordar los deseos de las dos jóvenes de no caer en lo que se espera de ellas en una zona tan machista, y en la forma de expresar la personalidad ridícula de la mayoría de los personajes masculinos que pueblan la pantalla, con mención especial para el onanista padre, que se encierra en el lavabo con su pantalla de TV para no ser molestado mientras sacia sus picores, y se desfoga en el autobús rozándose con adolescentes para sonrojo de su hija.
La película, pese a mantener el tipo durante todo el metraje, pierde un poco de fuerza en la segunda mitad cuando se centra en la relación entre las dos amigas, que se consideran almas gemelas y creen que esta atracción puede ser debido a que sean fruto del mismo padre calenturiento. En esta sección la galería de excéntricos personajes tienen menor participación y el irreverente sentido del humor se resiente, aunque tiene lugar uno de los episodios más divertidos con un acechador motorizado que persigue al juvenil dúo al regresar de la playa.
Uno de los mayores aciertos del filme italiano junto al sentido del humor imperante y la potente fotografía de Massimo Foletti, que enfatiza con talento el calor veraniego de Cagliari, es la elección del dúo infantil, y muy especialmente la de su protagonista absoluta, Sara Podda, capaz de llevar a sus espaldas todo el peso de la narración sin ningún problema pese a ser su primer papel cinematográfico.