He de admitir las pocas ganas que tenía antes de entrar en la sala a presenciar una cinta como El miedo, en su traducción al español, por la manera en que se ha tratado el tema del maltrato machista, ya no sólo en el cine y la televisión, sino en la sociedad española.
La cosa es que hace años yo hacía las prácticas de empresa para una unidad móvil de televisión y coincidió con un repunte tanto informativo como amarillista del tema, enfocado de una manera algo… algo deleznable, por decirlo suavemente. Quedé muy asqueado con la manera de tratar y de mirar a lo que era un fenómeno puntual en la televisión, como puede ser la desaparición de niños, violaciones, perros maltratados, desastres ecológicos, o accidentes con gran cantidad de víctimas. Por otro lado, el cine patrio no se ha caracterizado por un enfoque apropiado (con excepciones, ahí tenemos Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín) y ni hablar del tufillo morboso y estúpido que desprenden algunas aportaciones a la pequeña pantalla.
Llegados a este punto, me hubiera gustado leer la novela en la que se basa la película, de la autora Lolita Bosch, porque la cinta destroza varios momentos “fijos” y tópicos de cualquier historia de maltrato. Su cineasta, Jordi Cadena, que ya dejó buenas sensaciones con otro tema también harto fácil de mirarlo de manera pornográfica y barata como era Elisa K (co-dirigido con Judith Colell, también basado en una novela de Lolita Bosch), juega a destruir el tremendismo, salvo en su explosión final de violencia, mostrando dos días en la vida de un chico, Manel, y su familia.
El inicio es revelador en cuanto a la manera de entender el filme, con los habitantes del piso despiertos, inmóviles y en silencio, esperando que el padre salga de un sitio al que nunca podemos etiquetar como hogar. Los sonidos cobran especial importancia, y se respira el miedo del lugar. Tal vez uno de sus principales aciertos sea trabajar sobre la idea del miedo más que recrearse en una violencia a la que intuimos terrible y a la que vemos sus consecuencias físicas en el cuerpo de la madre, pero que no observamos en todo su horror salvo un final, que dicho sea de paso, peca de querer cerrar con la idea de «hay que huir y denunciar» de manera algo torpe.
Los momentos en la casa son de los mejores de la obra, donde se habla bajito, se anda sin hacer ruido y todo indica que el silencio que se palpa puede desaparecer en cualquier momento. Hay miedo. Y eso que el padre pocas veces aparece en pantalla. Una figura paternal que se dibuja como figura terrible sin capas, pero no obstante, queda justificado ese “simplismo”, ya que lo vemos en la casa actuando como lo que es, para luego, en una breve escena, verlo totalmente cambiado en el mundo exterior. De igual manera, la mirada “simple” con la que se enfoca a ese personaje viene más caracterizada por la idea de jugar con el miedo que desprende su figura, que tiene a todos en la casa amordazados y en estado catatónico. Al no recrearse en la violencia física, aunque toda su persona respira dicha violencia en todos los gestos, ni presenciarla en la mayoría del relato, se apuntalada la idea del miedo que desprende, que impide moverse en cualquier dirección a los afectados.
Puede que el exterior peque de perder fuerza, y la trama amorosa del chaval no se sostiene por ningún lado, a parte de dos escenas simbólicas al que se le ven el plumero y escapa del tono. Son los únicos instantes donde se quiere imprimir al relato de un drama más sosegado. También es verdad que la función del mundo externo del protagonista y su hermana pequeña quiere hablar del silencio que rezuma el miedo, de como este lo afecta todo y la imposibilidad de visibilidad externa, ideas interesantes pero que no llegan a tan buen puerto como lo acontecido en el interior de la casa de los protagonistas.
Su parte final, aunque no llega a traicionar a todo lo anterior visto a pesar de una explosión tan monstruosa, tanto en su forma de visionarla como en lo narrativo, hace tambalear el tono. No obstante el buen hacer de la dirección (sólo hay que fijarse en la puesta en escena, el uso del sonido, las miradas y silencios que lo dicen todo…) termina por rescatar y rematar una buena cinta, ahora sí, llena de buenas intenciones como bien hecha.
En definitiva, sus aciertos, tanto en dirección como en la manera de mostrar lo acontecido, son suficientes para superar sus fallos.
Jummm, me leo y no me convenzo. El final y su mensaje no son estúpidos y fáciles. De hecho puede que sea el único final posible para remarcar la idea de «sal corriendo y sálvate», y esa idea puede parecernos a nosotros fácil y obvia, pero cuanto menos no es estúpida. Tal vez mi problema es que me cautivaban las formas y la idea de trabajar sobre la sensación de miedo más que en sus consecuencias, pero me vuelvo a leer y creo que no dejo esto claro.