Asistir a un festival de estas características es un dolor de cabeza y un dilema constante. Elegir entre títulos de esta categoría, imposible. No es una complicadísima decisión diaria. Ojalá. Es a cada momento. Cada dos horas se proyectan títulos para enmarcar. Pero Tom à la ferme es la sorpresa rotunda de esta primera semana del festival, a la espera de que posiblemente mañana tenga que desdecirme y apostar por Stray Dogs. No lo sé.
No me presentaré como agitadora de masas ni nada parecido. Pero, en este caso, no queda otra que destacar una creación apabullante del niño terrible quebequés, Xavier Dolan, estrenada por vez primera en España en esta vigésimo-séptima edición del festival Internacional Cineuropa.
Tom à la ferme, te coge desprevenido. Es una sorpresa visual y narrativa como pocas se han visto en tiempo. Cuesta entrar en la piel de sus detractores. Y esa es su definición, su mayor logro y a la vez su gran inconveniente: o te magnetiza o te repulsa. Me encuentro del lado del público gratamente sorprendido.
Un gran plano general de la carretera de Montreal a la granja, tanto de ida como de vuelta nos coloca tras Tom en un arranque muy road movie. Tom es bastante menudo y el valor descriptivo de esos enormes planos inaugurales, musicalizados por el Windmills of my mind versión francesa, podría significar la poquita cosa que es.
Pero no debe ser tan insignificante cuando la cámara persigue su nuca. Su cuello y sus rizos airadamente recogidos tras sus orejas. Hay cierta manía persecutoria sobre Tom, su cabello y su rostro imberbe de rasgos gráciles y afeminados.
Insisto en ese momento inicial porque, desgraciadamente, el deber no me permite ir mucho más allá y cotorrear lo fascinante de un personaje que se cuela sin saber muy bien porqué entre unos maizales descomunales como imaginen, puedan ser en una granja aislada en medio del Quebec.
Tom llega y encuentra tal vez, su sito. A su vez alejándose del que pareciera ser su hábitat natural: Montreal y la urbe.
Acude al funeral de su novio sin que la madre del fallecido sepa de la relación entre ambos. Tiene el cabello rubio como las hojas afiladas del maíz. Se estaría mimetizando con el lugar nada más llegar. Hasta qué extremos, dependerá de él.
Esta es una historia de tentaciones y de complaciente autodestrucción. De mentiras, ocultaciones, de hostilidades. De bestias humanas y bestias animales. Donde hay lados oscuros fascinantes y donde la pulsión sexual no resuelta o reprimida, naturalmente se torna en acto violento.
Se diría que, entre otras, la cuestión que plantea el peliculón de Xavier Dolan es si podría una mente enferma precipitar la locura latente, pero no asomada de la de otra. ¿Se puede contagiar la locura? O… ¿tan adictiva puede resultar la locura? Las relaciones entre los dos personajes protagonistas bordean los límites de una perversión muy sugerente pero peligrosa: la excitación del morbo sólo acaba de empezar.Y los planos picados sobre estos dos tipos incrementan esa tensión sexual enfermiza.
¿Es Tom honesto y consecuente con sus propios actos y elecciones? ¿O se dejará llevar por un mundo de mentiras e imposturas? ¿Tom es un juguete? Tom está atrapado entre el deseo y el peligro de su propia integridad física.
La de Xavier Dolan es una muestra enfática del uso del color tan magníficamente otoñal con el que Tom se “camaleoniza”. Contrasta la estrechez de los planos de la cocina de la casa familiar, muy numerosos, con las grandísimas perspectivas generales de la carretera hacia la libertad. La banda sonora es algo hitchcoockiana y profundamente efectista, pero eso no demerita la cinta sino que enfatiza la fuerza de una narración contudente donde las haya que, esta que escribe, aplaude efusivamente.
Vayan a verla.