Por fin una peli basada en hechos reales que no es una mierda.
Ahora que medio mundo acabará decepcionado de la nueva obra de Nicolas Winding Refn (no, Only God Forgives no es Drive 2) es interesante volver la mirada atrás y reseñar una obra como Bronson, la película con la que un servidor conoció al cineasta un día cualquiera en el Festival de Sitges.
En la cinta seguimos la vida Michael Peterson (apodado Charles Bronson) entre salidas y entradas de la prisión. Un maravilloso Tom Hardy da vida al considerado hombre más peligroso y violento de las cárceles británicas, que lleva pudriéndose 34 años entre rejas aunque sin ningún delito de sangre. El personaje, presentado como un diablillo con encanto, es un tipo que sólo sabe comunicarse con su entorno mediante la fuerza, disfrutando de ella y creando peleas constante con los guardias como si fuera un juego de niños. Más allá que un biopic, del que huye como de la peste el bueno de Nicolas, lo que se hace es un retrato de como la sociedad responde a la violencia, en este caso ejercida por Bronson de manera tan arbitraría y salvaje. La pregunta que se nos hace es como responder ante una persona que sólo parece usar su instinto animal en cualquier comportamiento o contra quien sea.
Así, a lo largo de la obra van desfilando diferentes métodos, desde contestando al reo con más violencia, pasando por decidir drogarlo hasta convertirlo en un muñeco con baba en la boca o incluso con arte y música. Incluso el cineasta se permite el lujo de enseñarnos como ese preso está a punto de curarse entre actividades de pintura y música en un programa de reinserción tan molón que nos suele dar Hollywood. Pero no, ni siquiera así parecen poder calmarse las brasas que atormentan el alma de nuestro protagonista.
¿Cómo responder a esa violencia? ¿qué hacer ante ella una vez queda claro que al tipo en cuestión le da igual todo? Su respuesta va a ser la misma. Si le pegas, le enfureces. Si le suplicas, se ensaña. Ni siquiera parece interesado en matar a nadie, ni escaparse de la cárcel, tan sólo aspira a una buena refriega más con los guardias.
Si uno ya tiene en la cabeza más preguntas que respuestas, habría que recordar que el personaje en cuestión lleva pudriéndose en la cárcel más tiempo que cualquier asesino del Reino Unido, y es que su condena es aumentada con cada nueva gresca que monta. Pero… ¿acaso es la cárcel su lugar ideal? ¿no sería mejor enviarlo a un sitio más especializado? ¿no es más bien, un enfermo? Nada, no hay manera, ni por las buenas ni por las malas, ni con los locos ni con los cuerdos.
Con todo lo anterior, no es extraño que más de uno la haya comparado con La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971).
Por otro lado tenemos un gusto más estético y pausado que las cintas arquetipas carcelarias no suelen mostrar, algo muy del director. Ya vislumbramos algunos instantes que luego le harían famoso en Drive o en la cinta que presenta ahora, como cuando Bronson espera a que los guardias entren mientras tiene maniatado a un rehén, y todo queda congelado a la vez que unos elegantes travellings nos muestran la disposición de las fuerzas de ambos bandos y suena música clásica. Toda acción recae en saber si Bronson será puesto en libertad, que hará con ella y finalmente si alguno de los métodos de los que dispone el estado podrá, no ya cambiarle, sino hacerlo “apto” para la sociedad.
De todas formas ese estado y esa sociedad acaban por ser también blanco de la inteligente mirada del director.
Y es que la cárcel no se hizo para mejorar a las personas. Tampoco para curarlas. La cárcel se hizo para castigar y para almacenar a la gente que posteriormente se iba a matar.
¿Qué hacemos con Bronson? ¿qué hacemos con las cárceles? ¿y con el estado que finalmente encuentra una única manera atroz para que el prota les deje en paz?
Interesante obra de Nicolas Winding. No es redonda y tiene momentos de altibajos, pero supone un soplo de aire nuevo y un enfoque alternativo a lo mil veces visto.