Marketa Lazarová, película de la Nueva Ola Checoslovaca de los sesenta basada en la compleja novela del mismo nombre firmada por Vladislav Vancura, está considerada por gran parte de la crítica mundial como la mejor película de la historia del cine checoslovaco. Igualmente es una pieza de museo imprescindible e incluida desde tiempos pretéritos en las primeras ediciones y posteriores actualizaciones del famoso libro Las 1.001 películas que hay que ver antes de morir. Sin embargo, a pesar de estos calificativos, no es una de las obras más conocidas entre el gran público, ni tan siquiera muy vista entre cinéfagos compulsivos, cayendo en los últimos años en las deprimentes estanterías del olvido. Es fácil adivinar el motivo de tan injusto abandono: Marketa Lazarová no es una película apta para todos los paladares.
Su ritmo pretendidamente lento y tedioso, su larga duración, su fotografía en blanco y negro y sobre todo su propuesta narrativa heterodoxa que huye de la tradicional linealidad para apostar por la filosofía de alta escuela universitaria al más puro estilo del Ingmar Bergman o el Andrei Tarkovski más desatado inducirá a que sólo aquellos espectadores amantes del cine profundo y reposado hallen un punto de fascinación con el planteamiento innovador de Frantisek Vlácil. Eso sí, aquellos a los que les atrape, no dudarán en enaltecer a Maketa Lazarová como la obra maestra del cine que es. Podríamos compararla, dado su componente filosófico-religioso y su atmósfera medieval, con una película conocida por casi todo el mundo o lo que es lo mismo con El séptimo sello de Bergman, y sin embargo me aventuro a indicar que para mí Marketa Lazarová es una obra infinitamente más bella, moderna, profunda y estimulante que la cinta del director sueco. Es por eso que resulta chocante la fama de una y el desconocimiento de la otra. Es lo que tienen las modas.
Sin duda Frantisek Vlácil fue uno de los mejores cineastas de la nueva ola checoslovaca. Podríamos denominarle como un filósofo metido a cineasta. Aparte de la magna obra que estamos reseñando, suya es otra película de ambiente medieval e igualmente cautivadora y fascinante, con la cual Marketa posee numerosos vínculos en común, como es El valle de las abejas. Vlácil empleó los recursos cinematográficos disponibles para construir verdaderos monumentos de la filosofía moderna, en los cuales analizaba las poderosas e irracionales fuerzas que conectan al hombre con la religión lanzando al aire preguntas acerca de la causa de la existencia humana, la complejidad de las relaciones familiares, los mecanismos que desatan los instintos primitivos en continua lucha contra el pensamiento racional y los misteriosos tejemanejes que el paso del tiempo y los designios y cruces del destino causan a la vida individual de las personas.
Con Marketa Lazarová, Vlácil alcanzó el cenit de su estilo, el cual volvería a abrazar con gran acierto en la anteriormente mencionada El valle de las abejas. Así Vlácil aprovechó las oportunidades que ofrecía una historia situada en la oscura baja Edad Media para narrar, al estilo de los viejos cantares de gesta medievales, una historia cruenta y despiadada en la que la religión, el salvajismo omnipresente supuestamente en esta misteriosa época de la humanidad, las relaciones feudales de dominación entre la nobleza y los pobres terratenientes y del mismo modo entre los miembros de la propia familia, así como el misticismo y la épica del medievo sirven para retratar un cuento moral de elevada carga metafórica y simbólica repleto de imágenes turbadoras, oníricas, inconexas, casi irreales y subliminales que entran por los ojos para insertarse en el cerebro inconscientemente. Porque un hecho que hay que advertir a aquellos que se sientan atraídos por este sublime film es que deben contemplar el mismo con suma concentración ya que la cinta no permite ni un segundo de despiste. El solo hecho de despegar unos segundos la vista de la pantalla puede ser fatal para el devenir del resto de la película, ya que el más mínimo detalle que no consigamos captar en el preciso momento en el que emana de la trama provocará con total seguridad que el espectador se desconecte y pierda el hilo del argumento. Vlácil por tanto, como si de un duro profesor universitario se tratara, busca espectadores exigentes y comprometidos, por tanto como podrán intuir esta no es una película para contemplar con la simple pretensión de pasar el rato.
Y señalo que Vlácil narra la trama como si de un cantar de gesta se tratara porque es exactamente eso lo que construye. La película es cantada en dos partes de una hora y cuarto, de modo que en cada una de ellas se diferencia entre el invierno (y por tanto ambiente gélido en el que brota la nieve, la oscuridad…) y la primavera (en la que se pasa del oscurantismo a la brutalidad de las batallas y traiciones morales e incestuosas), a través de pequeños carteles narrativos que nos anticipan los hechos que van a suceder en los siguientes minutos. Si bien inicialmente las pequeñas escenas que van aconteciendo tras los respectivos anuncios parecen carecer de nexo de unión, Vlácil consigue fabricar una especie de historia de vidas cruzadas en la que la multitud de personajes que aparecen y desaparecen de la trama acabarán dándose la mano e interrelacionándose unos con otros en un ejercicio narrativo y cinematográfico de primer nivel al alcance de muy pocos.
Llamativo resulta que el nombre que encabeza el título de la obra, Marketa, es en realidad un personaje totalmente secundario que juega un papel accesorio y que únicamente resulta imprescindible en el devenir del argumento en el tramo final de la película. Igualmente provocador es el empleo de imágenes subliminales y oníricas que contraponen la puesta en escena neorrealista extrema con la irrealidad más lírica y surrealista, y que se adornan con una atractiva banda sonora de corte medieval (con melodías corales similares a las del Basil Poledouris de Conan), así como de la curiosa estrategia de la usanza de imágenes subjetivas contempladas desde el punto de vista del personaje cuando éste se encuentra ante un suceso que amenaza y compromete su existencia, hecho éste que nos transporta a la perspectiva y al fondo de la mente del intérprete. Otro de los elementos habituales del cine de Vlácil, que volvería a utilizar en El valle de las abejas, es la preponderancia de chocantes primerísimos planos de los actores, los cuales no dudan en mirar fija y directamente a los ojos del espectador, retándonos con su mirada a inmiscuirnos en la historia como un personaje más.
Vlácil apuesta por una puesta en escena visualmente arrebatadora repleta de fotos conmovedoras que seducen la vista del más ciego (impresionantes son las tomas de los campos abiertos y nevados así como de los primeros planos en los que explota la sangre y la violencia más extrema como la espeluznante secuencia que recuerda el desmembramiento a hachazos del brazo de Adam efectuado por su propio padre, siendo también reseñables los incipientes desnudos full frontal que Vlácil introduce sin pudor alguno). No obstante, el autor checo huye de todo atisbo de grandiosidad y de cualquier efecto especial impostado, siendo el ascetismo radical y la visión interior y mística de los acontecimientos las señas de identidad del film.
En ciertas escenas de la película, especialmente las de ambiente más pesadillesco y las que parecen brotar de los sueños demenciales de un Dios omnipresente y cruel, es imposible no acordarse del cine de David Lynch (como la escena de sexo explícito protagonizada por la salvaje Alexandra con una figura irreconocible, que tanto podría ser su hermano manco Adam como el joven cautivo hecho prisionero por la familia que extrañamente se parece físicamente a la figura fraternal de Adam, o las siniestras escenas en las que las jaurías de perros esperan pacientemente, como si de cancerberos se trataran, atisbar a sus indefensas y humanas presas o también la escena en la que una bruja curandera narra la vida del fiero Miklovas a través de un montaje espectral de imágenes evocadoras fuera del campo de acción del diálogo). Todo esto me lleva a pensar que David Lynch debe tener, a pesar de su reconocida escasa cinefilia, a Marketa Lazarova entre sus cintas imprescindibles.
La sinopsis narra la historia de dos familias vecinas de pequeños terratenientes, que complementan el duro trabajo de la tierra con el robo de caballos aprovechando la presencia en su territorio de las pequeñas caravanas de nobles que se dirigen hacia la corte real. Así la película comienza mostrando una escena de robo de caballos perpetrada por Adam el manco y Miklovas, miembros ambos de la numerosa familia del fiero Kozlik (veterano y famélico terrateniente que a duras penas pueda mantener a sus 17 hijos), a una caravana de nobles alemanes de Sajonia. En el asalto Adam y Miklovas tomarán como rehén a un joven aristócrata (que más adelante descubriremos que es un futuro Obispo), el cual se convertirá en prisionero de los Kozlik.
Durante el asalto Miklovas perdonará la vida a su vecino terrateniente Lazar cuando descubre que éste se encontraba robando los valiosos metales de los cuerpos de los soldados muertos en la batalla. Kazar es un acomodado señor feudal, culto y racional a diferencia de su vecino Kozlik, que ostenta por hija a la bella Marketa, una mística muchacha que se encuentra haciendo los votos para convertirse en monja. Tras comunicar este hecho a su visceral padre y llevarse la consiguiente reprimenda del mismo, Miklovas reclamará a Lazar como contraprestación del perdón de su vida, la posesión de su hija Marketa. Sin embargo, Lazar rechazará la propuesta expulsando de sus tierras a Miklovas propinándole una brutal paliza.
Al mismo tiempo las tropas del Rey, una vez enteradas del secuestro del noble por parte de los Kozlik, iniciarán una campaña para aniquilar a la familia con objeto de rescatar al joven de las peligrosas garras de los Kozlik. Sin embargo el joven prisionero quedará hipnotizado por la sensual belleza de una de las hijas integrantes de la estirpe captora (Alexandra), con la cual iniciará una extraña relación sexual, desconociendo que la atracción que siente Alexandra por él se debe a su parecido físico con su hermano manco Adam, con el cual en tiempos pasados la joven Alexandra mantuvo una relación prohibida y pecaminosa.
Finalmente arribará en escena Simón, un fraile vagabundo y errante, al cual guía un cordero enviado por Dios por los nevados parajes de Checoslovaquia, que tras toparse en el camino con la familia Kozlik, será engañado y ultrajado por el destino y por los diversos maléficos personajes que la providencia sitúa en el camino, lo cual le provocará una profunda duda sobre la existencia de Dios, abandonando por consiguiente la divinidad en aras de proyectos más terrenales.
Todas estas pequeñas historias y personajes se cruzarán casi sin que nos demos cuenta propiciando que la trama fluya hacia adelante de una manera coherente y atractiva, como pocas veces se ha visto en el cine, de modo que pasadas más de dos horas habremos sido testigos de una historia altamente sugestiva que acaba teniendo sentido y en la que las inicialmente incomprensibles apariciones de personajes secundarios y de imágenes oníricas acabarán chocando en un punto en común en el que todas las pasiones y dudas iniciales estallan, desatando un cuento que es filosofía pura.
Culmino la reseña declarando mi amor eterno al cine de atmósfera medieval. Tanto las piezas más épicas y comerciales como Los señores del acero, Braveheart o El señor de la Guerra así como las más poéticas y arriesgadas como La pasión de Beatrice, El manantial de la doncella, Andrei Rublev o El último valle desprenden un espíritu que consiguen hechizarme. Marketa Lazarová es para mi gusto la mejor película de la historia del cine ambientado en la Edad Media, siendo una obra radicalmente diferente a las mencionadas con anterioridad. Y es el hecho de que Marketa sea una película sobre la Edad Media, filmada con la barbarie e irrealidad que brota de esta época, a la vez que tocando muchos temas que nada tienen que ver con la Edad Media lo que convierten a la misma en una de las obras más potentes de la historia del cine. Sin duda no se la pueden perder.
Todo modo de amor al cine.
Gracias por tu análisis amigo, completamente de acuerdo, tuve la oportunidad de verla y creo que es lo mejor del cine checo, un tipo cine que jamás resurgirá a mi modo de ver, único, surrealista y mágico como tal. ¿Qué opinas de Valerie y su semana de las maravillas? ¿Qué tipo de cine ha impactado a los directores modernos desde tu punto de vista personal, la checa o la Nouvelle vague?
Hola, a nivel de occidente (Europa occidental, EEUU) sin duda la Nouvelle Vague es más influyente pues los cineastas americanos y europeos más populares w intimistas fueron más afectos a los cineastas y pelis de la ola francesa. Pero la checa fue muy influyente en la Europa oriental (en Polonia, Yugoslavia, la URSS) siendo muy clara su presencia en maestros como Makavejev o Skolimowski por ejemplo. A mí me gusta más la checoslovaca porque la siento menos impostada y snob y sí más satírica y valiente.